A mí siempre me ha gustado jugar al fútbol. En una ocasión comencé a jugar con un equipo de muchachos de un país que tiene rivalidades con mi país de origen, en Centroamérica. Recuerdo que iba a las prácticas con los colores de mi bandera, que son azul, blanco y rojo, mientras que la mayoría de los otros jugadores iba con los colores de su país. Esta rivalidad hacía que me fuera difícil jugar con ellos en el equipo, pues a veces me hacían pases largos, como para que no pudiera conseguir el balón.
Resultó que en una de las prácticas tuve una distensión muscular muy dolorosa en una pierna, por lo que decidí dejar de jugar y sentarme a ver la práctica, mientras ponía en orden mi pensamiento. Yo ya me había dado cuenta de que algo estaba pasando que debía corregir en mi manera de pensar.
Comencé a orar con la idea de que todos somos iguales ante los ojos de Dios. El amor de Dios es universal, es para todos. Al mantenerme firme en esa línea de razonamiento percibí que la distensión tenía mucho que ver con la tensión que había entre los miembros del equipo y yo. Simplemente por las nacionalidades.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!