En su carta a los Filipenses, Pablo dijo (3:13, 14): “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. ¡Cuán inspiradas resultan estas palabras para el cristiano devoto!
Pero uno puede argüir: Me doy cuenta cuán conveniente es no sólo olvidar lo que queda atrás, sino también tener el valor de alcanzar lo que está adelante. ¿Cómo haré para lograr esta manera de pensar? Estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio razonable; estoy bien consciente de lo lejos que me encuentro de alcanzar la perfección, pero ¿qué debo hacer para lograrlo? ¿Cómo debo empezar?
Bien se puede decir que nuestra primera necesidad es la de lograr una verdadera estimación de nosotros mismos, y así entonces estaremos equipados para comenzar el recorrido necesario, reteniendo lo bueno o lo real, y rechazando la falsificación. ¿Cuál es por consiguiente nuestra verdadera identidad, o nuestra verdadera individualidad?
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy comienza su respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?” diciendo (pág. 475): “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre es creado a la imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu. El hombre es espiritual y perfecto; y por ser espiritual y perfecto, tiene que ser entendido como tal en la Ciencia Cristiana [Christian Science]. El hombre es idea, la imagen del Amor; no es corpóreo”.
Aplicando estas verdades a nosotros mismos, aprendemos varios hechos que son vitales. Primero, somos en realidad la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu, y por consiguiente somos ideas espirituales que expresamos a Dios y por lo tanto perfectos. Somos, aquí y ahora, y en todo momento, testigos de Dios, y por lo tanto, somos la manifestación o la expresión de Su perfección. Segundo, no somos corpóreos, y por lo tanto todo pensamiento pretensioso de que moramos en la materia o en nuestros cuerpos, es una mentira y debe ser reconocido y tildado como tal. Y tercero, dado que en realidad reflejamos continuamente la perfección de Dios, el Espíritu, la Mente, debemos ser capaces de expresar todo el bien, sin limitaciones de ninguna especie. En efecto, no podemos manifestar nada menos.
Si nos permitimos escuchar las sugestiones del pensamiento mortal, tendemos a tornarnos repetidamente a los errores y fracasos del pasado, a los éxitos parciales de los cuales sabemos muy bien que siempre han estado lejos de la perfección. El error tiene muchas voces, utiliza muchos y diversos artificios y argumentos; pero ellos son todos semejantes pues tratan de persuadirnos a creer que no tenemos la fuerza ni la inteligencia para producir un resultado perfecto o que somos seres humanos falibles incapaces de esperar la perfección, y que debemos conformarnos con lo mediocre o lo mediano. Esto no es otra cosa que la voz de la serpiente; si la escuchamos, la frustración, el desastre y la miseria surjen como consecuencia inevitable.
¡Cuánto mejor es tornarse a la Ciencia Cristiana, la verdad del ser, para la solución de todos nuestros problemas! No hay problema que no pueda ser resuelto, ni situación que no pueda ser sanada por la correcta aplicación de la verdad, tal como se la enseña en la Ciencia Cristiana. Pero este no debe ser un cambio superficial e indiferente de la manera de pensar. Si queremos obtener algún resultado, nuestro cambio debe ser fundamental; de lo contrario, fracasaremos.
En la página 167 de Ciencia y Salud Mrs. Eddy dice: “No es prudente asumir una posición vacilante o indeterminada, o tratar de valerse igualmente del Espíritu y de la materia, de la Verdad y del error”. Y ella concluye este párrafo diciendo: “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”. De aquí entonces, que debemos buscar y estar satisfechos solamente con la perfección. Este es en realidad nuestro estado verdadero y eterno, dado que nosotros somos la imagen y semejanza de Dios, quien es todo perfección. Jesús expresó este pensamiento en forma completa y terminante en su Sermón de la Montaña (Mateo 5:48): “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.
Entonces, la perfección debe ser nuestro único criterio. ¿Y por qué no? Es nuestro derecho de nacimiento como hijos de Dios. Nuestra entera razón para existir es expresar la perfección de Dios. Para la expresión de Dios no puede haber ningún fracaso o mediocridad. Y mientras más pronto nos demos cuenta de esto y ocupemos nuestros pensamientos con esta realidad, más pronto traeremos la perfección a nuestra experiencia.
Nuestro progreso más allá de las formas de pensar inertes e indolentes variará, naturalmente, en proporción exacta a nuestro éxito individual al combatir aquello que reconocemos como la voz del error con aquello que aprendemos es la verdad del ser. Nunca progresaremos verdaderamente mientras estemos mirando hacia atrás, es decir, hacia los errores y negligencias del pasado. Prestemos verdadera atención a la declaración de Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (páginas 232, 233): “No hay en la Ciencia lugar ni ocasión para error de ninguna clase. Cada día que pasa exige de nosotros pruebas más convincentes y no meras profesiones del poder cristiano. Estas pruebas constan únicamente de la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte por el poder del Espíritu, — como Jesús las destruía. Es este un elemento de progreso, y el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir”.
Tomando especial nota de la oración con que concluye este pasaje, podemos confiar que “ciertamente podemos cumplir” o manifestar la perfección. ¿Por qué habremos de vacilar en reclamar nuestra herencia de perfección como la imagen espiritual de Dios? Debemos tener la seguridad de que cualquier sugestión contraria a esto, es la voz del error, y que como tal, debe ser instantáneamente expuesta y expelida.
Si adquirimos y cultivamos diligentemente el hábito de silenciar la voz del error con la verdad de la capacidad que tenemos como expresión de Dios para manifestar la perfección aquí y ahora, pronto encontraremos que un cambio apreciable toma lugar en nuestra vida de relación. Disfrutaremos de una mejor salud y un mayor éxito en nuestros correctos esfuerzos humanos y nos sentiremos mucho más felices y satisfechos.
El camino es hacia adelante y hacia arriba, no hacia abajo ni hacia atrás a los errores del pasado. “Dios restaura lo que pasó” dijo el sabio Predicador (Eclesiastés 3:15), y seguramente quiso significar que no deberíamos lamentar el pasado sino más bien abandonarlo y eliminarlo de nuestro pensamiento. Ciertamente, la misma palabra “pasado” implica un cambio, decadencia, mortalidad y no tiene nada que ver con el hombre real, perfecto y eterno, el reflejo y la expresión del Dios único, perfecto y eterno.
De manera que cuanto antes dejemos de pensar en el pasado, más pronto estaremos preparados para abrir nuestro pensamiento a la contemplación del reino de los cielos, en el cual estamos y siempre hemos estado morando, aun cuando los sentidos materiales estuvieran muy ocupados diciéndonos lo contrario. A medida que avanzamos, a medida que nuestro entendimiento se profundiza y crece, lograremos un progreso ordenado, una serena eficiencia, una disciplina mental que nos provee de las ricas recompensas de la armonía: una vida más plena y agradable, y una salud mejor.
