Cuando mi mamá enfermó de cáncer terminal pasé mucho tiempo a su lado. Durante sus últimos días de vida, varios miembros de mi familia vinieron a acompañarme y comentaban con frecuencia que era triste que tantos familiares hubieran muerto de esa misma enfermedad.
Yo había crecido creyendo que había que tenerle miedo al cáncer, y no fue sino hasta que comencé a estudiar la Christian Science en 1981, que me di cuenta de que ninguna enfermedad tiene más poder que Dios, que es el bien todopoderoso.
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