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Un mensaje venido del cielo

Del número de noviembre de 2010 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Quienes participaron en el nacimiento de Jesús se vieron envueltos en algo que era espiritual e históricamente mucho más grande que ellos mismos. Escucharon un mensaje venido del cielo, una ola de bondad, luz y gracia que habían anticipado por mucho tiempo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" Lucas 2:14.

Esas palabras han llegado a ser tan conocidas para muchos de nosotros que a menudo las decimos sin darle la importancia que tienen, y con poco o ningún reconocimiento de su profundo significado. De hecho, recuerdo que hace unos años me di cuenta por primera vez que aunque conocía bien ese versículo del Evangelio según Lucas, siempre lo había leído como si el mensaje de los ángeles hubiera sido "paz en la tierra, buena voluntad entre los hombres", como si el Padre celestial estuviera instándonos a vivir en paz entre nosotros.

Aunque ese sería un mensaje muy importante, al leer el pasaje con nuevos ojos comprendí que expresa un hecho espiritual profundamente reconfortante. Dios, el Amor divino, está declarando que Su intención para con la humanidad —para ti, para mí— es el bien: "buena voluntad hacia los hombres". La declaración de los ángeles está anunciando el nacimiento de Jesús, un bebé con un origen y misión únicos, cuya vida siendo el Salvador, Cristo Jesús, sería ofrecida en su totalidad para mostrar a la humanidad la profundidad del amor de Dios y las ramificaciones de este amor por la raza humana.

La voluntad que nuestro Padre tiene para nosotros es el bien invariable, como Jesús lo probó mediante su ministerio sanador. De modo que para mí fue como si Dios estuviera diciendo en ocasión del nacimiento de Jesús: "Todos ahora pueden tener la seguridad de que Mi voluntad para con ustedes es el bien. Les estoy enviando a Mi Hijo para demostrarles, de manera inequívoca, que mi intención para con ustedes es el bien y sólo el bien. Al seguir por el camino que él les mostrará —al pensar y hacer como él enseña— encontrarán una paz como nunca han conocido antes, así como ayuda y curación suficientes para responder a las necesidades más serias".

Pienso que todos hemos anhelado sentir ese amor. Es mucho más grande que los sentimientos navideños que cortésmente expresamos. Mucho más grande de lo que somos, más grande incluso que el afecto humano más amplio. ¡Y pensar que estamos incluidos en este Amor divino e infinito! La Ciencia Cristiana explica que el Cristo, o la Verdad, que Jesús expresaba tan plenamente en su vida y en sus enseñanzas, continúa con nosotros; es eterno. Este Cristo viviente nos revela nuestra propia y verdadera individualidad como hijos de Dios. Bajo la luz del Cristo, llegamos a conocernos a nosotros mismos como Jesús nos habría visto, como el linaje espiritual del único Padre-Madre.

Al hacer los preparativos para celebrar los felices acontecimientos de esta época, sería bueno pensar en ella centrando más nuestra atención en Dios. Por ejemplo, podemos apoyarnos menos en nuestros propios recursos y en nuestra voluntad humana para realizar las tareas. Podemos dejar de lado temporalmente la preocupación y los anhelos personales. Incluso podemos comenzar a rechazar la suposición de que somos entidades físicas propensas a tener diversas enfermedades. He visto que me resulta cada vez más fácil vivir en armonía con Dios —como Su reflejo libre de todo peso— cuando pienso más allá de lo que ven mis ojos o escuchan mis oídos, y presto atención discerniendo espiritualmente lo que el Amor divino me está revelando acerca de mí misma.

Comprender que Dios ya está aquí presente y que Su intención para con nuestra vida es totalmente buena, es estar bajo la luz del mensaje de Navidad. Al describir al Cristo eterno, Mary Baker Eddy escribió: "La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, cobijando bajo sus alas a enfermos y pecadores". Ciencia y Salud, pág. 55. Este es el evento —más grande incluso que nosotros mismos— que se manifiesta continuamente. A medida que respondemos a esta Verdad con corazones receptivos, nuestros móviles cambian y se purifican, nuestros propósitos se vuelven más generosos, y recibimos la energía para ser lo que realmente todos somos: los hijos y las hijas maravillosamente amados y afectuosos de Dios.

Esta Verdad también proclama la curación cristiana. Al acercarse la Navidad —al igual que las noticias sobre temas de salud—me he estado acordando con gratitud de una experiencia reciente que me demostró que Dios mediante Su Cristo continúa respondiendo tiernamente a nuestras necesidades, de una forma muy específica y única.

Un día, me levanté sintiéndome enferma. Parecía tener una gripe fuerte, y durante la mañana, la condición empeoró al punto de parecer debilitante. Me di cuenta de que la única forma de sentir suficiente alivio como para orar era quedarme muy quieta. Así fue que pasé la mayor parte del día orando y dormitando.

Tarde por la noche, le hablé por teléfono a la amiga que estaba orando conmigo para decirle que continuaba bastante enferma y que tenía miedo de pasar una mala noche. Ella comenzó a hablarme con mucho afecto del poder y la presencia del Amor divino. Entre otras cosas, habló acerca de la manera en que Mary Baker Eddy dijo que la curación cristiana es "...el niño que hemos de atesorar. Este es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios". Mientras mi amiga hablaba, pensé que esta declaración era como una descripción de la actitud que Dios tiene hacia mí, y hacia todo aquel que busca la curación mediante el Cristo. Nos dirigimos al Amor divino en oración, y esta búsqueda “invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios”. Escritos Misceláneos, 1883—1896, pág. 370.

Después de colgar el teléfono pensé: “Parece que por mí misma no podré hacer mucho. Mis oraciones no tienen mucha fuerza. Pero puedo 'ceder' al Amor y permitir que el Amor se haga cargo. Puedo reconocer la presencia del Amor divino y sentir que el Amor bendice mi vida".

Al poco tiempo tuve la certeza de que el Padre estaba realmente bendiciéndome a mí y a todo aquel que estaba buscando y atesorando la promesa de la curación mediante el Cristo. Con esto, tuve la convicción de que sería guiada espiritualmente para tener una curación completa. Casi de inmediato pude beber algo, luego comí un poco, mientras continuaba atesorando este quieto gozo de sentirme entregada al Amor divino. Todo fue muy simple y en paz.

Muy pronto pude levantarme y moverme lo suficiente como para comenzar a leer la Lección Bíblica de esa semana en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. A medida que leía, cada frase, cada palabra, comenzó a penetrar profundamente mi consciencia. Un sentido de la presencia de Dios y de mi propio bienestar espiritual fue afirmándose en mi pensamiento, y la salud y la fortaleza se fueron manifestando cada vez más en mi cuerpo. Me sentí liberada, me embargó una profunda humildad, y me sentí bendecida por estar una vez más en el suelo sagrado de la curación mediante el Cristo. A la hora de irme a dormir ya estaba fuerte y bien. Me sentía maravillada como un niño por lo ocurrido. Esa noche dormí muy bien y al día siguiente ya estaba de nuevo totalmente sana y activa.

Esa experiencia me recordó la naturaleza tan única que tiene cada curación en la Ciencia Cristiana. La inspiración y la manera en que éstas se manifiestan tienen la virtud de sorprendernos cada vez que se producen. De esta forma, quedamos con renovadas vislumbres del plan perfecto que el Padre tiene para nosotros, y nuestra confianza en Su capacidad para bendecir y sanar se ve fortalecida en la misma medida.

La presunción de la vida mortal nos hace presente casi constantemente sus limitaciones, sus flaquezas, sus tendencias autodestructivas y su incapacidad para satisfacer nuestras necesidades. No obstante, el Cristo está aquí, diciéndonos que la bondad de la naturaleza de Dios inevitablemente llega a nosotros, Sus hijos. De hecho, podríamos decir que la bondad del Padre es lo que nos define. Al ir descubriendo más acerca de Dios, de manera natural descubrimos más lo que somos, porque somos en verdad Su propia imagen. Véase Génesis 1:27.

Este espíritu de la época navideña no se puede reprimir. Ni la adversidad personal ni los grandes desafíos de esta época pueden sofocarlo. El mensaje de la Verdad es mucho más grande y más poderoso. Atraviesa el ruido y la conmoción de la vida acelerada de hoy; se puede escuchar aun en las calles conmocionadas y en las camas de hospital. Es un mensaje destinado a producir la curación absoluta y el impacto salvador no sólo para cada uno de nosotros individualmente, sino para toda la humanidad. Los ángeles declararon: "En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres". Y los corazones agradecidos responden con regocijo.

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