Nunca me voy a olvidar de la lección que aprendí al presenciar una clase magistral de un famoso pianista y maestro.
Cuando llegué, la sala del conservatorio estaba a medio llenar y pude sentarme bien adelante para no perder detalle. Pronto, uno a uno los alumnos pasaron para ejecutar sus piezas ante el maestro quien, parado junto al piano, escuchaba unos pocos compases, interrumpía al alumno y le sugería modificaciones y correcciones.
Las interrupciones no eran siempre con buenos modos. A veces, con un tono de frustración, el maestro hacía detener al estudiante y él mismo se sentaba y ejecutaba la pieza como consideraba correcto.
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