Mary Baker Eddy amaba su país, los Estados Unidos, y admiraba a los "héroes y heroínas" que se sacrificaron para establecer sus ideas democráticas y la libertad religiosa. Aun así, sus comentarios del Día de la Independencia del 4 de julio de 1886, que empezaron con mucho patriotismo, en seguida se centraron en las serias necesidades del movimiento de la Ciencia Cristiana. A la congregación reunida en Chickering Hall en Boston, le dijo: "Jamás se hizo un Ilamado más solemne e imperioso que el que nos hace Dios a todos nosotros, aquí mismo, por una devoción ferviente y por una consagración absoluta a la más grande y más santa de todas las causas". Luego hizo una sorprendente declaración: "La hora ha Ilegado. La gran batalla de Armagedón está sobre nosotros. Los poderes del mal se han unido en secreta conspiración contra el Señor y Su Cristo, tal como se expresan y operan en la Ciencia Cristiana".Escritos Misceláneos 1883—1896, pág. 177.
¿Cómo podía una iglesia recién surgida, sin ni siquiera un ministro ordenado o un edificio propio, estar envuelta en el Armagedón, el conflicto apocalíptico final entre el bien y el mal que profetiza el Apocalipsis? El hecho es que el libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, y el Consolador que éste dio al mundo, habían iniciado una revolución. Como ella les dijo a sus estudiantes en la convención nacional de 1888 en Chicago: "La Ciencia Cristiana y los sentidos están en pugna. Es una lucha revolucionaria".ibíd., pág. 101.
Comparando este conflicto con dos guerras anteriores por la libertad en los Estados Unidos, la Guerra Revolucionaria por la independencia nacional y la Guerra Civil para liberar a los esclavos, ella señaló al enemigo como las fuerzas de la materia y el mal que se oponen a que la humanidad se libere del pecado, la enfermedad y la muerte. Es cierto, las instituciones teológicas y médicas no habían sido nada amistosas con la Ciencia Cristiana. No obstante, el enemigo era algo mucho más importante: la "evidencia falsa" de los cinco sentidos físicos, condenados a caer ante la evidencia "absoluta y terminante" del Espíritu, la Ciencia divina.ibid., pág. 99.
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