Un día, mientras dictaba una conferencia a la clase de una universidad, sentí una rigidez en mi cuello que empeoraba a medida que pasaba la hora de clase. No podía mantener mi cabeza derecha sino que la fui inclinando más y más hacia un lado. Pude terminar la conferencia, pero mi condición distrajo mucho a los estudiantes. Después de la clase fui a la biblioteca para orar sobre el problema y, al mismo tiempo, prepararme para mi conferencia siguiente.
Fue obvio que la rigidez en mi cuello era el resultado de mi reacción a la gran presión que mi trabajo me exigía. Me sentía especialmente nervioso porque al día siguiente tenía que dictar una conferencia muy importante. A pesar de que sabía la causa del problema, no podía dominarlo, así que decidí cancelar mis clases por el resto del día. Cuando llegué a mi casa fui a la cama y le pedí a mi esposa que me leyera del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana la Lección-Sermón de esa semana. Pero el dolor que sentía era tan intenso que no podía escucharla. Además de todo esto, empecé a sentir los síntomas de la parálisis en todo mi cuerpo.
Sabía que necesitaba actuar rápidamente, y me obligué a mí mismo a levantarme de la cama y, con firmeza, preparar mi pensamiento para corregir la condición errónea. Sabía que en mi verdadero ser, como hijo de Dios, solo podía expresar armonía, felicidad y perfección. Razoné que solo podía expresar las cualidades de Dios porque yo era Su imagen y semejanza. Vi claramente que nada podía impedirme el comprender que Dios era mi Vida. Me di cuenta de que todo lo que tenía que hacer era expresar a Dios y, por lo tanto, el apremio no podía agobiarme ya que personalmente yo no era el que hacía el trabajo. Yo reflejaba la única Mente. La verdad no se encontraba fuera de mí, ni estaba, en alguna forma, escondida en la Lección-Sermón. La Mente divina, por reflejo, estaba impartiendo la verdad sanadora a mi consciencia, y esta verdad viviente era lo único verdadero.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!