Una de las cosas más importantes que he comprobado en mi vida es que la abundancia divina se puede manifestar en abundancia en nuestra vida diaria.
Un día, cuando mis hijos eran pequeños, estaba hirviendo leche para la merienda de la tarde y se me derramó la mitad, quedándome con sólo medio litro. Al principio me angustié porque no podía comprar más, pero enseguida me puse a pensar en Dios, en cuyas manos está nuestra vida, y en Su inmenso amor, y esto me trajo tranquilidad.
Hacía poco tiempo que estudiaba la Ciencia Cristiana y estaba aprendiendo cuán cercanos están los ángeles de Dios, o pensamientos inspirados. Esto me ha ayudado en momentos en que he sentido mucha responsabilidad por la crianza de mis niños y por querer guiarlos lo mejor posible.
Volviendo a la merienda, después de haber tenido esos pensamientos inspirados, sentí que de alguna forma me arreglaría para que todos pudieran merendar. Continué con los quehaceres de la casa y de repente escuché la voz de una vecina que me llamaba del otro lado del pequeño muro que separa ambos patios, para decirme que ella y su esposo se iban de viaje y preguntarme si quería una botella de leche sin empezar para que les hiciera un postre a los chicos. Yo le agradecí muchísimo y allí vi clarito la abundancia divina manifestada en abundancia humana: ahora tenía un litro y medio de leche. Con el paso de los años, esta demostración de la provisión de Dios no ha dejado de estar presente en mi pensamiento.
En mi estudio diario de la Biblia encontré este pasaje: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1° de Pedro 2:2). Y esa leche es la que me ha alimentado y me sigue alimentando hasta ahora. La demostración de la abundancia divina se manifestó aún más cuando, al poco tiempo, falleció mi marido y me quedé viuda con cinco hijos El más grande tenía 14 años y el más pequeño 3.
Estas palabras del Salmo 23, “Jehová es mi pastor, nada me faltara”, me dieron la confianza de que Dios me estaba cuidando y que si confiaba en Él no me podía faltar salud, alegría, tranquilidad y trabajo, porque tengo todo en Él.
Me fortaleció mucho el estudio de la Ciencia Cristiana y también recibí mucha ayuda de mis compañeros de la iglesia. Me di cuenta de la importancia de tener a Dios siempre presente en todo lo que hacemos, y esto también se los hice entender a los chicos, que en esa época concurrían a la Escuela Dominical. Así fue como pude obtener lo necesario para criarlos, y mis hijos más adelante pudieron ir a la escuela industrial y conseguir un trabajo. Mi hija también pudo estudiar corte y confección y conseguir todo el material que necesitaba para el taller.
Sin duda pude comprobar la seguridad de la presencia divina a través de Sus ángeles, o intuiciones espirituales, que me han mostrado en todo momento el camino a seguir. Como escribe Mary Baker Eddy: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494). Hoy mis hijos ya son mayores y siguen progresando. Yo continúo trabajando y orando, tanto por mí como por los demás, para que esta evidencia de la presencia de Dios se haga manifiesta en el mundo entero.