Me dediqué a la enseñanza de educación musical a nivel de primaria y secundaria durante muchos años, hasta que decidí renunciar a mi puesto. Tiempo después, se me dislocó la mandíbula, lo que me producía un tremendo dolor. Comencé a orar por la situación. Pasaron varios meses, hasta que un día me pregunté qué había dislocado en mi vida y me di cuenta de que, al haber renunciado a la enseñanza, carecía de una actividad diaria. Entonces, el siguiente versículo de la Biblia me vino al pensamiento: "He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino y te introduzca en el lugar que yo he preparado". (Éxodo 23:20)
Hacía mucho tiempo que estudiaba la Ciencia Cristiana y ayudaba con la oración a mi familia y amistades cuando me lo solicitaban. Así que un día, sentí que debía comenzar el trámite para listarme como practicista de la Ciencia Cristiana y dedicarme a la curación espiritual. Cuando empecé a redactar la primera carta, el problema físico desapareció. Esta curación me confirmó una vez más que ninguna creencia física tiene su base en el cuerpo, sino en el pensamiento.
Años después, cuando era lectora en mi iglesia, tuve una colitis muy aguda que duró varias semanas. Antes de leer, estaba por lo menos doce horas sin ingerir un bocado por temor a tener una mala experiencia. Mi apariencia física cambió a tal punto, que estaba extremadamente delgada y tenía un color muy feo. Estudiaba la definición de hombre todos los días: "El hombre es idea, la imagen del amor, no es corpóreo". (Ciencia y Salud, pág. 475) Tiempo después asistí a una conferencia de la Ciencia Cristiana y el conferenciante dijo claramente: "El hombre no es un ser biológico". Eso fue como una luz para mí. Comprendí que yo no soy, nadie es, un ser biológico. Nuestra identidad es espiritual, "es la idea compuesta de Dios e incluye todas las ideas correctas".
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