En las sociedades primitivas, como en las más civilizadas, los hombres siempre se han preocupado por aquello que hoy en día conocemos por símbolos de prestigio y de posición social. No deja de ser triste el comentario que mucho de lo que la gente ha considerado importante, con el correr del tiempo se ha echado al olvido. Como ejemplo tomemos el reinado de Herodes el Grande, que con toda su grandeza hace ya mucho tiempo que ha quedado reducido a la nada, en cambio, las sencillas enseñanzas de Jesús acerca del reino de los cielos se han difundido por toda la tierra.
La superioridad perdurable de Jesús, en contraste con la de aquellos gobernantes mundanos, se debe a que su misión tenía un origen divino. Su móvil no era la glorificación propia, sino más bien era el de ejemplificar a Dios como Principio divino. Su propósito y objetivo eran demostrar el gobierno de Dios, que lo abarca todo, y obedecer este gobierno. Así fue como él protegió su misión contra todo esfuerzo tendiente a desacreditar y destruir sus enseñanzas.
La misma demanda de glorificar a Dios en vez de glorificar a un concepto material del yo, se exige de todos los seguidores del Mostrador del camino y de todos los Científicos Cristianos. Aquellos que tienen éxito al hacerlo inevitablemente logran superioridad. Son como una “ciudad asentada sobre un monte” (Mateo 5:14). Sus capacidades y triunfos elevan su pensamiento hacia Dios, el Todo, y no a la glorificación personal.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!