Durante toda mi niñez tuve dolores de cabeza crónicos. Sufría con tanta frecuencia que no podía pasar un mes sin tomar medicinas para calmar el dolor. En 1983, durante mi último año de bachillerato, no pude asistir a ninguna clase del segundo trimestre debido a esta enfermedad. El problema se había agravado tanto que había perdido totalmente el apetito, y tenía una gran debilidad. A menudo debía permanecer en cama. Los médicos me hicieron todo tipo de exámenes, pero un encefalograma indicó que no tenía ningún signo patológico. Entonces fue obvio que ni la medicina moderna ni la medicina tradicional africana podían sanarme. Francamente, pensé que la única solución era esperar la muerte para terminar con mi sufrimiento.
"Comprendí que yo no era una víctima de las creencias humanas; era ese hombre que Dios había creado a Su imagen y semejanza".
Fue en ese momento que la Ciencia Cristiana vino al rescate. La descubridora de esta Ciencia, Mary Baker Eddy, cita este proverbio: “La necesidad extrema del hombre, es la oportunidad de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 266). Mi hermana mayor y su esposo habían enfrentado un problema de infertilidad diagnosticado por los médicos, y decidieron recurrir a la oración. Muy pronto obtuvieron maravillosos resultados: Después de orar con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana ella pudo concebir. De modo que mi hermana me recomendó que probara la ciencia Cristiana y me habló con tanta convicción que no dudé en recurrir a un practicista.
Recuerdo que me reuní con él en marzo de 1983. Al escuchar las primeras palabras que me dijo pensé que se estaba burlando de mí. Me sentí frustrado cuando lo escuché decir: “La enfermedad no existe... no estás enfermo”, y yo sentía todo lo contrario, pues mi vida diaria era insoportable. Al ver que dudaba, el practicista inmediatamente comenzó a abrir mi pensamiento explicándome acerca de la verdadera naturaleza del hombre creado por Dios. Me leyó los siguientes pasajes del Génesis en la Biblia: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza;... Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:26, 31). Luego el practicista comenzó a orar en silencio por mí. Cuando salí de esa entrevista me sentí muy tranquilo. Al regresar a casa, me sorprendí al ver que yo tenía la misma Biblia que había utilizado el practicista. Aunque hacía mucho tiempo que leía la Biblia, me di cuenta de que no la había entendido mucho. Esto me llevó a estudiarla más detenidamente y comprenderla. Recuerdo que en ese momento el impulso a morir que sentía desapareció.
Por la falta de apetito, hacía tres días que no comía, pero en ese momento empecé a sentir hambre. Me tomé un vaso de jugo de fruta y comí un trozo de pan. Para mí esa fue la primera señal de que se estaba produciendo la curación. Por primera vez pude sentarme afuera de la casa y observar tranquilamente a la gente pasar. Me aseguré de tener siempre a mano un ejemplar de Ciencia y Salud y de la Biblia para iluminar mi pensamiento. Los leía a menudo.
Comprendí que yo no era una víctima de las creencias humanas; era ese hombre que Dios había creado a Su imagen y semejanza, de acuerdo con lo que dicen las Escrituras: “...como él es, así somos nosotros...” (1 Juan 4:17). También comprendí que toda la creación de Dios es perfecta, y que Dios gobierna a toda Su creación armoniosamente, incluso al hombre. Como consecuencia, no hay lugar para ningún tipo de desarmonfa, imperfección, sufrimiento o jaquecas.
Tuve la certeza de que la curación sería completa. Percibí que la Verdad es la luz, y que ninguna aparente oscuridad — como son las creencias erróneas sobre el sufrimiento — podía detener la manifestación de esta luz. No hay enfermedades incurables ante el Todopoderoso, pues Él es la luz infinita.
No sé exactamente cuándo me liberé totalmente de este problema. Lo único que sé es que regresé a la escuela y continué mis estudios normalmente, sin interrupción; terminé bien el año y obtuve mi diploma de bachillerato. La enfermedad desapareció completamente de mi vida. Yo soy testigo de que con Dios nada es incurable ni crónico.
Mi gratitud al Consolador que es la Ciencia Cristiana no tiene límite, y por esto le doy gracias a Dios.
Original en francés