Cuando se aproxima la época de Navidad, millones de personas hacen todo lo posible por centrar sus pensamientos sinceramente en el Cristo salvador. Algunos arman pesebres, otros hacen regalos, asisten a servicios religiosos, tratan más concienzudamente de seguir el ejemplo de Jesús, o simplemente oran más. Pero ¿cuántos de ellos realmente reconocerán al Salvador? Esta pregunta es importante porque con frecuencia la gente ha intentado comprender la verdad salvadora de Dios, y no lo ha logrado. ¿Por qué? Al menos en parte, porque las fuerzas del materialismo oscurecen la percepción clara y duradera de la verdad.
Moisés vislumbró la presencia divina, no obstante, sus esfuerzos por persuadir a la gente dándole a conocer la realidad salvadora de Dios se vieron frustrados una y otra vez. Cuando, por ejemplo, trató de hacer que vieran la influencia salvadora expresada en los diez mandamientos divinamente inspirados, ¿a qué se sintieron atraídos? A adorar un becerro de oro.
La Ilegada de Jesús en la experiencia humana fue tan significativa que era imposible que no se reconociera al Salvador. Es decir, para los que somos cristianos parece difícil no reconocer al Salvador. Pero para algunos de los primeros historiadores, los treinta y tres años de Jesús apenas merecían ser mencionados en una nota al pie de página. Lo veían como un predicador poco conocido que enfrentó a las autoridades, fue crucificado y dejó detrás de sí rumores de haber resucitado de los muertos. La mayoría de la gente no logró reconocer en él al Salvador. Y durante los primeros siglos de la cristiandad, muchos que tuvieron vislumbres de este Salvador con el tiempo fueron perdiendo esa percepción. Los ritos y ceremonias prevalecieron, y la adoración de la personalidad de Jesús tomó prioridad sobre su constante demostración del Cristo salvador. Sin embargo, este intento de parte del materialismo de ocultar al Salvador no tendría un éxito completo. El Consolador estaba en camino.
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