Tuve el privilegio de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde muy niña. La base firme que ella estableció en mi pensamiento acerca de la bondad de Dios es para mí motivo de regocijo. Por supuesto, he pasado por tiempos de prueba, pero éstos han sido oportunidades para comprobar el tierno cuidado de Dios. Sané rápidamente de enfermedades propias de la niñez, y estoy inmensamente agradecida por el poder profiláctico de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, el concepto del cual estoy más agradecida es el hecho fundamental que siempre permanece en mi pensamiento, de que Dios es el bien y que el bien, Dios, lo gobierna todo.
Siempre que se me ha presentado un nuevo empleo, he podido ver en él un desafío y una oportunidad, y lo he aceptado con alegría, sintiéndome confiada de que, por ser el plan de Dios para mí, Él por cierto expresa la sabiduría y fortaleza necesarias para cumplir con los requisitos. Con esta actitud cada experiencia ha sido feliz y me ha preparado para la siguiente.
Un tiempo de prueba, que considero un acontecimiento importante, ocurrió cuando cursaba el último año en la universidad. Me había vuelto algo mundana en mi manera de pensar y trataba de recibir los beneficios de la Ciencia Cristiana sin esforzarme por ellos. De pronto caí enferma con una grave infección en la garganta producida por estreptococos. Las autoridades médicas de la universidad presentaron un cuadro pavoroso. Cuando mis padres fueron informados, una practicista de la Ciencia Cristiana comenzó a darme tratamiento por medio de la oración. El médico fue informado de esto, y se suspendió todo tratamiento médico.
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