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Capital y trabajo

Del número de enero de 1968 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La sola mención de estas dos palabras en conjunto trae al pensamiento humano el recuerdo de fricción y tensión. La frase parece despertar en uno u otro grupo la sensación de algo incompleto, de estar desprovistos de sus plenas recompensas en razón de la dependencia forzosa de uno sobre el otro. La mente humana ha llegado a contemplarlos como dos fuerzas sociales y económicas antagónicas entre sí.

La causa de esta actitud poco feliz, es propia del concepto material falso que declara que el capital es el dinero, y que el trabajo es fundamentalmente la acción del músculo, cada uno buscando sólo su propia conveniencia sin importarle los intereses justos del otro. Más aún, este concepto sostiene que la protección de los métodos agresivos que utilizan el uno contra el otro, sólo puede hallarse en la reacción contraria de una agresividad todavía mayor.

La Ciencia Cristiana
Christian Science: Pronunciado Crischan-Sáiens. revela que la insatisfacción crónica que cada uno de ellos padece respecto a su propio destino es innecesaria, porque es totalmente irreal; revela el concepto verdadero sobre el capital y el trabajo, su mutua relación, y la seguridad de que el uno obtenga ricas retribuciones con la ayuda del otro.

Esta Ciencia pone en claro el hecho de que todo el bien proviene de Dios, y que por lo tanto, es espiritual; que nunca es necesario emplear ningún método de agresividad material para que uno consiga su porción justa del bien, ni que tales métodos puedan privarlo a uno de su plena participación; que el hombre, la imagen y semejanza de Dios, trabaja y recibe su recompensa aplicando la inteligencia reflejada, aunque la mente mortal clasifique su trabajo como un esfuerzo intelectual o una labor física.

De esto se desprende, que nuestro verdadero capital es nuestra inteligencia, nuestro reflejo de la cualidad primaria de la Mente omniactiva, o el Amor divino. Nosotros invertimos este capital al expresarlo hacia uno y hacia todos. No puede permanecer ocioso, pues exige que se lo invierta, y en tanto lo hagamos, disfrutaremos de las ricas retribuciones y satisfacciones que resultan de haberlo utilizado. Esta inversión no corre riesgos ni es posible que sufra pérdidas.

¿Y cuál es el verdadero trabajo? Es la labor de reflejar las cualidades de Dios. A esta actividad se le da plena libertad y una perspectiva infinita por medio de la ley de Dios, ley bajo la cual funciona, la que se encarga de que el reflejo espiritual sea el medio de realización único y permanente para el hombre. La inteligencia, entonces, es también nuestro factor de producción; no puede ser apropiada por los individuos, ni colectivamente por el estado; pero puede ser reflejada — utilizada — por todos. La ley de Dios asegura plenas retribuciones al utilizarla, sin incertidumbre, paro, fricción o demora.

Es evidente, entonces, que el capital y el trabajo, en su significado verdadero, o espiritual, se fusionan el uno con el otro, en origen, en función, en su esfera de acción, y en los beneficios que reportan. El uno sin el otro existiría meramente como una promesa incumplida, y no como la realidad práctica del bien. Ni tampoco puede el uno cerrar las puertas al otro, apartar su contribución de la totalidad del esfuerzo y la realización, ni interferir con los legítimos intereses del otro, sin robarse a sí mismo, de sus propios derechos y recompensas. Ambos existen y funcionan en virtud del Cristo, la Verdad, bajo su justicia imparcial y su exclusiva jurisdicción.

En realidad, el capital y el trabajo no compiten por las recompensas, sino que las comparten equitativamente, porque las recompensas del Espíritu son espirituales, infinitas y aseguradas por Dios para todos. Deben ser espiritualmente reconocidas antes que puedan tomar formas visibles en la experiencia propia. Ya sea que este reconocimiento tome un día o una hora, tiene poco que ver con la manifestación de la plena recompensa, porque el reconocimiento y la expresión espirituales no se hallan atados al tiempo.

¿No es acaso bajo esta luz que la parábola de Cristo Jesús, aquella de los trabajadores en la viña, puede ser entendida? (Véase Mateo 20.) Este relato ha confundido a muchos, porque desde el punto de vista puramente material apenas parece justo el hecho de no pagar más por un día completo de trabajo que por la labor de una sola hora. Ese pasaje de la Biblia explica claramente que no fue ninguna medida de tiempo, sino la generosidad del dueño lo que movió a éste a pagar el salario completo de un día a aquellos a quienes había contratado sólo una hora antes de terminar la jornada. Pero, ¿no puede acaso la parábola enseñar que el tornarse completamente a Dios, haciendo caso omiso del tiempo empleado, puede resultar en una demostración rápida y satisfactoria de la substancia divina y de su manifestación en forma de una recompensa adecuada y abundante?

Sea que trabajemos por un día o por una hora, la recompensa se manifiesta por medio de la inversión devota, confiada y generosa que hagamos de nuestro capital de amor y de inteligencia reflejada. Tal actitud espiritual es nuestra gozosa respuesta a la llamada del Cristo, la Verdad, y no puede permanecer sin recompensa.

Pero trabajar con el pensamiento estrechamente centrado en las recompensas materiales, sin el deseo de alcanzar bendiciones espirituales, las cuales provienen de Dios, y sin la apreciación espiritual de lo que estamos haciendo, es buscar la frustración e insatisfacción. Cristo Jesús percibió este móvil materialista en la gente, cuando dijo (Juan 6:26, 27): “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará”.

Esta admonición del Maestro, es aplicable con igual validez para aquellos cuya manera de pensar respecto al capital, la inversión y el trabajo es completamente material; quienes creen que el dinero es la substancia que puede ser incrementada sin la inversión o la reflexión del amor y de la inteligencia, y quienes, no entendiendo la naturaleza espiritual e inextinguible del verdadero capital, son mezquinos con su inversión.

A los tales, la admonición de Mary Baker Eddy, les resulta de especial significación (Miscellaneous Writings, Escritos Misceláneos, pág. 342, 343): “Buscad la Verdad, y seguidla. Esto os deberá costar algo: estáis dispuestos a pagar por el error y no recibir nada en cambio; pero si pagáis el precio de la Verdad, lo recibiréis todo. ‘Los hijos de este mundo son en su generación más sabios que los hijos de la luz’ [Biblia inglesa]; ellos estudian el mercado, se familiarizan con las normas de conducta de la bolsa de valores, y se encuentran listos para la próxima rueda. ¡Cuánto más deberíamos ser leales a las pocas cosas del Espíritu que pueden hacernos sabios para la salvación!”

Nuestra fidelidad al Cristo, con el amor y la verdadera inteligencia que por medio de él se desarrolla, es nuestro verdadero capital; la aplicación verdadera de este concepto espiritualizado a los problemas de la vida humana es nuestra inversión y nuestro trabajo — un trabajo nunca monótono sino inspirado, nunca fatigoso sino reedificante y sostenedor. Si somos fieles en cuanto a vivir las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, entonces el significado verdadero del capital, del trabajo, la inversión y la retribución aparecerá como fusionado uno con el otro, como inseparable del plan divino para el hombre, el cual está plenamente habilitado para compartir las infinitas riquezas espirituales de Dios.

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