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“Buenas nuevas de gran gozo”

Del número de octubre de 1967 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Quién no siente íntimo entusiasmo al recibir buenas nuevas? Las buenas nuevas alegran el corazón, cumplen con la esperanza que se ha abrigado con paciencia, y abre los manantiales de la gratitud.

La mejor de todas las nuevas está siempre al alcance. Es la gozosa seguridad de que la existencia eterna del hombre está bajo el amoroso cuidado y protección de su Padre, Dios. Esta buena nueva la reciben constantemente aquellos que están dispuestos a oiría. La Mente divina se mantiene siempre activa y envía constantemente el dulce mensaje de la inseparabilidad del hombre con esta Mente.

En esta época de rápidos cambios en los acontecimientos históricos, a menudo parece que hubiera carencia de buenas noticias. Los encabezamientos en los diarios, las noticias radiales y los programas de televisión a menudo dan la impresión de que el mal prevalece y es más poderoso que el bien, y que el hombre se encuentra desamparado frente a las fuerzas del mal.

Nunca es menester que uno acepte estas conclusiones falsas. Por sobre y más allá del aparente conflicto de los asuntos humanos, siempre se puede escuchar la alentadora declaración de que Dios está eternamente bendiciendo a Sus hijos. Por medio del poder del Cristo, la Verdad, los hombres adquieren la habilidad para reflejar la bondad y el tierno cuidado de Dios y probar que Él verdaderamente cumple Sus promesas y guía a los hombres en el camino por el cual deben de andar.

Estas buenas nuevas se les presentaron en todas las eras desde los tiempos bíblicos a los que estaban espiritualmente preparados para recibirlas. El profeta Jeremías las proclamó cuando anunció el nuevo pacto que Jehová hiciera con los hijos de Israel cuando dijo (31:33, 34): “Pondré mi ley en sus entrañas, y en su corazón la escribiré; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo; y no enseñarán más cada cual a su compañero y cada cual a su hermano, diciendo: ¡Conoce a Jehová! porque todos ellos me conocerán, desde el menor de ellos, hasta el mayor de ellos, dice Jehová”.

Esta confirmación de la habilidad que poseen los hombres para conocer y comprender a Dios es, por cierto, una de las nuevas de mayor gozo que jamás hayan sido impartidas por el Amor divino. Cuando se la toma en cuenta, disipa el pensamiento que considera a Dios como remoto, inconocible e inaccessible y al hombre como ignorante y desamparado. Nos capacita para reemplazar los conceptos falsos con la comprensión de que Dios está eternamente presente y es el Amor universal, y de que el hombre es Su imagen inteligente, siempre consciente de su unidad con la Mente divina.

Esta eterna buena nueva se presenta a cada persona de la manera que mejor responde a sus necesidades. A los pastores judíos se les presentó como el anuncio de que sus más caras esperanzas se verían cumplidas. Por generaciones sus compatriotas habían estado esperando el advenimiento del Mesías prometido. Finalmente, en una apacible noche sus más caras esperanzas se vieron cumplidas.

El ángel del Señor se presentó a los pastores cuando éstos vigilaban su rebaño, y “el ángel les dijo: ¡No temáis! pues, he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo, el cual será para todo el pueblo de Dios; porque hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el cual es Cristo, el Señor” (Lucas 2:10, 11).

Las buenas nuevas de las cuales habla Lucas han continuado regocijando al mundo cristiano a través de los siglos. Proporcionó consuelo, dirección, y por un tiempo, curación a incontables millares de personas. Pero el significado absoluto de las buenas nuevas se tornó confuso a la percepción humana y su poder sanador llegó a ser menos real para la consciencia humana a medida que fueron pasando los años. El poder había estado allí siempre, las buenas nuevas jamás habían cambiado, pero la humanidad lo leía menos claramente, lo comprendía con más dificultad, hasta que nuevamente fueron proclamadas en toda su pureza por una mujer de Nueva Inglaterra en el siglo diecinueve.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana Christian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. escribe en Retrospección e Introspección (pág. 26): “Jesús de Nazaret fué un Científico natural y divino. Así lo era antes de que el mundo material lo viese. El que antecedió a Abraham y dio al mundo una nueva fecha en la era cristiana, fue un Científico Cristiano que no necesitaba el descubrimiento de la Ciencia del ser para reprobar la evidencia. Sin embargo, para uno ‘nacido de la carne,’ la Ciencia divina debe ser un descubrimiento. La mujer debe darla a luz”.

El verdadero significado de la historia de la Navidad fue oído y declarado por ella en la forma que mejor había de ajustarse a las necesidades de su época y a las necesidades de todas las épocas futuras. Mrs. Eddy lo expuso nuevamente en la genuina pureza espiritual que encierra, contemplando el nacimiento de Jesús no sólo como un acontecimiento humano de gran importancia sino también como la revelación de la Verdad espiritual, al reconocer y aceptar al Cristo.

Esta importante distinción entre el Jesús humano y el Cristo espiritual y eterno que Jesús vino a manifestar, ha capacitado a millares y millares de personas a avanzar más allá del mero concepto que el mundo tiene acerca del hombre, hacia la aceptación de su verdadera relación con Dios como Su hijo, y a demostrar las cualidades que se derivan de Dios y que han sido divinamente otorgadas al hombre.

Estas buenas nuevas que traen consigo poder para sanar exclusivamente por medios espirituales, son declaradas a cada instante en muchas partes del mundo por una multitud de devotos trabajadores. Junto con la buena nueva portadora de la eficacia sanadora de la Verdad y del Amor divinos, vienen las buenas nuevas que cuentan de enfermedades que han sido sanadas, de problemas que se han solucionado, de pecados destruidos — y por lo tanto perdonados —, y aun hasta de victoria sobre la muerte.

“Buenas nuevas de gran gozo” se ve que ahora acompañan constantemente a la sinfonía de la vida diaria en lugar de constituir un fenómeno ocasional. Estamos aprendiendo más y más que, en las palabras de un himno familiar (Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno No. 391):

el “gran evento divinal” ocurre ahora, y es Amor.

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