Cristo Jesús sanó a los enfermos por medios espirituales. De esto no cabe duda alguna. Mandó a sus seguidores que hicieran lo mismo. Sobre este punto tampoco caben dudas. Es asimismo innegable que sus discípulos más inmediatos, como oportunamente Pablo, tuvieron pruebas concluyentes de la curación cristiana; y por más de dos siglos después de la época de Jesús, la curación espiritual no era desconocida para aquellos que se adherían a las enseñanzas del gran Nazareno.
Pues entonces, ¿qué se hizo de esta doctrina cristiana tan vital? Exceptuando algunos casos aislados que se consideraron como inexplicables milagros, la cura de la enfermedad y el pecado por medios espirituales y como consecuencia necesaria de la fe y la práctica cristianas, casi desapareció del mundo. Muchos teólogos sinceros lo reconocen con tristeza, recurriendo a la insostenible tesis de que, después de todo, la curación cristiana pertenecía a la época del Maestro.
¡Qué cosa tan maravillosa para el mundo cristiano ocurrió cuando en 1866 una consagrada seguidora de Cristo Jesús no solamente experimentó una curación espiritual, sino que poco después comenzó a sanar a otros! Y aquí tenemos un punto importante que todo historiador debiera anotar: Mary Baker Eddy, restauradora de la curación cristiana, jamás sostuvo que el poder curativo procedente de Dios, le había sido conferido a ella como un don especial.
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