Si uno le pidiera hoy en día a una persona joven que definiera en dos palabras las necesidades más apremiantes de la humanidad, la respuesta seguramente sería: “justicia” y “amor”, porque muchos jóvenes perciben claramente la importancia de estos atributos divinos para solucionar los apremiantes problemas de los hombres. En toda actividad del diario vivir nos vemos ante la necesidad de expresar justicia e igualdad para todos. La creciente esperanza de millones de personas lo exige. Es el gran desafío que enfrenta el último tercio del siglo veinte.
En los albores de este siglo, Mrs. Eddy escribió una poesía intitulada “El Nuevo Siglo”, que finaliza así:
Está escrito en la tierra, en la hoja,
en la flor:
Sólo hay una raza, un reino, un poder,
para el Amor.
¡Dios amado! cuán grande y cuán
bueno eres Tú
que sanas de la humanidad su dolorido
corazón,
que sondeas la herida, para luego verter
el bálsamo —
Una vida perfeccionada, fuerte y
serena.
El obscuro dominio del dolor y del
pecado
sucumbe — el Amor lo ocupa,
y la paz es ganada, y el vicio está
perdido: Reina el derecho, y no a precio de sangre. Poemas, pág. 22;
¡Cuánto le dicen estas palabras a los nobles ideales de nuestra era! “Una raza, un reino, un poder”; “que sanas de la humanidad su dolorido corazón”; “la paz es ganada, y el vicio está perdido”; “reina el derecho”; y así sucesivamente. He aquí las palabras de una gran humanitaria que percibió los abismos de la necesidad humana, y que confiadamente dirigió su mirada hacia el siglo veinte y hacia un cristianismo iluminado para lograr progresos notables en la consecución de estos ideales humanos. ¡Y qué bien reconoció ella la necesidad de “sondear la herida” antes de verter el bálsamo de la curación!
Por cierto que en las postrimerías del presente siglo las heridas de la humanidad están siendo sondeadas como nunca lo fueron antes. Fermentaciones, trastornos, motines y confusión se ven por doquier. Los sistemas sociales establecidos a través de los siglos parecen amenazados a medida que sus imperfecciones se ponen al descubierto. Códigos civiles, tradiciones sociales, prácticas religiosas, credos políticos, códigos penales, todo esto se ha puesto a prueba y la exigencia de una reforma se hace sentir en el mundo entero.
¿No está esperando acaso esta situación que se le vierta el bálsamo sanador del Amor? ¿No es ésta la oportunidad para que “el obscuro dominio del dolor y del pecado” sucumba y que el derecho — la justicia — reine?
Mrs. Eddy a menudo usa conjuntamente los sinónimos Principio y Amor al referirse a Dios. El Principio divino impulsa la justicia, pero la justicia sin amor no es justicia; es fría, dura e insensible.
Una de las grandes contribuciones de los pensadores hebreos a través de los siglos, ha sido un penetrante sentido de justicia y amor. Por ejemplo, el Salmista exhortó: “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al afligido y al necesitado; libradlo de mano de los impíos”. Salmo 82:3, 4; E Isaías se refirió al juicio — a menudo traducido justicia — cuando instó: “Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. Isa. 1:16, 17;
Estos pensadores hebreos percibieron con agudeza que entre el pueblo de Dios no podía quedar olvidada ninguna clase. Que la justicia y el amor divinos tienen que ser expresados para todos. Un fiel seguidor de Cristo Jesús, lo dijo de una manera aún más directa: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” 1 Juan 3:17;
Al finalizar el siglo diecinueve, un periódico de Boston le pidió a Mrs. Eddy una declaración sobre qué debía significar para la humanidad el último Día de Acción de Gracias del siglo diecinueve. Entre otras declaraciones sobre su significado, Mrs. Eddy escribió “que el espíritu de Cristo limpiará la tierra de la sangre de la humanidad; que la civilización, la paz entre las naciones y la hermandad del hombre sean establecidas, y la justicia no deba implorar en vano en favor de los sagrados derechos de los individuos, de los pueblos y de las naciones”. The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 265; Y en otro párrafo añadió “que la agricultura, la manufactura, el comercio y la riqueza sean gobernados por la honestidad, la laboriosidad y la justicia, alcanzando a todas las clases y pueblos”.
La justicia tiene, por cierto, que alcanzar a todas las clases y pueblos. La lucha por la justicia es una lucha universal del pobre y del desheredado y de los grupos minoritarios étnicos y raciales, a menudo explotados. Es una lucha para acabar con la discriminación y con leyes y prácticas injustas. Es una lucha para que los derechos humanos y las oportunidades de que algunos disfrutan estén al alcance de todos. Es una lucha contra la esclavitud de la mente y del espíritu en los obscuros dominios de la pobreza.
La Ciencia Cristiana fue descubierta al finalizar la lucha de los Estados Unidos contra la esclavitud. La opresión misma estaba lejos de ser derrotada al final de la Guerra Civil, y mucho quedaba aún por hacerse. Mrs. Eddy escribe: “Unas pocas frases inmortales, animadas por la omnipotencia de la justicia divina, han sido poderosas para romper cadenas despóticas y abolir el poste de azotar y el mercado de esclavos; pero la opresión no desapareció en derramamiento de sangre, ni salió el soplo de la libertad de la boca del cañón. El Amor es el libertador”. Ciencia y Salud, pág. 225.
Las características mortales del orgullo, prejuicio, egoísmo, amor propio, indiferencia, odio, celos, han querido inducir a la gente, a través de los siglos, a privar a su prójimo de sus derechos humanos. Estos sutiles delincuentes mentales, enemigos de la justicia, han sido de un modo u otro instituidos en leyes, planes de acción y programas, de modo que aquellos que gozan de privilegios permanezcan insensibles, y hasta ajenos a las injusticias que están viendo que se hacen a otros. Al igual que los salmistas y profetas de la antigüedad, aquellos que hoy en día se levantan contra la injusticia y la falta de amor, encuentran oposición.
Para acabar con la injusticia a menudo se requiere corregir los códigos civiles, cambiar las costumbres sociales, rechazar el egoísmo político. Esto es inmensamente difícil, porque la mente de los mortales resiste con toda la fuerza que puede mostrar. Sólo la oración devota, hondamente sentida, el sincero deseo de cambiar, pueden destruir la obstinación y el dogmatismo que quisieran inmovilizar y paralizar la acción humanitaria.
¿Cuál es esta oración que sana? Como se enseña en la Ciencia Cristiana, es el claro reconocimiento de la presencia y poder de la Mente, la Vida y el Amor divinos, el Principio único gobernante, Dios. Es el reconocimiento de que el hombre — individual y colectivamente — es la imagen y semejanza de Dios, manifestando y evidenciando por siempre los atributos de justicia y amor. Es la convicción de que Dios lo gobierna todo, el reino y el dominio del Espíritu. La verdadera oración significa someterse a este reino. Es dejar que el Cristo, la Verdad, tome posesión de la consciencia humana de manera que los asuntos humanos se sujeten a la voluntad divina.
El Científico Cristiano, por propia experiencia, ha llegado a confiar en que la aplicación de la oración a un problema personal lo soluciona y que él será sanado. El órgano enfermo recobrará su función normal, la herida cicatrizará, la situación sanará. Para el sentido humano, las moléculas y células, las glándulas y los órganos, comienzan a funcionar de otra manera — a moverse en armonía con el reino del Espíritu.
De una manera un poco similar podemos esperar que nuestro trabajo de oración destinado a los problemas colectivos de la sociedad, ayudará a que personas, grupos y organizaciones interesadas, comiencen a moverse de acuerdo con el Principio divino, el Amor — comiencen a funcionar de manera diferente. Y si la persona que está orando formara parte del problema, tal persona será guiada, como resultado de su oración, a ver y a hacer lo que sea necesario de su parte para ayudar a que la situación sea totalmente corregida. Sentirá el deseo de reformarse y el valor moral para actuar. Como resultado de su oración sus prejuicios y parcialidad desaparecerán; sus creencias equivocadas cambiarán, al igual que sus acciones.
La necesidad actual es que todo Científico Cristiano sea de hecho un activo practicista en beneficio de nuestra sociedad para que ayude a sanar nuestras ciudades enfermas, nuestras comunidades enfermas, nuestras organizaciones enfermas. Se necesitan practicistas dedicados y consagrados. Aquellos que oren inteligentemente verán cada vez más la manifestación de la justicia divina en los asuntos humanos; verán que el Principio divino, el Amor, transforma la escena humana con “honestidad, laboriosidad y justicia para todas las clases y pueblos”.
Todos tenemos que aprender a responder mejor a la necesidad de la humanidad y así ayudar a obtener la curación. Nuestro mundo clama por tales actos de amor. A medida que el Científico Cristiano hace humanamente lo que le corresponde hacer, puede, debido a que su trabajo se basa en la oración, hacer más que meramente cuidar de los síntomas. Debe esforzarse por todos los medios prácticos por cortar de raíz las causas básicas, las arraigadas injusticias que impedirían la profunda curación que se necesita.
La manera en que enfrentemos los problemas ocasionados por la injusticia y hasta qué punto se logre corregir el mal en los códigos sociales, civiles, políticos y penales, dependerá grandemente de nuestro deseo de llegar a ser practicistas en beneficio de nuestra sociedad; de nuestra disposición para “sondear la herida para luego verter el bálsamo” — de nuestro profundo deseo de ver que reine el derecho; de nuestra buena voluntad de demostrar que
Sólo hay una raza, un reino, un
poder, para el Amor
¡Dios amado! cuán grande y cuán bueno eres Tú
que sanas de la humanidad su
dolorido corazón.
Orad unos por otros,
para que seáis sanados.
La oración eficaz del justo
puede mucho.
Santiago 5:16