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Morando en la presencia de Dios

Del número de enero de 1968 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia nos dice: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmos 91:1). Luego siguen las promesas de Dios que nos aseguran que seremos protegidos de todo mal. Nos dicen que si habitamos al “abrigo del Altísimo” no nos sobrevendrá mal alguno, pues Dios mandará a Sus ángeles, o intuiciones espirituales, para que nos guarden.

¡Qué promesas tan llenas de gozo y Amor! ¡Ningún mal nos sobrevendrá! Sin embargo, estas promesas no han sido dadas para los que meramente visitan el “abrigo del Altísimo” por un breve período de tiempo cada día, que lo recuerdan sólo de vez en cuando, o recurren a él cuando se encuentran en dificultades. Estas promesas son para los que habitan al abrigo del Altísimo. La palabra “habitar” significa “residir ... morar en un sitio”. El “abrigo del Altísimo” es el santuario de la presencia de Dios. Deberíamos preguntarnos si en realidad hemos hecho un esfuerzo honesto por habitar en este santuario secreto donde el mal no puede entrar.

Durante muchos años la que esto escribe había estudiado este Salmo y meditado en él todos los días antes de llegar a comprender que las promesas que encierran sus versículos dependen de este primer maravilloso versículo o giran alrededor de él. Había sido fácil para ella mantenerse al “abrigo del Altísimo” mientras estudiaba la Lección-Sermón, que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y mientras hacía su trabajo metafísico diario, pero una vez esto terminaba, a menudo abandonaba el “abrigo del Altísimo” y dejaba entrar en su consciencia tales errores como la crítica, el desaliento, el cansancio, el pesar por errores cometidos en el pasado, el temor al futuro, la aversión al trabajo que desempeñaba, un sentido de conmiseración propia, etc.

¿Era de extrañarse entonces que terminara el día sintiéndose agobiada, o podía, con toda honestidad, sentirse sorprendida de que las plagas y dragones que surgían durante el día le parecieran reales y a veces hasta abrumadores? A pesar de que por momentos se acordaba de tornarse a la protección que ofrece la Palabra de Dios, no lograba mantenerse o morar donde estos errores no pudieran alcanzarla. Desde entonces se ha esforzado diligentemente por corregir este error, y los resultados han sido muy satisfactorios.

Una vez se escuchó a un Científico Cristiano decir: “Cuando el camino es muy difícil, me refugio en el Salmo 91 y permanezco allí”. Ésta es una decisión muy sabia, pero ¡cuánta más protección experimentaríamos si aprendiéramos a morar en la presencia de Dios, o sea, al “abrigo del Altísimo”, en vez de refugiarnos en él solo en tiempos de dificultades!

Mrs. Eddy hace esta declaración en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea, pág. 244): “El ‘abrigo del Altísimo’, del cual cantó David, indudablemente es el estado espiritual del hombre creado a la imagen y semejanza de Dios, es el santuario íntimo de la Ciencia divina, al cual los mortales no entran sin esfuerzo o sin amarga experiencia, y en el cual abandonan lo humano por lo divino”.

A menudo creemos que las experiencias difíciles son injustas, y nos preguntamos por qué debemos experimentarlas cuando estamos llevando una vida correcta y pensamos que estamos haciendo humanamente lo mejor posible. No obstante, para progresar, a veces tenemos que estar dispuestos a enfrentarnos con problemas que humanamente parecen difíciles, penosos e injustos, y vencerlos. Puede que se requiera mucha fe, paciencia, estudio y un gran esfuerzo para continuar morando conscientemente en la presencia del Altísimo cada minuto del día.

Cristo Jesús habitó siempre al “abrigo del Altísimo”. Aun a la edad de doce años se ocupaba en los asuntos de su Padre. El relato acerca de las tentaciones que Jesús tuvo que enfrentar durante su experiencia en el desierto, y su manera de reaccionar, nos muestran cuán firmemente afianzado estaba en su conocimiento de la omnipresencia de su Padre. Esto lo protegió de la tentación de ceder en forma alguna a las sugestiones agresivas y malévolas de la mente mortal o carnal.

Jesús enseñó a los hombre a orar en secreto, en el “aposento” de la consciencia que desconoce el mal. En el aposento, o “abrigo”, cerrada la puerta al error, nuestras oraciones no serán para obtener cosas materiales, sino para obtener una mejor comprensión de las ideas espirituales de Dios, las cuales existen ya y de las cuales necesitamos estar conscientes.

En su bellísimo poema “Oración Vespertina de la Madre”, Mrs. Eddy nos dice (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 207):

Bajo Sus alas de poder estoy
y en lo secreto de Su senda voy;
busco y encuentro; y ésta es mi canción:
“Contigo estoy” en guardia y oración.

Vigilando y orando aprendemos, paso a paso, a morar al “abrigo del Altísimo”, la sagrada presencia de Dios. Luego, aunque el camino parezca estar lleno de dificultades, podemos permanecer confiados en que los ángeles de Dios nos están cuidando y dirigiendo, guardándonos en todos nuestros caminos. Ningún mal puede sobrevenimos al cual no podamos hacer frente y vencer por medio de la comprensión y la aplicación correcta del Cristo, la Verdad. Éstas son las promesas de Dios, y Sus promesas siempre se cumplen.

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