Jesus no empleaba la seudo fuerza llamada el mal para combatir el mal; por el contrario él empleaba el poder del bien, lo cual finalmente probó su entera supremacía en un grado que no había sido ejemplificado previamente en la escena humana. La presión que él tuvo que soportar estaba por encima de todo lo que los sentidos humanos habían tenido que tolerar hasta entonces.
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