Una mañana, me desperté con un profundo dolor en un brazo y parte del seno. Me resultaba imposible mover el brazo y era difícil pararme. Al día siguiente, a solicitud de mi trabajo, fui al médico, quien me informó que eran síntomas de un quiste. Me extrajo líquido del seno y me dijo que si volvía a tener dolores tendrían que operar y hacer una biopsia para determinar si el quiste era bueno o malo.
Ni bien salí de la consulta comencé a orar declarando que mi identidad tiene su origen en Dios y que por lo tanto es espiritual, no material. Recordé que en Ciencia y Salud dice que no somas sangre ni huesos, sino la imagen y semejanza de Dios, que es Espíritu, la fuente creadora, el Amor. Véase Ciencia y Salud, pág. 475. Logré tranquilizarme y el quiste no me volvió a molestar.
Cinco años después, comencé otra vez a sentir dolor en el seno. Pensé de inmediato en lo que el médico me había dicho. Me venía al pensamiento una y otra vez y sentía mucho temor. Así que me dediqué con todo mi corazón a orar y a estudiar la Ciencia Cristiana para percibir qué necesitaba saber para superar esta situación.
Un día escuché un programa de El Heraldo de la Ciencia Cristiana donde una persona comentó que tenía miedo a ser operada, y esta palabra me impactó. Me di cuenta de que tenía temor a ser intervenida en una operación, a que fuera realmente algo grave que me habían dicho que debían extraer y que iba a morir. Entonces me vino muy claramente que lo único que había que extraer eran pensamientos de temor, de incertidumbre sobre el curso que podía tomar mi vida. Sabía que podía hacerlo porque Dios es bueno y me hizo a Su imagen y semejanza, que Él no se había equivocado al crearme, que Su obra es perfecta. Era necesario que tuviera presente la imagen de la creación divina.
Percibí que ni un quiste ni nada podía quitarme la vida, pues mi vida estaba a salvo en Dios. El detonante era: Está alerta a los pensamientos que te están hablando de mal, y extráelos, no permitas que queden ahí; y mira en cambio lo que te dice Dios, que reflejas la Vida que es Espíritu, y que por tanto es indestructible. Ese proceso fue calmando el temor.
También, tuve la disciplina de no mirar el cuerpo para ver qué estaba pasando, porque muchas veces como que la condición nos hipnotiza y queremos ver si está mejorando o no. Así que cuando tenía la tentación de ver qué estaba pasando, teniendo en cuenta que el bien era todo lo que estaba ocurriendo, decía: “No está pasando nada, eso no te identifica, no es real. No veas a la materia, que no te pertenece. Plántate en lo que tú sí eres, una idea de Dios”. Así fue como la palabra operación dejó de atemorizarme.
En el Prefacio de Ciencia y Salud Mary Baker Eddy escribe: “La curación física de la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en el tiempo de Jesús, de la operación del Principio divino ante la cual la enfermedad pierde su realidad en la consciencia humana, y desaparece tan natural y tan necesariamente como las tinieblas dan lugar a la luz y el pecado a la reforma”. Véase Ibíd., pág. xi.
Comprendí que cuando cedo a la presencia del Bien en mi vida, permito que las leyes de Dios, el Principio que regula la Vida del hombre, operen en mis asuntos, manteniéndome centrada en la presencia única del Bien. Así pues, como quien despierta de una pesadilla, la falsa consciencia de la enfermedad desapareció del pensamiento.
Saber y vivir la Verdad de que somos la expresión del Amor, eso es lo único que importa y todo lo demás pierde realidad. Esa consciencia de Verdad hace que el problema desaparezca como la oscuridad desaparece ante la presencia de la luz.
Me doy cuenta de que cuando practicamos la Ciencia Cristiana prendemos la luz en nuestra vida con verdades espirituales, llenando de paz nuestra consciencia. Así, lo que experimentamos, lo hacemos nuestro, y esto nos da otra visión del mundo, y otra manera de caminar, con mayor amor, seguridad y confianza, con ese poder que Jesús caminaba, sabiendo que todo estaba bien porque Dios estaba en control. Nosotros vamos ganando esta consciencia poco a poco.
Realmente nunca supe cuándo se efectuó la curación. Simplemente dejé de tener dolores y ya han pasado más de ocho años de eso.
He comprobado que, cuando escucho pensamientos ruidosos que tratan de convencerme de que las cosas no andan bien, y me niego a aceptarlos en mi consciencia, sin que nos demos cuenta se abren puertas hacia la paz de Dios, hacia la certeza de la presencia eterna del Amor divino, El BIEN con nosotros.