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[Original en español]

Un día aproximadamente a las...

Del número de octubre de 1967 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día aproximadamente a las seis de la tarde recibí una llamada telefónica de larga distancia comunicándome que mi hermano menor se encontraba gravemente enfermo debido a un envenenamiento de sangre. Me dijeron además que su sangre era de un tipo tan raro que aunque se habían solicitado donantes por las estaciones de radio locales, éstos no habían aparecido. El caso se daba como perdido y me informaron que si no me apresuraba a ir no lo encontraría vivo. Todo tratamiento médico se había suspendido. En ese momento me encontraba a dos mil quinientos setenta y cinco kilómetros de distancia.

En aquel mismo instante comencé a orar fervientemente declarando que el hombre es “la idea compuesta del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espiritual de Dios; la representación completa de la Mente”. Ésta es la definición del hombre que da Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en la página 591 de su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.

Hice los arreglos necesarios para salir de una ciudad que estaba a más de sesenta y cuatro kilómetros de Nueva York y conseguir allí un pasaje por avión para Puerto Rico. La forma en que todo se desarrolló fue maravillosa. Parecía como si un ángel hubiera ido delante de mí dándome la fuerza espiritual para movilizarme con facilidad y conseguir el dinero para el pasaje y un boleto de ida en un avión que salía inmediatamente. Luego de un vuelo sin dificultades, llegué al aeropuerto de San Juan donde conseguí asiento en un automóvil que salía en esos momentos para la ciudad donde se encontraba mi hermano.

Durante el viaje no hice otra cosa que aferrar mi pensamiento a la verdadera identidad de mi hermano como el hombre de la creación de Dios. La Biblia declara (Génesis 1:26 y 27): “Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza ... De manera que creó Dios al hombre a su imagen, a la imagen de Dios le creó”. En la página 475 de Ciencia y Salud leí la pregunta que dice “¿Qué es el hombre?” y su respuesta, la cual incluye la verdad de que “el hombre no es capaz de pecar, enfermar y morir”. En todo momento rehusé admitir lo que los sentidos humanos pretendían hacerme creer.

A las once de la mañana del día siguiente pude llegar al hospital en que estaba mi hermano. Allí me encontré con personas que comentaban el franco estado de mejoría que había experimentado mi hermano después de las seis de la tarde del día anterior. Mi llegada fue para ambos un feliz encuentro. La enfermera me dijo que mientras mi hermano estaba inconsciente me llamó varias veces por mi nombre pidiéndome que orara por él. Después de su rápida recuperación, las autoridades del hospital lo tuvieron tres días en observación. No se le administró tratamiento médico y yo permanecí en el hospital durante esos tres días orando por él.

Esta experiencia fue para mí una demostración palpable del poder de la oración y de su efecto sanador, tal y como se enseña en la Ciencia Cristiana. Fue en aquel momento que tomé la determinación de dedicar mi vida al servicio de la Iglesia Científica de Cristo. Estoy profundamente agradecida a la Ciencia Cristiana por la forma en que ha rehecho mi vida.


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