Por el simple hecho de que ya sabemos lo que ocurrió, la Pascua es muy diferente para usted y para mí hoy, de lo que fue para María Magdalena y los demás seguidores de Jesús.
Dos días después de su crucifixión, según los medimos nosotros (tres, según los medían ellos), María Magdalena fue a la tumba donde estaba Jesús. Véase Juan 20:1–18.
Nosotros hoy sabemos que él había resucitado, pero en aquel momento, justo antes de que María descubriera que habían quitado la piedra de la tumba de Jesús, el hecho no era tan obvio. Los Evangelios nos dicen que los discípulos tenían miedo de correr la misma suerte que el Maestro tanto en manos de las multitudes como de las autoridades.
No obstante, a pesar del riesgo que corría, María fue a la tumba a ungir el cuerpo de Jesús y se encontró con algo totalmente inesperado. ¡El cuerpo ya no estaba!
Su primera reacción fue ir a informar de lo sucedido a los discípulos de Jesús: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto".
Pedro y otro de los discípulos fueron corriendo a la tumba y descubrieron que la situación era como ella la había descrito; habían quitado la piedra y allí yacía la mortaja. Pero Jesús no estaba.
¿A qué conclusión habrán ellos llegado? La Biblia dice que el discípulo que estaba con Pedro observó la escena, "y vio, y creyó". No dice específicamente que creyó que Jesús había resucitado de la tumba, pero es razonable pensar que él se dio cuenta de que algo de enorme importancia había sucedido. Es posible que en ese momento haya surgido en su corazón una gran esperanza.
Considero que, incluso hoy, 2000 años después, es difícil imaginar la magnitud que tienen estos hechos. Su repercusión es demasiado valiosa como para escribir acerca de ellos. La promesa que representan para la humanidad es literalmente inmensurable. Éste no fue tan sólo un día más en los millones de días de la historia de la tierra. Fue una irradiación de la verdad y el amor en la cual la conciencia humana reconoció y anunció la supremacía de Dios sobre toda forma de mal, incluso sobre la muerte.
Jesús había resucitado a otros de la muerte, como lo habían hecho Elías y Eliseo, y él había prometido que se resucitaría a sí mismo. Pero eso era algo que nadie nunca había hecho antes. Ahora ya era un hecho comprobado, y por ende, se podía repetir. Quedó demostrado que Dios, o la Vida, y no la muerte, es supremo. Esa prueba del poder de Dios preparó el camino para la ascensión de Jesús 40 días después, que fueron trascendentales. Enoc y Elías también habían ascendido, pero ellos no tuvieron que superar una tumba de agonía y odio, como tuvo que hacer Jesús.
Pedro y el otro discípulo se fueron, mientras que María se quedó en la tumba, y entonces vio algo más que la mortaja.
Había dos ángeles. Para mí, representan el cambio sutil de pensamiento que ocurrió como resultado del tierno amor de Dios que se hizo evidente para fortalecer a la leal María. Pienso que en las profundidades de nuestro temor y desesperación, los ángeles están siempre presentes para darnos a entender que nuestras lágrimas son innecesarias.
Cuando ella se disponía a irse, se le apareció un hombre que ella pensó que era el jardinero, y que le preguntó por qué lloraba. ¿A quién buscaba? Ella le preguntó si sabía dónde estaba el cuerpo.
El hombre era Jesús.
Él dijo tan sólo una palabra: "María".
Entonces ella no dudó ni un instante, y supo de inmediato a quién tenía delante.
¿Qué habrá sentido ella en ese momento? ¿Quién se puede imaginar siquiera una millonésima parte del gozo, el alivio, la reafirmación, la confianza y la confirmación que llenaron su corazón y su alma? Quizás, en respuesta a su incontenible alegría y amor ella instintivamente extendió su mano para tocarlo. Pero Jesús afectuosa y firmemente, se lo impidió. (Ese toque vendría muy pronto de manos del incrédulo discípulo Tomás). En ese momento, ¿sería acaso que Jesús no quería sentir ni una pizca de corporeidad que pudiera interferir con su pensamiento ascendente, ni siquiera de parte de un pensamiento que tanto apoyo le brindaba como el de María?
Sabemos que ella respondió con una sola palabra: "¡Raboni!" o Maestro. Su amigo más amado había resucitado de los muertos.
Pero para Jesús ese suceso fue infinitamente mayor que cualquier victoria personal. Al apoyarse en el amor de Dios, este hombre incomparable había derrotado a las fuerzas combinadas del odio, la malicia, la ignorancia y el temor, y había refutado las supuestamente inviolables leyes de la física, la química y la medicina. Tomándolas en conjunto, Ciencia y Salud describe estas cosas como las supuestas fuerzas del magnetismo animal intencional y no intencional, otro término para el mal impersonal. Jesús probó que no tienen poder ante Dios. Véase Ciencia y Salud, pág. 44. El bien es supremo.
Los cristianos celebran este día de Pascua. Un diccionario define la palabra como "Una fiesta cristiana que conmemora la resurrección de Jesús".
Pero ¿no podría ser ese suceso uno de los más notables en toda la historia de la humanidad? Algunos dirán que fue un momento de la historia que nunca se volverá a repetir, en el que la conciencia humana reconoció y anunció por primera vez al mundo, nada menos que uno de los dos logros más significativos en la historia del mundo. El otro fue la ascensión.
¿Acaso podemos vislumbrar hoy más que una fracción de lo que este suceso significó para María y el mundo en aquel momento, y lo que significa desde entonces y para siempre? Yo todavía no lo he logrado percibir cabalmente.
¿Quién sabe lo que cualquiera de nosotros habría hecho ese día?
Cristo también nos puede sanar a nosotros.
Tal vez sea más importante saber qué vamos a hacer hoy al respecto. Jesús con frecuencia le decía a la gente: "Sigueme". Véase, por ejemplo, Marcos 10:21. Él requería una acción, no tan sólo palabras. Mary Baker Eddy, la fundadora de esta revista, habla de la practicidad de esa exigencia: "Los cristianos pretenden ser sus seguidores, pero ¿le siguen acaso de la manera que él mandó? Oíd estos imperiosos mandatos: '¡Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto!' '¡Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura!' '¡Sanad enfermos!''' Ciencia y Salud, pág. 37.
Los primeros discípulos cristianos siguieron claramente los mandatos de su Maestro. Ellos predicaron el evangelio y sanaron a los demás. La Christian Science demuestra que nosotros también podemos sanar y ser sanados, pues estamos conectados con el Cristo, el poder espiritual en el que Jesús se apoyaba. De hecho, la declaración de Ciencia y Salud mencionada anteriormente, es precedida por esta promesa: "Es posible — sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer — seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad".
Estoy seguro de que mientras usted y yo celebremos calladamente la resurreccion de Jesús a través de la curación, experimentaremos cada vez más la gloria que los primeros testigos tuvieron el privilegio de ver aquella mañana de la primera Pascua.