¿Cuál es su nombre de familia? Esta pregunta podría contestarse de muchas maneras si tomáramos como base la nacionalidad y los antecedentes humanos. Sin embargo, fundamentalmente todos y cada uno de nosotros tiene un denominador común — un linaje universal. Todos pertenecemos a una sola familia y tenemos un solo nombre de familia. Mary Baker Eddy dice en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 515): “Hombre es el nombre de familia para todas las ideas, — los hijos y las hijas de Dios”. Entonces, usted y yo, somos este hombre — el reflejo perfecto y espiritual de Dios — todos somos uno en la substancia indivisible del Amor divino.
¡Qué maravilloso es saber que todos los hombres no son meramente amigos sino que en realidad son parientes cercanos — hermanos y hermanas viviendo en la armonía perpetua de la omnipotente ley divina!
La familia de Dios es Su universo de pensamientos o ideas espirituales. Él es Mente infinita, entonces, evidentemente Su creación tiene que estar compuesta de fenómenos espiritualmente mentales, todos testificando del amor y de la armonía de la naturaleza divina. Los hijos de Dios no son ni infantiles ni inmaturos, mas son conceptos divinos completamente desarrollados, que han existido eternamente en la substancia del Espíritu, el Alma.
En una ocasión le dijeron a Cristo Jesús que su madre y sus hermanos lo buscaban. Y él respondió: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3: 33–35) .
Jesús contemplaba a toda la creación como una idea espiritual, gobernada por la voluntad omnipotente de Dios. Sentía una unidad, o unión, con todas las identidades porque estaba consciente de que sólo había una Mente, y sabía que esta Mente era el Principio que gobierna todo ser. Esto le hizo sentir un concepto universal de familia con todas las ideas de Dios.
Aunque el Maestro firmemente rehusaba identificarse con el concepto humano de parentesco y relaciones, nunca permitió que el concepto científico del origen del hombre lo privara de expresar ternura, consideración e interés por el bienestar de sus familiares y amigos. Aun en la cruz mostró interés por el bienestar de su madre, pues la encomendó al cuidado de Juan, su discípulo. Leemos que le dijo a éste: “He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:27).
El amor que refleja la Mente divina nunca es frío ni abstracto. En nuestro actual nivel de comprensión V demostración debemos expresar las cualidades divinas en nuestra experiencia humana, y la vida familiar es uno de los ambientes más valiosos que nos ofrece la experiencia humana para expresarlas. Aprendemos a amar solamente a medida que paciente y consecuentemente ponemos nuestro yo a un lado por el bien de otros. Vamos volviéndonos más y más a la semejanza de Dios a medida que adquirimos las cualidades divinas, y superamos los defectos en nuestro modo de ser con los cuales muchos tenemos que luchar. Estos defectos tienden a hacerse más evidentes en el hogar que en cualquier otra parte, de modo que es en el hogar donde debemos aprender a desyerbar nuestro jardín mental y demostrar que en realidad somos reflejos del Amor.
A menudo tendemos a criticar mucho más a nuestros familiares que a nuestras amistades casuales. Debido a que estamos con nuestra familia diariamente nos inclinamos a ver sus debilidades humanas y no vemos la realidad acerca del hombre.
La Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. puede cambiar todo esto. Mrs. Eddy nos dice: “La Ciencia Cristiana [Christian Science] despoja el reino del mal y preeminentemente fomenta el afecto y la virtud en las familias y por consiguiente en la comunidad” (Ciencia y Salud, págs. 102, 103). Esta Ciencia produce armonía al revelar la unidad de la Mente. Revela que toda consciencia fluye de la única inteligencia divina. Una comprensión de este hecho primordial tiene un efecto unificador en la experiencia humana. Percibimos que todo pensamiento tiene su origen en el Amor divino. Al considerar a Dios como nuestra consciencia misma estamos virtualmente aceptando al Amor como nuestra Mente, y entonces esto se hace evidente en armoniosas relaciones humanas. Como Pablo lo describe: “Somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25), somos uno en la Vida, en substancia, inteligencia, voluntad y acción. Percibimos que debido a que Dios lo es Todo, nada inarmonioso puede invadir Su omnipresencia, nada puede oponer Su omnipotencia, y nada puede empañar la pureza de Su omnisciencia.
La Mente, Dios, conoce Su familia universal, y es Su conocimiento de nosotros lo que constituye nuestra identidad eterna. Para Dios, todos tenemos un sólo nombre de familia, y este nombre es: hombre. Por lo tanto debemos abandonar el concepto mortal del hombre si es que queremos expresar ese afecto desinteresado que hace nuestra vida familiar algo placentero y valioso. Y, por la misma razón, todos podemos ayudar eficazmente a lograr un concepto universal de fraternidad más elevado a medida que percibimos que la humanidad está incluida en la Mente y que refleja la Mente que es Amor.
Nadie en nuestros tiempos ha laborado con tanta fidelidad y eficacia, como lo hiciera Mrs. Eddy, para promover el elevado concepto de una sola familia universal. Ella nos dice en Ciencia y Salud (págs. 469, 470): “Con un mismo Padre, o sea Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una sola Mente y esa Dios, o el bien, la fraternidad entre los hombres constaría de Amor y Verdad, y tendría la unidad de Principio y el poder espiritual que constituyen la Ciencia divina”.
