Quienes participaron en el nacimiento de Jesús se vieron envueltos en algo que era espiritual e históricamente mucho más grande que ellos mismos. Escucharon un mensaje venido del cielo, una ola de bondad, luz y gracia que habían anticipado por mucho tiempo: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" Lucas 2:14.
Esas palabras han llegado a ser tan conocidas para muchos de nosotros que a menudo las decimos sin darle la importancia que tienen, y con poco o ningún reconocimiento de su profundo significado. De hecho, recuerdo que hace unos años me di cuenta por primera vez que aunque conocía bien ese versículo del Evangelio según Lucas, siempre lo había leído como si el mensaje de los ángeles hubiera sido "paz en la tierra, buena voluntad entre los hombres", como si el Padre celestial estuviera instándonos a vivir en paz entre nosotros.
Aunque ese sería un mensaje muy importante, al leer el pasaje con nuevos ojos comprendí que expresa un hecho espiritual profundamente reconfortante. Dios, el Amor divino, está declarando que Su intención para con la humanidad —para ti, para mí— es el bien: "buena voluntad hacia los hombres". La declaración de los ángeles está anunciando el nacimiento de Jesús, un bebé con un origen y misión únicos, cuya vida siendo el Salvador, Cristo Jesús, sería ofrecida en su totalidad para mostrar a la humanidad la profundidad del amor de Dios y las ramificaciones de este amor por la raza humana.
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