El estudio y práctica de la Ciencia Cristiana nos da las bases para comprender mejor nuestra relación con Dios, que es Vida.
Hace algunos años, antes de comenzar a estudiar esta Ciencia, yo siempre cuestionaba la razón por la cual las personas viven y mueren. Mas cuando empecé a leer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, fue todo un reto para mí la siguiente declaración: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad mediante la muerte, esta comprensión hará despertar a una renovación de vida” (pág. 426). Percibí que cuando reconocemos que todos somos los hijos amados de Dios y buscamos entenderlo mejor como Vida, sentimos cambios radicales en nuestra consciencia y en nuestra experiencia.
Estamos siempre en el lugar correcto, pues vivimos en la Mente divina, en la consciencia de la Vida y del Amor inmutables, en los cuales sólo el bien se manifiesta.
Mediante el estudio de la Ciencia Cristiana, he aprendido que la Vida es espiritual, eterna e infinita, sin comienzo ni fin. Comprendí también que la Vida es Espíritu, Mente, Alma, Principio, Amor y Verdad, pues estos son los siete sinónimos de Dios que da la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Por esta razón, como reflejos de Dios, nuestra vida es una manifestación natural y constante de atributos, tales como actividad, energía, belleza, orden, armonía, amor y honradez. Por ser divinas, estas cualidades son espirituales e infinitas. No dependen de un cuerpo físico para manifestarse, sino que están siempre presentes y no dejan de expresarse a causa de la enfermedad o la muerte.
Mantener en nuestro pensamiento estas verdades espirituales y ponerlas en práctica trae curación, brinda una sensación de paz y libertad. Reconocer que Dios es la única Vida y es Todo, me ayuda a ver la inocencia de cada uno de nosotros, Sus hijos amados.
El año pasado trabajé por unos meses en Boston, EE.UU., y durante ese período mi querido padre falleció.
Cuando me enteré de que él no estaba bien, me vino la inspiración de leer el capítulo de Ciencia y Salud, titulado “La Ciencia del Ser”, y me sentí inspirada por estas palabras: “El cuerpo y la mente materiales son temporales, pero el hombre verdadero es espiritual y eterno” (pág. 302). Las ideas de este pasaje, junto con mi comprensión de Dios, me dieron la fortaleza necesaria para mantener en mi pensamiento la verdadera identidad espiritual de cada uno de nosotros en la eternidad de la Vida.
Pensé en los atributos puros y espirituales que todos podemos manifestar, tales como honradez, humildad, paciencia, receptividad al bien, y así sucesivamente. Mi padre siempre había expresado estas y otras cualidades cristianas, tales como ayudar al prójimo, abstenerse de hacer críticas destructivas, el amor a la vida y un sentido de justicia basado en la certeza de que Dios es recto. Reflexionar sobre estas ideas me trajo paz, y continué firme en la expectativa de ampliar mi comprensión de la Vida.
Sin embargo, cuando me enteré del fallecimiento de mi padre un miércoles, yo tenía que servir de ujier en la reunión de testimonios de La Iglesia Madre. Después de enterarme de lo sucedido, comencé a sentirme mal; me dolía el cuerpo y tenía un fuerte dolor de cabeza. No obstante, decidí ocupar mi puesto, mientras continuaba orando y escuchando las ideas que Dios me estaba enviando.
Comprendí que mi padre siempre existió y siempre existirá en la totalidad de Dios, como una idea pura, inmortal y libre.
Mientras esperaba que abrieran las puertas de la iglesia, antes de que llegara la gente, me encontré frente a una pared en la cual estaba la siguiente cita de la Biblia: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). En esa misma pared leí el pasaje de Ciencia y Salud que cité anteriormente y su continuación: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad mediante la muerte, esta comprensión hará despertar a una renovación de vida. Dominará o un deseo de morir o un terror a la tumba, y destruirá así el gran temor que acosa la existencia mortal” (pág. 426). Entonces me di cuenta de que yo había estado orando para comprender mejor a Dios como Vida, Alma y Espíritu, y a todos nosotros como Sus hijos armoniosos e inmortales. Ahora debía reconocer que esas verdades espirituales se aplicaban específicamente a mi padre.
Reflexioné acerca de esas dos citas por algunos momentos y sentí fuertemente que el Amor divino me envolvía e inundaba mi consciencia con la percepción de que mi padre también estaba abrazado por el Amor y por el mensaje angelical que revela nuestra inocencia eterna como hijos amados de Dios. Por lo tanto, mi padre no podía estar sufriendo, puesto que en la realidad divina él no podía ser tocado por el pensamiento generalizado de condenación al sufrimiento y a la muerte, por razones de enfermedad o por desobedecer alguna ley material. Y yo tampoco podía sufrir por estar lejos de mi padre. En ese momento comprendí que mi padre siempre existió y siempre existirá en la totalidad de Dios, como una idea pura, inmortal y libre. Tuve una fuerte sensación de paz y momentos después el malestar que sentía desapareció. Realicé mi trabajo de ujier con profunda alegría y gratitud.
También percibí que estamos siempre en el lugar correcto, pues vivimos en la Mente divina, en la consciencia de la Vida y del Amor inmutables, en los cuales sólo el bien se manifiesta y donde la ley de la armonía está siempre activa y es omnipotente. Yo no estaba separada de mi padre, ni él de mí, pues todos existimos en Dios y en Él permanecemos unidos.
La curación del pesar y del malestar fueron completas. No sentí más tristeza ni ningún sentido de condenación. Tampoco sufrí por sentir la falta de mi padre.
Tengo solamente mucha alegría y gratitud por un padre que expresó y siempre expresará las cualidades divinas de manera espontánea y sincera, dando pruebas de la presencia eterna de Dios y de Su universo.
Original en portugués
