Un estudiante de Ciencia Cristiana estaba dando un tratamiento, es decir, estaba orando; sus ojos los tenía cerrados. Declaró los hechos espirituales acerca de Dios, del hombre y del universo y vio como irreal lo que la mente mortal estaba declarando acerca de su paciente. Cuando lo hizo, su pensamiento fue lleno del reconocimiento de la perfección del Dios infinito, de la perfección del hombre, el reflejo de Dios, y de la comprensión de la belleza y armonía del universo de Dios.
Poco después le vino el pensamiento que aunque los mortales no creen que es posible ver cuando se tienen los ojos cerrados, él, teniendo los suyos cerrados, había percibido verdaderamente, es decir, había percibido aquello que es real. Meditando en esto comprendió cuán diferente es la vista de aquello que los mortales creen que es, y comprendió que la visión es algo mucho más grande de lo que comúnmente se cree que es.
Con su estudio de Ciencia Cristiana había aprendido que Cristo Jesús sanaba al contemplar — al ver — al hombre perfecto en lugar de ver al hombre material que el sentido material trata de mostrarnos.
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