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Comprendiendo lo que es importante

Del número de abril de 1969 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En las sociedades primitivas, como en las más civilizadas, los hombres siempre se han preocupado por aquello que hoy en día conocemos por símbolos de prestigio y de posición social. No deja de ser triste el comentario que mucho de lo que la gente ha considerado importante, con el correr del tiempo se ha echado al olvido. Como ejemplo tomemos el reinado de Herodes el Grande, que con toda su grandeza hace ya mucho tiempo que ha quedado reducido a la nada, en cambio, las sencillas enseñanzas de Jesús acerca del reino de los cielos se han difundido por toda la tierra.

La superioridad perdurable de Jesús, en contraste con la de aquellos gobernantes mundanos, se debe a que su misión tenía un origen divino. Su móvil no era la glorificación propia, sino más bien era el de ejemplificar a Dios como Principio divino. Su propósito y objetivo eran demostrar el gobierno de Dios, que lo abarca todo, y obedecer este gobierno. Así fue como él protegió su misión contra todo esfuerzo tendiente a desacreditar y destruir sus enseñanzas.

La misma demanda de glorificar a Dios en vez de glorificar a un concepto material del yo, se exige de todos los seguidores del Mostrador del camino y de todos los Científicos Cristianos. Aquellos que tienen éxito al hacerlo inevitablemente logran superioridad. Son como una “ciudad asentada sobre un monte” (Mateo 5:14). Sus capacidades y triunfos elevan su pensamiento hacia Dios, el Todo, y no a la glorificación personal.

La Ciencia Cristiana traspasa la ilusión de la glorificación propia con la revelación demostrable de que la realidad es creada, constituida y sostenida por Dios. Declara que debido a esto, el hombre es la gloriosa expresión de todas las cualidades y atributos de Dios. Pone ante el estudiante la meta de lograr en su vida diaria, tal como lo hiciera Jesús, la realización de que la individualidad del hombre ha sido dada por Dios, una meta que supera la búsqueda de poder y prestigio personales.

Si nos dejamos impresionar por el amor a la fama, por lo que ella pueda darnos, sería conveniente que tuviéramos cuidado de no ser engañados por algo que es pasajero y que es indigno de confianza; ya que después de todo, si nos dejamos impresionar por un nombre famoso, también podría suceder que nos dejemos impresionar por el nombre de una enfermedad. Es un asunto muy diferente reconocer el éxito de otra persona y sentirnos inspirados, cuando vemos en esto un indicio de la capacidad imparcial que tiene la Mente divina para aumentar y multiplicar el bien.

La Ciencia Cristiana capacita a sus adherentes para percibir aquello que sea verdaderamente importante y que sea digno de obtenerse y apreciarse. Debido a que en la Ciencia Cristiana el estudiante aprende que Dios y Sus ideas constituyen la única substancia verdadera, se deduce que el estudio consecuente y la práctica de esta religión nos hagan menos superficiales de lo que seríamos sin ella, que nos ayuden a discernir el significado profundo de la existencia humana y que nos hagan buscar el bien propio en el ajeno.

El Científico Cristiano sabe que no está procediendo correctamente si lo único que busca son fines materiales, pues su único propósito debe ser el de demostrar la superioridad del Espíritu. De la misma manera que el cristianismo primitivo empezó a perder su importancia y su eficacia cuando se introdujeron prácticas paganas, así también el Científico Cristiano debe estar alerta para que su concepto individual de existencia y de valores humanos no se vuelva materialista. Mrs. Eddy nos dice en Ciencia y Salud: “Suprimid la riqueza, la fama y las organizaciones sociales, que no pesan ni un ápice en la balanza de Dios, y se obtendrán vistas más claras del Principio” (pág. 239).

El Científico Cristiano nunca intenta materializar las cosas del Espíritu porque está sinceramente tratando de demostrar la nada de la materia y la totalidad del Espíritu. Esto no quiere decir que las ideas de Dios — afluencia, salud, sabiduría y aptitud — sean vagas o intangibles. Éstas son concretas, son realidades siempre presentes, y como emanan de Dios son imperecedoras e ilimitadas. El tratar de demostrar un concepto material de abundancia, salud, y bienestar, no es Ciencia Cristiana.

Al adherente de esta Ciencia sólo le interesa hacer la voluntad de Dios. Sabe que la voluntad de Dios expresa perfección, plenitud de gozo, y bondad ilimitada. Por medio de su acción, estas realidades son sacadas a la luz como omnipresentes, infinitas y universales.

No es lo que el ser humano demanda de Dios lo que es importante, mas lo que es importante es lo que Dios demanda del individuo. Especificar que esto y aquello debe hacerse en determinado tiempo cuando se busca ayuda en la Ciencia Cristiana, que debe realizarse para cierta fecha, o que hay que cumplir con cierto requisito, no es el camino de la Verdad. Por el contrario, uno debe preguntarse: ¿Qué puedo hacer para ser un testigo más transparente y positivo de la Verdad?

La respuesta siempre llega; pero no siempre la escuchamos y la obedecemos porque los sentidos materiales buscan una respuesta material. Las respuestas de Dios son espirituales, y Sus ideas espirituales, aunque divinamente mentales, son en realidad tangibles al pensamiento espiritualizado.

Un practicista de la Ciencia Cristiana recibe a menudo peticiones como éstas: “Necesito tener cierta suma de dinero para tal fecha”, o, “Tiene que manifestarse un cambio en mi condición física”, o, “Necesitaré una casa o un apartamento dentro de poco”. El Científico Cristiano sabe que en cada situación lo que es importante no es tanto el alivio de la condición física como la espiritualización del pensamiento, y esto a la vez capacita al que solicita ayuda a estar consciente de su unidad con Dios — que es la fuente de todo bien y de toda vida. Cuando esto se alcanza, invariablemente la curación se efectúa.

Al obrar así no podemos ser influenciados por la evidencia de los sentidos materiales, que es ilusiva y carece de importancia, ni tampoco buscamos resultados materiales. Las siguientes palabras de Pablo son un recordatorio muy útil: “No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios” (Efesios 6:6).

Mrs. Eddy describe bellamente la manera correcta y segura de demostrar la Ciencia Cristiana cuando dice en Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos pág. 185): “La renunciación a todo aquello que constituye el llamado hombre mortal, y el reconocimiento y logro de su identidad espiritual como hijo de Dios, es Ciencia que abre las compuertas mismas del cielo de donde fluye el bien hacia todas las vías del ser, purificando a los mortales de toda impureza, destruyendo todo sufrimiento, y demostrando la verdadera imagen y semejanza. No hay otro camino bajo el cielo por el cual podamos salvarnos, y por el cual el hombre pueda revestirse de poder, majestad e inmortalidad”. A medida que practiquemos el espíritu de estas palabras, estaremos reconociendo y demostrando aquello que verdaderamente es importante.

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