Imaginaos a un pequeño barco navegando por sobre las alborotadas olas del mar, batido por violentos vientos, al parecer impotente bajo la pavorosa fascinación de los elementos turbulentos. Un pequeño grupo de viajeros a bordo teme por la seguridad del barco. Uno de ellos duerme. Es Cristo Jesús. Los otros se le acercan y con gran angustia y consternación le dicen (Mateo 8:25): “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”
Jesús se levanta, mas no teme. Percibe lo que los elementos tratarían de llevar a cabo, pero los acalla. Y una vez más prevalece la paz, y el pequeño barco navega sobre un mar plácido hacia la destinación escogida. Tal fué la autoridad del Cristo que demostró Jesús.
¡Cuán parecido al pequeño barco sacudido por un mar embravecido es aquel que necesita ser sanado! ¡Cuán semejantes a aquellos viajeros son los que contemplan con gran temor los momentos de dificultad! Pero ahora, tal como entonces, el Cristo puede acallar la tempestad y calmar el agitado mar del temor.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!