En cierta ocasión hace ya 16 años, tuve un problema en la piel que me incomodaba mucho. Aunque no había ido al médico, sabía que los síntomas eran de herpes zóster, enfermedad también conocida como zona. Como acababa de terminar la Clase Primaria de Ciencia Cristiana, decidí darme a mí misma un tratamiento de la Ciencia Cristiana, poner en práctica lo que había aprendido durante la clase y así curarme mediante la oración.
Entonces volví mi pensamiento a Dios y recordé este versículo bíblico: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Reconocí la perfección de la creación divina y el hecho de que yo, por ser parte de esa creación y ser el reflejo de Dios, no puedo manifestar ninguna imperfección, sólo la perfección espiritual divina. Afirmé mentalmente que la enfermedad es irreal porque en la infinitud de Dios no hay espacio para nada que sea desemejante a Su naturaleza armoniosa. Puesto que Dios me creó perfecta, siempre puedo expresar bienestar. Me concentré en estas ideas, procurando reconocer la irrealidad de cualquier problema físico.
A medida que dejé de enfocarme en la enfermedad y empecé a ocupar mi mente con pensamientos de salud, los síntomas empezaron a desaparecer naturalmente, y en poco tiempo, a medida que continué orando de esta forma, sané por completo.
También he tenido otras curaciones muy satisfactorias mediante la práctica de la Ciencia Cristiana, las cuales han fortalecido mucho mi fe en Dios. Una de ellas fue de fuertes dolores que comenzaban en la región lumbar y que se extendían por la pierna hasta el pie, y me hacían renguear cuando caminaba. Yo no fui a ver a un médico, pero algunos amigos me decían que esos síntomas parecían deberse a la inflamación del nervio ciático. Además de reposo, ellos me recomendaron que viera a un médico. Sin embargo, una vez más decidí volver mi pensamiento a Dios y confiar en el poder de la oración para la curación.
Estas palabras de Mary Baker Eddy me vinieron a la mente: “No hay dolor en la Verdad, y no hay verdad en el dolor; no hay nervio en la Mente, y no hay mente en el nervio; no hay materia en la Mente, y no hay mente en la materia; no hay materia en la Vida, y no hay vida en la materia; no hay materia en el bien, y no hay bien en la materia” (Ciencia y Salud con ¡a Llave de ¡as Escrituras, pág. 113). Al pensar en ese pasaje comprendí que no existe ningún elemento material en la Vida, Dios. Por lo tanto, en un nervio no puede haber mente con la inteligencia para producir algo falto de armonía o desemejante a Dios, como es el dolor. Reconocí que el Espíritu es la única sustancia presente y es inamovible. Dios nos ama, nos guía y nos sustenta.
Al empeñarme en reconocer esas verdades espirituales, me esforcé por no dejar de hacer las tareas diarias, aun cuando estaba con dolores. Contrario a lo que me sugirieron, no hice reposo ni usé métodos materiales para aliviar los síntomas.
A medida que oraba, el dolor fue pasando y dejé de renguear. En menos de un mes dejé de sentir dolores y volví a caminar normalmente. Desde entonces el problema jamás volvió a repetirse.
Veo estas experiencias como una prueba de que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana están al alcance de todos, y que cuando las ponemos en práctica producen curaciones permanentes y definitivas.
PORTUGAL
Original en portugués
