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Fue con mucha alegría que presencié...

Del número de abril de 1969 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Fue con mucha alegría que presencié la curación por la Ciencia Cristiana de un caso mental. Mi madre se sintió presa del desaliento y de la indiferencia y se volvió física y mentalmente inactiva. Siendo yo su pariente más cercano fui quien tuvo que hacerse cargo de ella. Al mismo tiempo fue internada en una institución para ancianos Científicos Cristianos.

Poco después pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que la ayudara. Yo hablaba con la practicista todos los días y ella me mencionó muchas verdades que me ayudaron mucho cuando me sentía aterrorizada. Me alentó a apoyarme en las palabras de Mrs. Eddy que nos da en Pulpit and Press (Púlpito y Prensa, pág. 3): “Sabed, pues, que poseéis poder soberano para pensar y obrar correctamente, y que nada puede privaros de esta herencia e infringir el Amor”.

A veces la enfermedad se presentaba en forma de temor, de odio, resistencia a hablar, insultos, beligerancia y alucinaciones. Pero la practicista y yo continuamos orando y manteniéndonos firmes en la Verdad. La practicista me aseguró que toda oración científica es positiva.

Una de las primeras señales de recuperación que comenzó a manifestarse en mi madre fue que de nuevo empezó a hacer uso de los servicios de mesa para comer, y a demostrar el deseo de vestirse. Más adelante la anormalidad comenzó a ser reemplazada por el deseo de leer una revista, ver una película, hacerse una permanente. Con esto recuperó su disposición para reir y para reanudar el estudio diario de las Lecciones-Sermones estudio que había interrumpido por cuatro meses. Comenzó a mostrar interés por los asuntos familiares y mundiales, recobró su naturaleza agradable, y comenzó nuevamente a asistir a la iglesia — todo esto a una edad que el concepto humano considera avanzada. Ahora se encuentra restablecida.

Mi madre se encuentra tan libre del “olor de fuego” (Daniel 3:27) que no sabe por la prueba que pasó. Contemplé el triunfo de la Verdad. Estoy profundamente agradecida por la perseverancia de la practicista, especialmente porque no contó con cooperación manifiesta de parte de la paciente misma. Estoy muy agradecida a Dios por el Cristo sanador.


Estoy muy agradecida por la curación que mi hija ha relatado. Yo no me di del todo cuenta de la experiencia por la que estaba pasando hasta que mi hija me lo dijo mucho después. Me di cuenta, sin embargo, que la sensación que experimentaba acerca de mi ambiente, y el temor y el resentimiento que había estado albergando en mi consciencia, gradualmente fueron dando lugar a un sentido de gratitud por las bendiciones que estaba recibiendo.

“Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo” (Salmo 92:1).

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