En lo profundo de cada consciencia individual, aunque muchas veces escondida y sin reconocerse, se encuentra la buena semilla del pensamiento puro y espiritual que refleja las glorias de la bondad de Dios. Nuestras vidas testifican de la belleza, la armonía y la totalidad del ser verdadero en la medida en que el estudio y la aplicación de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan-Sáiens. nos despiertan a ver el bien que existe, el cual está incluido en nuestra verdadera identidad como idea de Dios.
La parábola del sembrador relatada por Cristo Jesús, nos enseña que la buena semilla, o sea, el pensamiento puro de la verdadera consciencia está vibrante de bondad, y fértil para hacer de la experiencia humana una experiencia fructífera y gozosa. El Maestro enseñó que todo aquel que se identifica con Dios y pone en práctica las cualidades espirituales que reflejan a Dios, la Mente divina, experimenta proporcionalmente la abundante bondad del ser verdadero. Jesús dijo: “El que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mateo 13:23).
Cristo Jesús enseñó que aquel que es puro de corazón, cuyos pensamientos son como los de un niño, y que está hambriento de justicia, despierta a las glorias del reino de Dios que está a la mano. Jesús sabía que el materialismo, el pecado, el orgullo, y la enemistad de la mente carnal son la cizaña que ahogan la buena semilla de un pensamiento puro, e impiden que dé fruto en nuestra experiencia. El Maestro explicó de manera sencilla y profunda que experimentamos el fruto abundante de la semilla en la medida en que nos desprendemos de los errores del carácter humano y los reemplazamos con nuestra verdadera naturaleza a la imagen y semejanza de Dios, el bien. Jesús dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3).
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica que la buena semilla dio fruto en la vida de Jesús debido a su espiritualidad. Dijo en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (págs. 270–271): “La vida de Cristo Jesús no fué milagrosa, sino más bien inherente a su espiritualidad, — la tierra buena, donde la semilla de la Verdad brota y da mucho fruto”.
A menos que nos identifiquemos como ideas del reino del Espíritu, la buena semilla se mantendrá dormida. Mas cuando el corazón se cansa del inestable y desolado sentido mortal de la existencia con sus sufrimientos, angustias, aflicciones y desarmonías, estamos dispuestos y deseosos de conocer el verdadero significado de la vida en la Ciencia, la cual nos torna conscientes de las capacidades ilimitadas del bien que nuestra verdadera identidad refleja de Dios.
A medida que la Ciencia Cristiana cambia nuestro pensamiento y nuestras acciones y los ajusta a la ley de Dios, damos testimonio de la buena semilla de la consciencia verdadera, y nuestras vidas expresan el bien en medida aún mayor. Mrs. Eddy escribe (ibid., pág. 66): “El desarrollo espiritual no nace de la simiente sembrada en el campo de esperanzas materiales; pero cuando éstas se desvanecen, el Amor propaga de nuevo las alegrías más elevadas del Espíritu, que no tienen mácula terrenal”.
En nuestro anhelo por acercarnos más a Dios, preparamos para la buena semilla el terreno de nuestra consciencia. Este anhelo, sin embargo, debe expanderse hasta fomentar y expresar tales cualidades espirituales de la verdadera consciencia como las de amor, humildad, integridad y templanza. A medida que abandonamos los conceptos mortales erróneos por las cualidades espirituales del carácter verdadero, la belleza y la armonía del ser verdadero se revelan. Debemos, paciente y persistentemente, utilizar el poder del Cristo, la verdadera idea de Dios, y así destruir la creencia de que la dureza de la personalidad humana resiste al poder transformador del Espíritu. Despertando a nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios, como Su reflejo, nos tornamos conscientes de la renovación, lozanía y belleza del ser verdadero, con la Mente abasteciendo nuestra verdadera individualidad con Sus propias cualidades y enriqueciendo nuestro concepto de la presencia actual del bien.
¡Qué consuelo es para nosotros comprender espiritualmente que nuestra verdadera identidad incluye por reflejo la buena simiente, y que siempre podemos disfrutar de su buen fruto! En la medida que comprendemos que cada individuo refleja el bien abundante de Dios, el concepto erróneo de carencia, inhabilidad, pérdida, oportunidades limitadas — todo aquello que pretende restringir y limitar nuestro concepto actual del bien ilimitado — se destruye, y así cosechamos los frutos abundantes de salud, felicidad y realización que pertenecen al ser verdadero.
