Cristo Jesús sanó a los enfermos por medios espirituales. De esto no cabe duda alguna. Mandó a sus seguidores que hicieran lo mismo. Sobre este punto tampoco caben dudas. Es asimismo innegable que sus discípulos más inmediatos, como oportunamente Pablo, tuvieron pruebas concluyentes de la curación cristiana; y por más de dos siglos después de la época de Jesús, la curación espiritual no era desconocida para aquellos que se adherían a las enseñanzas del gran Nazareno.
Pues entonces, ¿qué se hizo de esta doctrina cristiana tan vital? Exceptuando algunos casos aislados que se consideraron como inexplicables milagros, la cura de la enfermedad y el pecado por medios espirituales y como consecuencia necesaria de la fe y la práctica cristianas, casi desapareció del mundo. Muchos teólogos sinceros lo reconocen con tristeza, recurriendo a la insostenible tesis de que, después de todo, la curación cristiana pertenecía a la época del Maestro.
¡Qué cosa tan maravillosa para el mundo cristiano ocurrió cuando en 1866 una consagrada seguidora de Cristo Jesús no solamente experimentó una curación espiritual, sino que poco después comenzó a sanar a otros! Y aquí tenemos un punto importante que todo historiador debiera anotar: Mary Baker Eddy, restauradora de la curación cristiana, jamás sostuvo que el poder curativo procedente de Dios, le había sido conferido a ella como un don especial.
Algunas personas tocan el piano de oído y puede que no sientan mayores deseos de enterarse de la grandiosa ciencia que es la base de la música. ¿Podrán los así llamados músicos esperar enseñar a otros a leer la música o a comprender sus leyes básicas? De seguro que no.
La primera curación que tuvo Mrs. Eddy la deberá haber recibido a través de un gran influjo de luz espiritual, que ella no podía explicarse a sí misma y que tampoco podía explicar a los demás; pero gracias a Dios no se detuvo en este punto. Nos dice que se había convencido de que esta experiencia suya, así como toda curación cristiana, se basaba en una Ciencia cierta, y que estaba resuelta a descubrir esta Ciencia y sus leyes, y luego dárselas a la humanidad. ¡Qué gozo tan grande debe de haber experimentado cuando su primer alumno le informó que él también había sanado a un enfermo, por medio de sus enseñanzas! He aquí la prueba de que se trataba del descubrimiento de una Ciencia demostrable, y no de un milagro inexplicable. Emerson ha dicho: "Los milagros vienen al milagroso, no al aritmético."
¿Puede haber una aventura más grande para el cristiano de hoy en día que la de estudiar el libro de texto de Mrs. Eddy, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras", y descubrir y probar para sí la ley espiritual, o la verdad, que cura todos los males de la humanidad tan ciertamente como lo hacía en los días de Jesús? El que esto escribe jamás olvidará la alegría que sintió cuando leyó las primeras páginas del capítulo sobre La Oración con que empieza el libro de texto. Se dió cuenta desde un principio que encerraban un mensaje cristiano que había anhelado, quizás sin saberlo, toda su vida.
Seguidamente le vinieron fuertes deseos de aplicar algunas de las verdades que había aprendido a determinado caso de enfermedad u otra forma de discordancia, a fin de comprobar su veracidad en la práctica. No tuvo que esperar mucho tiempo para tal oportunidad, y con el poco entendimiento espiritual que había adquirido leyendo quizás las primeras diez páginas de este inspirado libro, pudo gozar la alegría de su primera curación cristiana. Después de esto, jamás vaciló en preguntar a cualquier amigo sufriente y que no fuera antagónico a la idea de la curación espiritual, si le podía ayudar, logrando en muchos casos hacerlo, con "las señales" acompañantes.
A menudo se oye decir a los principiantes en el estudio del libro de texto, que naturalmente todavía no están preparados para hacerse cargo del trabajo de la curación; que todavía no han gozado del privilegio de la instrucción en clase autorizada, ni tampoco han sido inscriptos como practicistas en The Christian Science Journal. Ahora bien, aunque es verdad que la instrucción en clase y la aceptación por La Iglesia Madre de un practicista de la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la "Ciencia Cristiana". bien puede constituir la feliz meta de todo sincero trabajador, sin embargo ningún estudiante de esta Ciencia debiera considerar que la falta de tales privilegios lo incapacitan para la sagrada obra de la curación.
En Ciencia y Salud (pág. 37), leemos: "Posible es,—sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer,—seguir en cierto grado el ejemplo del Maestro por la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad. Los cristianos pretenden ser sus seguidores, pero ¿le siguen acaso de la manera que él mandó? Oíd estos imperiosos mandatos: '¡Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto!' '¡Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura!' '¡Sanad enfermos!' "
Conviene notar las palabras de Mrs. Eddy con que comienza el párrafo anterior. Se refiere al "deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer", de ocuparse de la gran obra de la curación cristiana. Muchas madres juiciosas están inculcándoles a los niños el deseo de hacer su propio trabajo sanador, y de no pedir ayuda a sus padres o a otras personas, a menos que la lucha contra el error les parezca demasiado dura.
He aquí otro buen consejo para los maestros de las escuelas dominicales: ¿Están ellos inspirando a los alumnos para que sanen a los enfermos? ¿Les están alentando a reconocer que cada estudiante de la Christian Science tiene un paciente, a saber, él mismo? Cada cual debe vigilar con júbilo la mejoría de su paciente. Mediante su entendimiento de Dios, y de la relación del hombre con Dios, el alumno no solamente debiera poder sanar el dolor, la tos, los resfriados y otras dolencias corporales, sino que también debería poder vencer el temor, las dificultades en los estudios, las desavenencias entre los compañeros, y demás. Con semejante preparación, indudablemente el niño, al llegar a una edad madura, se convertirá en un buen sanador. Es muy probable que cuando se le presente la oportunidad de ayudar a otro, no se excusará, diciendo que no sabe bastante para sanar y recomendando al enfermo que acuda a un practicista ya autorizado.
¿Habrá entre los lectores de estas líneas alguno que esté lamentándose de que en la comunidad donde vive no haya ningún practicista autorizado de la Christian Science? ¿Acaso ha dicho alguna vez: "Es natural que la Christian Science no adelante aquí porque no tenemos a nadie con bastante preparación para sanar"? ¡Qué declaración tan equivocada! ¿Dónde está el estudiante sincero y aplicado de la Biblia y de nuestro libro de texto, que sea a la vez suscriptor de nuestra literatura, apreciándola como es debido, que no esté reflejando, consciente o inconscientemente, en sus pensamientos y su manera de vivir, algo de las grandes verdades sanadoras que enseña la Ciencia.
Resuelva ahora mismo el que tal declaración hace, jamás cerrar la puerta a la oportunidad que se le presenta de unirse a las grandes huestes de Científicos Cristianos que están trabajando y demostrando la Christian science, y cuya gozosa tarea es restablecer y llevar adelante la curación cristiana. Nuestra Guía ha señalado a sus seguidores esta meta (Pulpit and Press, pág. 22): "Si las vidas de los Científicos Cristianos atestiguan su fidelidad a la Verdad, pronostico que durante el siglo veinte todas las iglesias cristianas en nuestro país, y algunas en tierras lejanas, han de llegar a entender la Christian Science lo suficiente para sanar al enfermo en su nombre [en nombre de Cristo Jesús]." ¿No debiera ser esto una fuerte llamada a la acción?