Estaba embarazada de siete meses cuando oré para tener mi primera curación física. Esto ocurrió hace aproximadamente 34 años. Era verano, y cuando iba a entrar en una piscina me resbalé. Para no caer de vientre y correr el riesgo de golpear al bebé, me apoyé en un brazo. Escuché un ruido al quebrarse el hueso y sentí un dolor muy intenso. Al día siguiente, se me empezó a hinchar el brazo y ya no podía moverlo.
Para ese entonces, yo había estado estudiando la Ciencia Cristiana durante seis meses, leyendo la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana. En seguida compré el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy. Como no conocía a ningún practicista de la Ciencia Cristiana ni a ningún otro Científico Cristiano en Portugal, recurrí a la lectura del libro.
Sentía muchos dolores, por lo que decidí quedarme en casa para orar tranquila. Me apoyé en la “declaración científica del ser”, que comienza así: “No hay vida, verdad, inteligencia, ni sustancia en la materia...” (Ciencia y Salud, pág. 468). No me limité a leer ese pasaje repetidas veces, sino que me esforcé por comprenderlo realmente y vivir cada palabra. Entendí que cuando Mary Baker Eddy escribió “no hay vida, verdad, inteligencia, ni sustancia en la materia”, estaba en verdad afirmando que no hay realidad ni vida en la materia. Por lo tanto, percibí que los dolores no necesitaban formar parte de mi experiencia. Mi pensamiento se aferró a esa verdad.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!