Esa mañana de cielo azul y aire transparente nos internamos en la montaña río arriba, cruzando pasarelas, tranqueras, y senderos empinados y rodeados de inmensos árboles verdes y rojizos.
Desde un punto panorámico se veía la profundidad del valle de diferentes tonalidades, las chacras, el cristalino río esmeralda, las montañas nevadas brillando por el sol que las iluminaba.
Al regresar al atardecer a ese mismo punto miré nuevamente hacia abajo pero únicamente vi neblina. Parecía que aquel profundo valle ya no existía. Yo sabía que estaba intacto, que todo continuaba en su perfecta e inalterable armonía. Con sólo despejarse esa atmósfera, y gracias a la luz del sol, podría volver a ver las bellas cualidades del paisaje.
Pensé que hay momentos en que sentimos que se ha nublado todo. Pero es alentador saber que pese a esa apariencia de confusión, tristeza y carencia, hay siempre una presencia inmutable, invisible a los ojos, que nunca nos abandona. Es como un viento apacible que constantemente nos susurra que seguimos siendo la semejanza de Dios; que nuestra esencia es espiritual; que aquí mismo tenemos la capacidad de sentir el cuidado del Amor y la armonía eterna de todas las cosas espirituales y reales.
El Bolsón, Argentina
