Hace un año me ocurrió algo que afianzó aún más mi confianza en Dios. Estaba en la escuela, jugando básquetbol con mis amigos, cuando al botar el balón hice de repente un movimiento en falso y mi tobillo tronó muy fuerte. Me asusté porque ya no podía mover el pie.
Con la ayuda de mis compañeros asistí a clase, hasta que terminó la escuela. No obstante, a esa altura ya me dolía mucho el tobillo y no podía caminar bien. Oré a Dios para poder llegar a mi casa. Una amiga me acompañó y cuando llegamos le platiqué a mi mamá lo que había ocurrido, y en seguida empezamos a orar.
Para cuando mi papá regresó por la noche, el dolor era muy intenso y no podía caminar. Entonces me llevaron a un hospital para que me sacaran radiografías y allí comprobaron que me había quebrado el tobillo, Por lo que me enyesaron la pierna hasta la rodilla. Me dijeron que guardara reposo y que tendría que estar así más de un mes. Me pidieron que volviera tres semanas después. Mis padres me compraron unas muletas para que me pudiera movilizar.
A todo esto, mis papás y yo continuamos orando, declarando que todo iba a salir bien, pues en el reino de Dios no hay accidentes. Tal como escribe Mary Baker Eddy en su libro Ciencia y Salud: "Bajo la divina providencia no puede haber accidentes puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección". Ciencia y Salud, pág. 424. También profundizamos en el hecho de que Dios es perfecto y, por ser Su hija, esa perfección se tenía que manifestar en mí.
Al principio, no me acostumbraba a la idea de no moverme porque soy muy activa, y no me gusta estar quieta. También me preguntaba por qué me había sucedido a mí. Mi mamá me decía que confiara en Dios, y todo saldría bien. Pensé: "Tenemos que ver el lado positivo. Es una oportunidad para aprender algo nuevo".
Transcurrió una semana y al principio me desesperaba mucho y lloraba porque quería salir con mis amigos y jugar al básquet. Mi mamá y mi papá me apoyaban de la manera que enseña la Christian Science, y me decían que recurriera a Dios porque Él me ayudaría. Insistían en que la oración nunca queda sin respuesta, y que debía ser obediente, pues la paciencia y la obediencia van de la mano.
Entonces acudí a Dios y estuve dispuesta a hacer lo que fuera. Mi mamá me recordaba que, como dice en Ciencia y Salud "la paciencia debe tener su obra completa". Entonces empecé a leer este libro. También me apoyé mucho en el Salmo 23 y, especialmente, en el Salmo 91, donde dice: "Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra". Me di cuenta de que sería un tiempo para encontrarme a mí misma.
A las dos semanas comencé sentirme más tranquila. Mis amigos venían a visitarme, y mi mamá se encargaba de llevar mi tarea a la escuela.
Conforme pasaban los días empecé a ver que Dios no nos puso en el mundo para sufrir lesiones, y pensé en las curaciones de los paralíticos que realizó Jesús. Llegué a la conclusión de que era una buena oportunidad para aplicar lo que estaba aprendiendo acerca de mi relación con Dios en la Escuela Dominical de la Christian Science.
En la época de Jesús las personas se sanaban porque ponían algo de su parte. Pensé que la curación consiste en reconocer que realmente todo está bien y que nada malo puede ocurrirte. Entonces le pedí a Dios que me ayudara. Así fui leyendo y aclarando mi pensamiento.
Comprendí que era una oportunidad para encontrarme a mí misma.
Cumplidas las tres semanas fuimos al hospital a ver al médico. Mientras esperaba me puse a conversar con una señora que había tenido el mismo problema que yo, quien me comentó que no podía mover los dedos del pie. Entonces yo lo intenté y pude hacerlo.
Cuando me vio el doctor se quedó muy sorprendido. Me sacaron unas radiografías y al principio pensaron que no salían bien porque, según decían, no era posible que el pie se hubiera recuperado en tan poco tiempo. Entonces el médico me dijo que no tenía nada en el pie, que era como si nunca hubiera estado quebrado.
A mí me gustó esta curación porque me demostró que cuando uno reconoce que está en el reino de Dios, la misma siempre se concreta. Con esta experiencia aprendí a ser más paciente y obediente, y a apreciar el afecto de la gente que me venía a ver. Al pensar en el apoyo que me brindaron, me doy cuenta de que también fue una enseñanza sobre el amor y la paciencia, porque gracias a ello me curé.
El incidente ocurrió a principios de enero, y un mes después yo estaba en la escuela jugando básquet otra vez, aunque me habían dicho que no iba a poder hacerlo. También me pronosticaron que los huesos me iban a doler con el frío, pero a mí nunca me sucedió, y no he tenido secuelas de ningún tipo.
Estoy muy contenta de haber comprobado que, no importa lo que ocurra, con el apoyo de las personas y sabiendo que Dios está siempre conmigo, se puede producir la curación. Aunque pasaron tres semanas y la curación no fue instantánea, yo sé que para Él no hay tiempo, y que ese período fue necesario para que yo aprendiera más acerca de mí misma, a ser más paciente, y a afianzarme más en mi Padre-Madre Dios.
