El abrigar la verdad de que el Amor que es Dios está siempre presente, es descubrir que Dios nunca abandona a Sus amados hijos. Todos somos en realidad los amados de nuestro Padre-Madre Dios, y todos estamos unidos en esa divina relación filial la que se manifiesta en una cálida hermandad humana.
El profeta Jeremías escribió (31:3): “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Estas palabras regocijan el corazón y nos ayudan a sentir la profunda ternura que Dios siente por nosotros. La gran solicitud del Amor nos envuelve y satisface nuestra continua necesidad de amar v ser amados.
En Ciencia y Salud (pág. 54) Mrs. Eddy habla de Jesús así: “De acuerdo con la amplitud de su puro afecto definió el Amor”. Para estar verdaderamente satisfechos con el Amor divino, para sentir su presencia, y reconocer su poder, es necesario que comprendamos al Amor como Dios. A menudo buscamos el amor en una personalidad finita, mientras que el amor se encuentra en la expresión de cualidades divinas. Debemos aprender a diferenciar entre el verdadero concepto del amor y el falso.
Las creaciones ilusorias de la imaginación, que anublan la consciencia humana, deben ser destruidas para que así pueda manifestarse la expresión de amor sincero en toda su sencillez, profundidad y pureza. La tendencia a ser conmovidos con demasiada facilidad indica falta de control sobre nuestros sentimientos. La emoción que implica una sensibilidad excesiva puede vencerse con la comprensión de que el Amor es Espíritu. Pero, si tratamos de controlar la emoción por medio de la voluntad humana, no tardaremos en sentir una sensación de vacío en nosotros y en nuestra experiencia. Reprimir nuestros afectos no es correcto y esto puede producir en nosotros indiferencia o frialdad, tornando la existencia en estéril y pesarosa. ¡Nuestra necesidad no es la represión sino la purificación — la elevación espiritual! La purificación de nuestros sentimientos nos trae gran regocijo.
La comunión con el Amor divino, la fuente del amor verdadero, revela lo mejor en nosotros, nos conduce hacia aquellos compañeros que tienen las mismas cualidades y gustos, e impele nuestro desarrollo espiritual hasta que encontramos nuestra perfección en Dios, el Espíritu, como Su reflejo o idea espiritual y perfecta.
El Salmista dijo: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11), y nosotros decimos con él: “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente” (versículo 9).
Es nuestra falta de firmeza lo que a menudo nos impide mantener el concepto de que el Amor divino está siempre presente, que continuamente nos rodea, nos sostiene y protege. Debemos retener la visión de lo Divino que ya hemos vislumbrado gracias al sentido espiritual, y que podemos mantener por medio del entendimiento espiritual que nos dan el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana. Para retener esta visión, debemos mantener nuestro pensamiento alerta, activo y firme.
Un día, la que escribe se encontraba en una isla pequeña y muy bonita situada en el océano índico y que estaba rodeada por un arrecife coralino. Muy confiada y gratamente impresionada nadaba en las límpidas aguas de una playa llamada “Bahía Azul”. ¡Se sentía llena de gratitud a Dios! El agua, tan serena, bonita y tan en calma en su transparencia color turquesa, y que contrastaba con el azul profundo del mar turbulento más allá del arrecife, le dio una sensación de seguridad y protección. No obstante, la bahía encerraba un gran peligro. Solamente se podía nadar cuando la marea bajaba ya que en el arrecife había un hueco a través del cual entraban los tiburones cuando subía la marea. Ella se dio cuenta de que esto ilustraba cómo los pensamientos negativos penetran subrepticiamente nuestra consciencia y entristecen nuestras vidas si no estamos en guardia para reconocer que el Amor divino está siempre presente. A menudo el magnetismo animal, esto es, el concepto mortal y material de vida, nos seduciría haciéndonos responder a una atracción falsa, que conduce inevitablemente a la idolatría.
La atracción física a menudo lleva a los mortales hacia la tentación, y los hace pasar por crueles experiencias. Es necesario que con el pasar de los años nos tornemos más conscientes del resplandor del Alma, un resplandor que refleja el fulgor divino, un fulgor que nunca puede ser oscurecido por la exhuberancia personal de la juventud ni por la decrepitud de la vejez.
Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 60): “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y la felicidad se lograría más fácilmente y se guardaría con más seguridad, si se buscara en el Alma”. Aprender a tornarnos constantemente a Dios, el Principio de la vida que gobierna el universo, y probar que Dios es Amor, es vivir verdaderamente, ya que vivir es conocer a Dios. El Maestro dijo: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). El Espíritu es la única atracción verdadera. Y tarde o temprano tenemos que aprender esto; de otro modo nunca conoceremos el esplendor y las bendiciones del verdadero ser que es la imagen y semejanza del Amor infinito y divino.
El reconocimiento de la verdad de que ahora somos la imagen misma del Amor, nos libera de deseos insatisfechos y quiméricos y satisface las aspiraciones de nuestro corazón. Ciertamente, el hombre es ahora y siempre el amado del Amor.
