Hace un año me ocurrió algo que afianzó aún más mi confianza en Dios. Estaba en la escuela, jugando básquetbol con mis amigos, cuando al botar el balón hice de repente un movimiento en falso y mi tobillo tronó muy fuerte. Me asusté porque ya no podía mover el pie.
Con la ayuda de mis compañeros asistí a clase, hasta que terminó la escuela. No obstante, a esa altura ya me dolía mucho el tobillo y no podía caminar bien. Oré a Dios para poder llegar a mi casa. Una amiga me acompañó y cuando llegamos le platiqué a mi mamá lo que había ocurrido, y en seguida empezamos a orar.
Para cuando mi papá regresó por la noche, el dolor era muy intenso y no podía caminar. Entonces me llevaron a un hospital para que me sacaran radiografías y allí comprobaron que me había quebrado el tobillo, Por lo que me enyesaron la pierna hasta la rodilla. Me dijeron que guardara reposo y que tendría que estar así más de un mes. Me pidieron que volviera tres semanas después. Mis padres me compraron unas muletas para que me pudiera movilizar.
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