Cuando se comienza el estudio de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. se siente nacer dentro de uno, un nuevo y comprensible amor por las Escrituras. Esto es cierto ya sea que se esté familiarizado con la Biblia o se empiece a conocerla.
Muchas veces había leído aquel pasaje bíblico en el que Jesús le dice a sus discípulos que dentro de poco tiempo los dejaría; que lo buscarían mas en ese momento no podrían seguirlo aunque lo seguirían después. Y también había leído estas palabras: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).
A menudo había recibido mucho ánimo de estas bellas y alentadoras palabras de Jesús. Pero un día, debido a iluminación espiritual, la frase “la casa de mi Padre” vino a mi pensamiento. Vi, como nunca antes, la inmensidad de esta “casa” manifestada sólo por la consciencia infinita, la omnipresencia de Dios, el Amor, que llena todo el espacio y anula el tiempo. Percibí que todas las ideas o manifestaciones del Amor tienen su lugar eterno y armonioso en esta presencia, poseyendo todo aquello que la palabra “casa” implica — seguridad, paz y refugio.
Dios dijo por medio del profeta: “Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo” (Isaías 32: 18). Y Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana nos da la siguiente interpretación espiritual del último verso del Salmo veintitrés: “Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [Amor] moraré para siempre” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 578).
La Ciencia Cristiana interpreta la ley del Amor divino y provee el remedio para toda necesidad humana en una forma que la humanidad pueda comprender. Cuando por medio de nuestro estudio de la Ciencia, percibimos que Dios, el Amor, es Todo-en-todo, somos guiados a conciliar nuestras oraciones con esta enseñanza de Jesús: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).
Y cuando estemos preparados para someter nuestra voluntad humana a “la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2), encontraremos la solución al problema de vivienda, ya se trate de una vivienda pequeña o inadecuada. En proporción a nuestro entendimiento espiritual y a nuestra obediencia a la ley del Amor, se nos proveerá la vivienda necesaria y adecuada.
Por ejemplo, consideremos la existencia humana de Jesús. El pesebre, el aposento alto, aun la montaña donde le gustaba descansar, todo esto fue una demostración de la providencia del Amor divino. Estas provisiones parecerán muy escasas si las comparamos con lo que se hubiese deseado desde el punto de vista de nuestros más exigentes gustos modernos. Pero satisfacieron la necesidad del momento; y, sobre todo, demostraron la operación del Principio divino, el Amor, el mismo Principio que opera hoy en día y que se demuestra por medio de la Ciencia Cristiana.
La vislumbre de nuestro lugar apropiado en la consciencia del Amor — “el abrigo del Altísimo” (Salmo 91:1) — también nos hace estar conscientes de nuestras responsabilidades y de nuestro deber para demostrar otro aspecto de “la casa de mi Padre” — la idea espiritual, la Iglesia — que está representada por esa institución a la que conocemos como la Iglesia Científica de Cristo.
En Ciencia y Salud (pág. 583) Mrs. Eddy da la siguiente definición de Iglesia:
“La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él.
“La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza humana, despertando el entendimiento dormido de sus creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y a la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”.
Todo adherente a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana tiene el derecho y el deber de expresar el deseo de morar en la casa del Padre haciéndose miembro de La Iglesia Madre y de una de sus filiales. Nuestra amada Guía nos asegura en el Manual de La Iglesia Madre: “Dios requiere todo nuestro corazón, y El proporciona, dentro de los anchurosos canales de La Iglesia Madre, ocupación suficiente e ineludible para todos sus miembros” (Artículo VIII, Sección 15).
