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La luz que trae libertad

Del número de enero de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


¿Te has encontrado alguna vez en una situación tan desesperada que oscureció tus días? Es bien sabido que cuando las cosas salen mal nos sentimos rodeados de oscuridad. Pero también se sabe que cuando mejoran, sentimos que podemos ver la luz al final del túnel.

Es muy natural desear que todos los días sean brillantes, una existencia llena de luminosidad, con días llenos de esa luz de la alegría, el amor y la salud. La “luz” es en verdad un elemento que se menciona con frecuencia en la Biblia. De hecho, las primeras palabras de Dios son: “Sea la luz” (véase Génesis 1:3). Y la Biblia dice que realmente “fue la luz”, iluminando el universo.

Ahora bien, ¿de qué luz estamos hablando? ¿Cuál es su origen y naturaleza? Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana, nos ayuda a comprender algo esencial sobre este tema cuando escribe: “Esta luz no es del sol ni de llamas volcánicas, sino que es la revelación de la Verdad y de las ideas espirituales. Esto muestra también que no existe lugar donde la luz de Dios no se vea, puesto que la Verdad, la Vida y el Amor llenan la inmensidad y están siempre presentes” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 504). Cuando se entiende como tal, la luz no es un elemento físico como la luz del sol o de otra fuente, sino un concepto, una idea infinita. Toda la obra de Dios —la creación como la presenta el primer capítulo del Génesis— se manifiesta en luz. No hay sombras, oscuridad, confusión, problemas. Todo es claridad, armonía, pureza, santidad, belleza.

Jamás hay combate ni lucha entre la luz y la oscuridad, y la presencia de la luz revela que la oscuridad es nada.

No obstante, esas cualidades no siempre acompañan nuestra existencia humana ¿no es cierto? Con frecuencia, áreas a menudo grises, a veces muy oscuras, llenan nuestro pensamiento y nuestra vida.

De modo que, ¿de dónde proviene esa oscuridad? ¿Cómo puede existir? Una cosa es segura, y te resultará muy útil de saber: Jamás podría venir del Dios infinito. La Biblia nos dice que “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1° Juan 1:5). Y por no tener origen en Dios, en el Creador único, la oscuridad sólo puede existir como una sugestión, y por lo tanto, es irreal e ilusoria.

Para ilustrar este punto, voy a contarte una pequeña historia. Cuando nuestro hijo tenía 10 años, me preguntó: “¿Qué te hace creer que Dios es todopoderoso?” Le respondí diciendo que la mayoría de las religiones comparan a Dios con la luz y al mal con las tinieblas, y le recordé que la luz siempre echa fuera a la oscuridad. Pero él señaló que cuando llega la noche, la oscuridad gana prioridad, y la luz desaparece.

Aún hoy me siento agradecido por haber tenido de inmediato la inspiración de decirle: “Imaginemos un baúl, perfectamente sellado, separado en dos partes iguales por una división movible. En un lado vamos a poner la luz más brillante que existe; en el otro la noche más oscura que podamos imaginar”. Le pregunté si se imaginaba la situación. Me dijo que sí. Así que continué: “¿Qué ocurre si quitamos la división?” Casi sonriendo él admitió que la luz era la “ganadora”. Entonces le pregunté si pensaba que había habido un combate, si la luz y la oscuridad habían tenido que luchar entre sí. Después de pensar un poco, me dijo que no. No había habido ninguna lucha. La luz instantáneamente había ocupado todo el espacio. Insistí un poco más en el análisis, y le pregunté: “¿Piensas que la oscuridad podría estar oculta en alguna parte, lista para saltar sobre la luz, al acecho en busca de una oportunidad?” Juntos nos dimos cuenta de que la oscuridad no podía ocultarse ni mantenerse escondida en ningún lugar porque en realidad no había ninguna oscuridad. Donde está la luz, no hay ni puede haber jamás oscuridad.

Es muy reconfortante comprender que jamás hay combate ni lucha entre la luz y la oscuridad, y la presencia pura de la luz es la evidencia de que la oscuridad es nada, lo que indica claramente que la oscuridad no tiene sustancia, no tiene ser. La oscuridad es una ficción, una creencia en la ausencia de la luz. Esto nos permite comprender mejor que uno jamás necesita luchar contra una entidad llamada mal (oscuridad), sino que tiene que eliminar y reemplazar la creencia falsa de oscuridad por la consciencia de la presencia inmutable del bien (la luz). La Sra. Eddy lo explica de la siguiente forma: “A veces somos llevados a creer que la oscuridad es tan real como la luz; pero la Ciencia afirma que la oscuridad es sólo un sentido mortal de la ausencia de la luz, a cuya llegada la oscuridad pierde la apariencia de realidad. Así el pecado y el pesar, la enfermedad y la muerte, son la supuesta ausencia de la Vida, Dios, y huyen como fantasmas del error ante la verdad y el amor” (Ciencia y Salud, pág. 215).

La oscuridad —el mal en cualquier forma en que aparezca— es tan solo un sentido mortal de la ausencia de luz, de la ausencia de Dios, el bien. Pero sabemos que dicha ausencia es imposible. Dios es el Principio infinito, es Todo y está en todo. Nada puede excluirlo de esa creación de la cual Él es la única causa. “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos” (Romanos 11:36). La comprensión de la omnipresencia y luz absoluta del Principio divino, hizo que la Sra. Eddy dijera: “La curación física de la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en el tiempo de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas dan lugar a la luz y el pecado a la reforma” (Ciencia y Salud, pág. xi).

Todos tenemos la habilidad de resistir esta tentación de creer que tenemos la responsabilidad de luchar contra la oscuridad —contra el pecado, la enfermedad y la muerte— para poder eliminarla. Cuando recibimos con agrado y sin reservas la luz de la Verdad y el Amor en nuestro pensamiento y en nuestro corazón, esa es la “operación del Principio divino”. Esa es la luz espiritual que obliga al pecado y a la enfermedad a perder su supuesta realidad en la consciencia humana. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, dijo Jesús (Juan 8:32). Siempre es la Verdad, la luz divina, la que echa fuera la oscuridad, y eso nos hace libres.

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