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Sana de síntomas de cáncer

Del número de mayo de 2010 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todo empezó hace dos años, cuando comencé a notar cambios en el abdomen y a no sentirme muy bien. Una tarde, cuando regresaba del trabajo en mi auto, me sentí sumamente enferma y tuve que detenerme en el camino. Traté de orar, pero el dolor era tan intenso que no podía ni pensar.

En ese momento recordé que en varias ocasiones había visto personas enfermas detenidas al costado del camino, pidiendo ayuda, y venía la policía, ambulancias, y hasta el carro de bomberos. Habían sido un cuadro muy dramático, pero me di cuenta de que yo no pertenecía a ese tipo de cuadro, que podía enfrentar esa situación de otra manera. Por lo tanto, tomé mi celular y llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda por medio de la oración y le expliqué que aún estaba a una hora de distancia de mi casa. Ella dijo que me ayudaría, y unos treinta minutos más tarde pude continuar conduciendo.

Yo soy enfermera de la Ciencia Cristiana y ese fue el último día que pude ir a mi trabajo. Como no podía estar sola, le pedí ayuda a otra enfermera para que me cuidara. Puesto que no podía comer y estaba perdiendo peso, pronto reconocí que los síntomas eran similares a los que había tenido mi esposo, que falleció de un cáncer diagnosticado por los médicos.

Cuando un familiar cercano me llamó y se dio cuenta de mi estado, insistió en que me hiciera ver por un médico, o, de lo contrario, llamaría a las autoridades con el argumento de que yo no me estaba cuidando bien. Esto me hizo comprender lo que Mary Baker Eddy afirma en Ciencia y Salud: "Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación" (pág. 167). Esa frase, "confianza radical en la Verdad", fue lo que me sostuvo en todo ese tiempo. Yo sabía que esa era la única forma de obtener la curación.

Comencé a orar basándome en que Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, según dice el primer capítulo del Génesis. Insistía en que soy una idea espiritual de Dios, perfecta en todo momento, sin importar cuál sea el cuadro que el pensamiento mortal quiera proyectar. Dios no me estaba viendo enferma, sino sana y completa. Yo sabía que tenía que aferrarme a este entendimiento. Había estudiado mucho la manera en que Jesús sanó todo tipo de enfermedades, y yo había comprobado su eficacia en mi propia vida.

Recordar las curaciones de otras personas fue un apoyo muy grande para mí. Por aquel entonces leí también el testimonio de un señor que se había sanado de la misma condición, y aunque los médicos lo habían desahuciado, él continuó orando hasta que se produjo la curación. Esto me dio la certeza de que yo también podía sanar.

Además, leí esto que Mary Baker Eddy escribe sobre la experiencia humana: "Es bueno saber, querido lector, que nuestra historia material y mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser. Es como un pensamiento' y 'como la sombra que se va'. El designio celestial de las sombras terrenales es purificar los afectos, reprender la consciencia humana y llevarla alegremente de un sentido material y falso de la vida y la felicidad al regocijo espiritual y estimación verdadera del ser. ...La historia humana necesita revisarse y el registro material borrarse" (Retrospección e Introspección, pág. 21).

Comprendí que tenía que revisar esas "sombras terrenales", o sea, las experiencias por las que había pasado y que debía sanar. Es decir, yo necesitaba purificar mi pensamiento. Esa fue entonces mi tarea, por días, semanas y meses.

Como gran parte de ese período la pasé acostada boca arriba y sin moverme, tuve suficiente tiempo para pensar y sanar mi pensamiento. Lentamente percibí que esas sombras terrenales no tenían poder ni presencia en el reino de Dios, que no eran parte de mí. Hubo momentos en los que tuve que perdonarme a mí misma, en otros, tuve que perdonar a los demás. Tuve que insistir en purificar mi pensamiento y verme a mí misma y a los demás como Dios nos había creado.

De pronto la condición empeoró y tuve que internarme en un sanatorio de la Ciencia Cristiana, donde pasé cuatro meses y me cuidaron con todo amor y dedicación.

En momentos muy difíciles recordaba este versículo del libro de Isaías: "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti" (43:2).

Poco a poco volví a sentir la presencia de Dios, aunque fueron nueve meses de crecimiento espiritual en los que pasé por el fuego, y el fuego me purificó. La curación completa se produjo de un día para el otro; la protuberancia desapareció y con ella todos los síntomas.

Otro aspecto importante de esta experiencia fue que se restauró la armonía en mi relación familiar, y logré que, a partir de entonces, se respetaran mis decisiones en relación a mi salud. Ya hace un año que he vuelto a realizar mis tareas habituales y estoy totalmente sana. Mi gratitud a Dios es infinita.

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