Un muchacho adolescente dijo una vez: “¡La Ciencia Cristiana no da resultado para mí!”
Su amigo le respondió: “La Ciencia Cristiana siempre da resultado, pero los Científicos Cristianos necesitan aplicarla”.
La Ciencia Cristiana tiene un Principio inamovible, Dios, el bien. Opera de acuerdo a reglas fijas establecidas y, por lo tanto, es demostrable. Puede ser aplicada en forma práctica para solucionar los problemas humanos, y al solucionar estos problemas, la Ciencia espiritualiza la consciencia humana y armoniza las relaciones humanas. Tan sencillas son sus enseñanzas, que aun los niños pequeños pueden demostrarlas, y tan profundo es su libro de texto, Ciencia y Salud, por Mrs. Eddy, que los hombres de letras pueden estudiarlo y meditar sobre él durante toda una vida sin que se agote su significado y alcance.
Lejos de ser contraria a las Escrituras, la Ciencia Cristiana concuerda con la Palabra inspirada de la Biblia y revela su mensaje de salvación de una manera clara y bajo una nueva luz. Esta Ciencia hace prácticas las enseñanzas del Maestro, Cristo Jesús, al sanar la enfermedad, el pecado, la carencia y la limitación en la forma que él lo hizo y que recomendó a sus seguidores a hacer. Desde que Mrs. Eddy descubriera esta Ciencia en 1866, el poder de la Ciencia Cristiana ha sido demostrado en miles de miles de casos de curaciones que han sido verificadas.
A la luz de todo esto, ¿cómo puede uno jamás decir, “la Ciencia Cristiana no da resultado para mí?” La necesidad es que nos preguntemos, “¿cómo podemos trabajar por la Verdad? ¿cómo podemos hacer uso de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana para mejorar nuestra consciente unidad con el Amor divino?”
A medida que encontremos las respuestas a estas preguntas, hallaremos que la situación humana se armoniza. Excelencia en las tareas escolares, éxito en los negocios, una vida más completa, se manifiestan cuando ponemos en práctica las cualidades divinas.
“Dios es Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor, infinitos, incorpóreos, divinos y supremos”, dice Mrs. Eddy en la página 465 de Ciencia y Salud. El hombre, como el reflejo de Dios, manifiesta todas las cualidades de Dios, las cuales derivan su origen de estos sinónimos.
Un estudiante, por ejemplo, puede expresar el Principio siendo ordenado y persistente en sus estudios y obediente para cumplir con las instrucciones que se le den. Puede expresar la Mente estando alerta y receptivo en clase. Expresando alegría y tranquilidad en sus tareas escolares puede demostrar la naturaleza del Alma.
Expresando entusiasmo al cumplir con las asignaturas, puede manifestar el Espíritu. Tomando parte activa y espontánea en las discusiones en clase, puede expresar la Vida. Cumpliendo con su trabajo honesta y escrupulosamente, puede dar evidencia de su comprensión de la Verdad. Y expresando amor hacia todos, puede reflejar el Amor.
La Ciencia Cristiana no intenta que el Espíritu, Dios, participe de un problema material como éste. En efecto, para el Espíritu, la materia no existe en absoluto. Entonces, la única manera por la cual un medio espiritualmente mental puede ser aplicado para solucionar un problema humano, es considerando la naturaleza mental de éste y cambiando el concepto mental falso por la realidad espiritual. Mrs. Eddy lo define en forma muy clara en Ciencia y Salud cuando dice (pág. 411): “Las causas productoras y bases de toda enfermedad son el temor, la ignorancia o el pecado”.
Entonces, en lugar de dar tratamiento a un cuerpo enfermo, los Científicos Cristianos tratan al verdadero delincuente: el pensamiento temeroso, ignorante o pecador que se manifiesta en enfermedad o discordancia. A los estudiantes de esta Ciencia se les enseña a destruir el temor, el odio, la deshonestidad, el sensualismo y otras formas de pensamientos que producen las enfermedades. Se les enseña a hacerlo por medio de la comprensión de que en la Ciencia no hay mente mortal para albergar tales pensamientos, sino que hay una sola Mente, Dios, la Mente divina e infinita que el hombre refleja por siempre.
“No puede haber sino una Mente, porque no hay sino un Dios”; escribe Mrs. Eddy (ibid, pág. 469) “y si los mortales no pretendieran tener otra Mente, ni aceptaran ninguna otra, el pecado sería desconocido”. A menudo, sin embargo, la humanidad descuida reclamar la única Mente perfecta, y excusa el fracaso para demostrarla diciendo: “Yo no sé bastante acerca de la verdad” o “no tengo la oportunidad que necesito” o “no tengo suficiente fe”.
En el capítulo cuarto de 2° de los Reyes, se relata una historia que muestra una gran verdad espiritual. El profeta Eliseo le preguntó a una viuda, la cual temía que un acreedor se llevara a sus dos hijos para pagarse de una deuda, “¿qué tienes en casa?” Entonces Eliseo le dijo que usara lo que tenía, que consistía en una vasija de aceite, y de este modo, ella pudo resolver su problema de escasez.
La pregunta podría parafrasearse así: “¿qué tienes en casa — en tu consciencia?” Usando lo que tenemos — las ideas, la fe, las oportunidades, el conocimiento de la Verdad, nosotros también podemos resolver nuestros problemas.
El estudiante que está luchando en la escuela no necesita poseer más células cerebrales o un nuevo profesor, ni necesita cambiarse de clase, o cambiar el medio ambiente a que pertenece, o cambiar a sus padres para obtener mejores calificaciones. Sólo necesita comenzar a usar en su totalidad lo que ya realmente tiene, o sea, las cualidades espirituales de pensamiento que son inherentes al hombre por ser el reflejo de Dios.
A medida que estemos alerta para negar las agresivas y fraudulentas sugestiones que limitarían nuestra demostración de las poderosas verdades de la Ciencia Cristiana, y con entereza reclamemos el derecho que posee el hombre de reflejar la única Mente, entonces nos encontraremos resolviendo los problemas que se nos presentan y podremos declarar: “Sí, la Ciencia Cristiana da resultado”.
