Una vez, cuando mi hermanita tenía dos años y yo siete, mi mamá y yo nos quedamos encerrados en un cuartito que había en el jardín de mi casa. Cuando entramos cerré la puerta sin saber que quedaría bloqueada y que la Ilave estaba del lado de afuera.
Cuando le vi la cara a mi mamá supe que estábamos en un lío porque nadie más vendría a la casa hasta las doce de la noche y mi hermanita estaba sola durmiendo del otro lado. El cuartito tenía un pequeño tragaluz a más de 2 metros del suelo. Lo único que podíamos hacer era que yo intentara saltar por ese hueco hacia el otro lado.
Le pedí a mi mamá que dijéramos el Padre Nuestro porque esta oración me había dado valor muchas veces. Después, mi mamá me ayudó a treparme y yo traté de romper el mosquitero que cubría el tragaluz pero no pude. Entonces me bajé y le pedí que oráramos otra vez. Cuando lo volví a intentar logré romper el alambre sin lastimarme.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!