Imaginaos a un pequeño barco navegando por sobre las alborotadas olas del mar, batido por violentos vientos, al parecer impotente bajo la pavorosa fascinación de los elementos turbulentos. Un pequeño grupo de viajeros a bordo teme por la seguridad del barco. Uno de ellos duerme. Es Cristo Jesús. Los otros se le acercan y con gran angustia y consternación le dicen (Mateo 8:25): “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”
Jesús se levanta, mas no teme. Percibe lo que los elementos tratarían de llevar a cabo, pero los acalla. Y una vez más prevalece la paz, y el pequeño barco navega sobre un mar plácido hacia la destinación escogida. Tal fué la autoridad del Cristo que demostró Jesús.
¡Cuán parecido al pequeño barco sacudido por un mar embravecido es aquel que necesita ser sanado! ¡Cuán semejantes a aquellos viajeros son los que contemplan con gran temor los momentos de dificultad! Pero ahora, tal como entonces, el Cristo puede acallar la tempestad y calmar el agitado mar del temor.
Y lo único que debemos hacer en todo momento es dejar que el Cristo, la idea espiritual de Dios, se vea representado en nosotros. Entonces podremos hacer frente a nuestros problemas con la completa seguridad de que el Cristo nos ayudará lo mismo que a ese pequeño grupo hace más de mil novecientos años.
Era normal y natural que los discípulos pidieran a Jesús que los salvase. Habían sido testigos muchas veces antes de la habilidad que poseía Jesús, el Mostrador del camino, de ejercer la autoridad del Cristo sobre las circunstancias adversas. Con toda razón esperaban ser salvados, visto que Jesús les había enseñado que el poder de Dios, el Cristo, la Verdad siendo infinitamente bueno, no puede causar los desastres o la muerte.
Los problemas que hoy confrontan al mundo puede que sean diversos en muchos aspectos a los de un grupo de personas a bordo de un pequeño barco a la deriva en el mar, en peligro de verse abatido por violentos temporales. Pero los problemas de hoy son tan verdaderos y tan atemorizantes para el pensamiento que aún no ha sido tocado por el Cristo sanador y salvador como los de aquel entonces.
Pero algunos puede que digan que Jesús no está presente ahora para usar la autoridad del Cristo para salvarnos tal como salvó en su época a sus discípulos y a otros. ¿ Cómo podemos apelar a él tal como lo hicieron ellos? La respuesta a esta pregunta puede ser hallada en el estudio y la aplicación de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”.. En la Ciencia, el Cristo ejerce una autoridad completa y perpetua de manera que es capaz de sanar a la humanidad y salvarla de los males a los cuales es heredera la carne.
En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” Mary Baker Eddy define al “Cristo” así: “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (pág. 583). El Cristo, siendo divino, está siempre tan presente como lo está Dios. El Cristo presenta el concepto verdadero del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, y este concepto verdadero trae a la luz la salud y la seguridad donde y cuando la mentira de la enfermedad o el peligro desearía asentar su presencia y poder.
La Christian Science está enseñando a sus estudiantes cómo deben utilizar la autoridad del Cristo cuando deben habérselas con las pretensiones del error; en otras palabras, les enseña a percibir lo que es el error y lo que pretendería ser capaz de hacer, y luego impedir, tal como lo hizo Jesús, que el error lo lleve a cabo.
En Ciencia y Salud, nuestra Guía aconseja a sus seguidores lo siguiente (pág. 395): “Al igual que el gran Modelo, el sanador debiera hablar a la enfermedad como quien tiene autoridad sobre ella, dejando que el Alma domine los falsos testimonios de los sentidos corporales y defienda sus derechos contra la mortalidad y la enfermedad.”
El pecado, la enfermedad y la muerte no son más verdaderos hoy que en el tiempo de Jesús. Si hubiera un vestigio de verdad en este trío tendría que haber sido creado por Dios. Y no habría sido posible que Jesús utilizara la autoridad del Cristo para destruir algo que Dios había creado originalmente. De manera que nosotros podemos, tal como nos lo enseña la Christian Science, clasificar sin temor a la inarmonía como una suposición, que no tiene realidad, poder o lugar, ni puede identificarse con persona alguna, y que carece de autoridad.
La misión sanadora y salvadora del Cristo corrige y cambia sólo las creencias falsas. Jamás destruye aquello que es verdadero. Por ejemplo, en el caso de los discípulos a bordo del pequeño barco, Jesús no destruyó al viento y al mar para poderlos calmar. Meramente anuló las creencias falsas acerca de ellos trayendo a la luz la armonía y la perfección del gobierno de Dios. Cada curación que Jesús llevó a cabo fué hecha sobre esta base.
La autoridad del Cristo no conoce las barreras del tiempo o la distancia. El autor de este artículo probó esta verdad durante la segunda guerra mundial. En medio de una epidemia de meningitis cerebroespinal se vió completamente sanado de los efectos físicos de esa enfermedad en un solo tratamiento por un practicista de la Christian Science que vivía a una distancia de mil quinientas millas.
Debemos recordar que nosotros somos espiritualmente inocentes de las pretensiones que la mente mortal asume acerca de nosotros y por nosotros. Nosotros podemos probar específicamente mediante la autoridad del Cristo que no somos capaces de contemplar pensamientos finitos, limitados o de las inarmonías que tienden a limitarnos o perjudicar nuestras actividades, ya fueren estas la enfermedad, las lesiones o el peligro de cualquier especie o magnitud.
Nuestra parte en la demostración del poder del Cristo para sanar y salvar es percibir y reconocer la presencia del Cristo y dejar que su gobierno libre y sin obstáculos nos guíe en todos nuestros pensamientos y actos.
Cuando estamos perfectamente conscientes del Cristo, tal como lo establece Dios, el trabajo sanador se lleva a cabo y las condiciones de nuestra salvación se ven autorizadas y cumplidas.