LO QUE MÁS QUERÍA ERA CONOCER MEJOR A DIOS
Cuando mi mamá enfermó de cáncer terminal pasé mucho tiempo a su lado. Durante sus últimos días de vida, varios miembros de mi familia vinieron a acompañarme y comentaban con frecuencia que era triste que tantos familiares hubieran muerto de esa misma enfermedad.
Yo había crecido creyendo que había que tenerle miedo al cáncer, y no fue sino hasta que comencé a estudiar la Christian Science en 1981, que me di cuenta de que ninguna enfermedad tiene más poder que Dios, que es el bien todopoderoso.
No obstante, poco después de que falleció mi mamá, noté que me había aparecido una pequeña llaga en el cuerpo, que con el tiempo comenzó a crecer. Puesto que mi esposo y yo habíamos tenido muchas curaciones apoyándonos en la oración, nos sentíamos confiados en que esa condición sanaría.
Durante los meses siguientes, oré basándome en diferentes ideas. Con mucho detenimiento me puse a considerar el relato de la creación en la Biblia que aparece en el primer capítulo del Génesis, el cual afirma que “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Génesis 1:31. Yo sabía que la creación de Dios me incluía a mí, y que eso significaba que yo era buena, totalmente buena, y no podía tener ningún elemento desemejante a Dios. También pensé muchísimo en la definición del hombre genérico que está en Ciencia y Salud, donde dice que el hombre “no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales”. Ciencia y Salud, pág. 475. Esta definición me decía que yo era completamente espiritual y no estaba sujeta a las condiciones materiales como son la enfermedad y la muerte. Oré para comprender que no puede haber muerte. Puesto que Dios es Vida, yo soy la expresión de la Vida, ahora mismo y por toda la eternidad. También pensé mucho en la idea de crecimiento, hasta que el temor comenzó a disminuir, y tuve la certeza de que lo único que podía crecer era mi comprensión espiritual.
Sin embargo, la llaga continuó aumentando. Llegó un punto en el que ya no pude desarrollar mis actividades normalmente.
Yo trabajaba como practicista de la Christian Science, ayudando a otras personas a sanar mediante la oración. A veces me preguntaba cómo podía ayudar a otros cuando parecía no hacer un muy buen trabajo por mí misma. Pero yo sabía que esos pensamientos no venían de Dios, y oré para comprender que no me podían influenciar.
Continué aceptando nuevos pacientes y orando por ellos, concentrándome en comprender mejor a Dios y Su creación. Sabía que a medida que aprendiera quién es Dios, entendería quién es el hombre como Su reflejo. Y cada vez que un paciente me llamaba para contarme de su curación, sentía la confirmación que yo necesitaba de que la oración realmente sana.
A medida que los meses se transformaron en años, empecé a pensar que esta experiencia era una travesía, durante la cual yo aprendería valiosas lecciones espirituales. Cada mañana, ni bien me despertaba, le preguntaba a Dios: “Padre, ¿qué necesito saber?” Y todas las mañanas, mes tras mes, recibía la misma respuesta: “Amada hija mía, necesitas conocerme mejor”.
Pasé horas en la hamaca del porche de mi casa tratando de conocer mejor a mi querido Padre-Madre. Para mí, la oración consiste en escuchar, de modo que me detenía para que Dios dirigiera mi pensamiento.
Tiempo después, cuando me enteré de que otros dos miembros de la familia habían muerto de cáncer, me vino al pensamiento la palabra “borrar”. La busqué en los escritos de Mary Baker Eddy, y encontré este pasaje: “La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse”. Retrospección e Introspección, pág. 22. Me di cuenta de que tenía que liberarme de la creencia de que formaba parte de una familia propensa a esta enfermedad. Oré para comprender que, por ser hija del Padre divino, mi verdadera naturaleza era espiritual, no material, y la única cosa que podía heredar de Dios era el bien. Cada vez que oraba de esta forma sentía mucha paz. Tenía la certeza de que se estaba produciendo la curación, aunque la condición material no había cambiado. De hecho, llegó un punto en que dejé de pensar en sanar mi cuerpo, y me dediqué a comprender mejor a Dios, y a reconocer así mi propia identidad espiritual.
Después de un tiempo, ya no pude trabajar en la casa ni cocinar. Mi esposo tenía que ayudarme a vestir y peinar. También me ayudaba a cambiar las vendas. Si bien no ignoraba este proceso, me negué absolutamente a permitir que la condición me atemorizara.
No obstante, había días en los que el dolor era intenso y sangraba abundantemente. En esas ocasiones comenzaba a marearme y a veces perdía el sentido. Una noche, incluso, llegué a pensar que moriría. Pero con la ayuda de otro practicista, oré para saber que Dios es mi Vida. Yo, honestamente, no tenía miedo porque sabía que no había nada en el mundo que me pudiera separar de Él.
Poco tiempo después, la condición comenzó a mejorar. Luego pensé en la palabra “sondear”, y cuando la busqué en Ciencia y Salud leí: “La creencia produce los resultados de la creencia... El remedio consiste en sondear el mal hasta el fondo, en encontrar el error de la creencia que produce un desorden mortal...” Ciencia y Salud, pág. 184. Me di cuenta de que durante esta experiencia había estado sondeando mi pensamiento, echando fuera todos los “errores de creencia” que había tenido sobre mí misma. Al hacerlo estaba en realidad afirmando la totalidad de Dios y mi unidad con Él.
Dejé de pensar en mi enfermedad y me esforcé por comprender mejor a Dios.
A medida que pasaba el tiempo, sentí que estaba realmente comenzando a comprender esta declaración: “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del alma”. ibíd., pág. 269. A diario buscaba el bien en todo lo que veía y en todo aquél con quien me encontraba. Y quería entender la bondad que me rodeaba como expresión de Dios, del Amor divino mismo. Continué haciendo esto hasta que me sentí llena de amor por todo y por todos.
Un día, siete años después de que el crecimiento apareciera por primera vez, comenzó a disminuir de tamaño, y en un mes había desaparecido por completo. Tres meses después, mi hija me pidió que la acompañara al consultorio de un médico. Fue allí, en un cuadro que había en la pared, que vi la descripción de la condición que yo había tenido. Decía que era una de las formas de cáncer más mortales... y había sanado por completo mediante el poder de la oración.
De esta experiencia aprendí que no hay absolutamente nada que no se pueda sanar. He comprobado directamente que Dios es mi Vida, y que yo reflejo esa Vida, sin importar la condición física. Saberlo me reconforta, y esto es inamovible.
NUESTRA HIJA YA ERA COMPLETA
Desde su nacimiento, nuestra hija, Ankita, había sido una fuente de alegría para mi esposo y para mí. Pero a los tres años estábamos muy preocupados por ella. A diferencia de otros niños, no podía expresarse verbalmente. A menudo gritaba o lloraba por cosas insignificantes por largo tiempo, durante los cuales aparentemente no podía comprender lo que le decíamos. Se podría decir que parecía mentalmente trastornada. Nuestros amigos nos decían que ese tipo de comportamiento era anormal y debía ser tratado por un médico.
Fuimos a ver a un doctor quien nos recomendó que viéramos a un psiquiatra de niños. Yo no quería hacerlo. Conocíamos a una familia cuya hija mostraba síntomas similares, y les habían dicho que era retardada.
Teníamos que permitir que Dios cuidara de nuestra hija.
A mi esposo y a mí nos preocupaba ese tipo de rótulo y queríamos ayudarla de otra forma. Queríamos que se sintiera segura y amada, y a mí me preocupaba no estar el tiempo suficiente con ella, de modo que decidí hacer un alto en mi trabajo para poder quedarme en casa a su lado. También visitamos la casa de una vecina para que Ankita tuviera la oportunidad de jugar con otros niños. Pero éstos la evitaban porque no se podía expresar como ellos.
Luego tratamos de inscribirla en una escuela especial, donde pudiera jugar, pero ella no interactuaba con las maestras y lloraba durante largo rato. La verdad es que la maestra a menudo me llamaba para pedirme que me llevara a Ankita a casa.
Cada día me volvía más protectora de mi hija. Sentía que no podía dejarla sola en ningún lado, y estaba tan tensa que empecé a sufrir de hipertensión arterial. Para esto tomaba medicamentos homeopáticos y estudiaba meditación. Pero nada parecía ayudarme.
Posteriormente, cuando Ankita estaba asistiendo a una escuela diferente, escuché al pasar los comentarios de una colega que estaba hablando de la Christian Science. Me sentí alentada al escuchar que la oración puede ayudar a la gente a superar los problemas. Hablé con ella sobre mi hija, y me invitó a su iglesia. Me dijo que podía traer a Ankita a la Escuela Dominical.
Cuando asistía a la iglesia con nuestra hija, tenía que sentarme con ella en la Escuela Dominical. La maestra estuvo de acuerdo en que lo hiciera debido a la situación de la niña. Al principio Ankita tenía miedo y no respondía a nadie.
No obstante, todos en la iglesia le expresaban amor. Luego ella se sintió lo suficientemente cómoda como para sentarse en la falda de la maestra. También aprendió a conectar la grabadora cuando era hora de cantar los himnos. La maestra y los otros estudiantes incluso la ayudaron a aprender el padre Nuestro. Después de unas semanas, el temor de Ankita disminuyó. Muy pronto pudo estar sola en la Escuela Dominical, lo que me permitió asistir a los servicios religiosos.
Después de haber concurrido a la iglesia por unos seis meses, mi esposo, que también había comenzado a estudiar la Christian Science, y yo, decidimos pedirle a un practicista de la Christian Science ayuda por medio de la oración.
La primera vez que nos reunimos, el practicista nos dijo que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y que por lo tanto es completo y perfecto en cada etapa de crecimiento. Hizo referencia a esta definición de niños en Ciencia y Salud: "Los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor". Ciencia y Salud, pág. 582. También nos sugirió que leyéramos el primer capítulo lo del Génesis en la Biblia.
Estas selecciones fueron una fuente de gran inspiración tanto para mi esposo como para mí. Sentí mucho consuelo y aliento al saber que Dios nos hizo a cada uno de nosotros a Su propia imagen y semejanza. Fue maravilloso percibir que esto era verdad, no sólo para nosotros, sino para nuestra hija también.
El practicista también nos pidió que consideráramos asistir a las reuniones de testimonios de los miércoles en la iglesia, y que lleváramos a nuestra hija. A pesar de las interrupciones que Ankita provocó al principio, nos recibieron con mucho amor. Y poco a poco ella se fue calmando, y ocasionalmente incluso dio testimonios.
No obstante, a pesar de esta mejoría, todavía tenía problemas. Era difícil no sentirse desalentado al ver que pasaban los meses y no había señales de mucho progreso. Hubo ocasiones en las que me sentía deprimida. Mi esposo también estaba perturbado por el comportamiento de Ankita. Pero el practicista nos alentaba diciendo: "Su hija es la hija de Dios". Nos instaba a que permitiéramos que Dios cuidara de Su hija.
Llegamos a entender que todos los niños son hijos de Dios, y por ende, espirituales y perfectos. Y comenzamos a ver cada vez más que Ankita ya era perfecta y completa en todo sentido. Poco a poco comprendí más claramente que mi hija estaba bajo el control de Dios y que los síntomas que yo veía no le pertenecían, no eran parte de su identidad como semejanza de Dios. Y gradualmente el comportamiento de nuestra hija comenzó a mejorar.
Un día noté que Ankita se iba al parque sin mí, y había comenzado a jugar con otros niños de su edad. Los informes de la escuela también mejoraron. Ella empezó a terminar sola su tarea y a seguir las instrucciones de la maestra. También, observamos notable mejoría en la calidad de su trabajo, algo que se hizo evidente en su desempeño durante los exámenes a mitad de término.
Unos diez meses después de haber pedido por primera vez al practicista que orara con nosotros, nos dimos cuenta que Ankita había sanado por completo. Y en uno de los exámenes médicos que se hacían en la escuela, el doctor declaró que ella era perfectamente normal.
Ahora Ankita tiene siete años y se reúne con otros niños de su edad. Sus maestras dicen que presta mucha atención y se comporta normalmente en clase. Ella conversa y escribe bien, e incluso participó en una obra de teatro actuando en el escenario. Ankita es ahora de la manera que orábamos por verla: sana y completa, en todo sentido.
