Esa mañana de cielo azul y aire transparente nos internamos en la montaña río arriba, cruzando pasarelas, tranqueras, y senderos empinados y rodeados de inmensos árboles verdes y rojizos.
Desde un punto panorámico se veía la profundidad del valle de diferentes tonalidades, las chacras, el cristalino río esmeralda, las montañas nevadas brillando por el sol que las iluminaba.
Al regresar al atardecer a ese mismo punto miré nuevamente hacia abajo pero únicamente vi neblina. Parecía que aquel profundo valle ya no existía. Yo sabía que estaba intacto, que todo continuaba en su perfecta e inalterable armonía. Con sólo despejarse esa atmósfera, y gracias a la luz del sol, podría volver a ver las bellas cualidades del paisaje.
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