“¡Realmente hay UN DIOS!”, gritó entusiasmada mi amiga mientras aplaudía y una sonrisa iluminaba su rostro. Después de largo tiempo de no ver mucho progreso, varias cosas habían sucedido de forma maravillosa. Probablemente nosotros nos sentiríamos como ella, si después de haber estado orando de pronto ocurren cosas buenas en nuestra vida.
Muchos toman más consciencia de la realidad de Dios cuando sucede algo positivo, especialmente cuando el cambio contrasta notablemente con algún desafío que han tenido que enfrentar. Por ejemplo, un hombre estaba escalando una roca, y de pronto se encontró en una posición muy precaria. Sintió que la situación era realmente peligrosa hasta que recordó un pasaje de la Biblia que habla de mover montañas (véase Marcos 11:23). Sus dedos estaban a punto de perder agarre cuando de pronto apareció un lugar donde podía pisar que antes no había estado allí. En ese momento supo que verdaderamente había un Dios. Una mujer tuvo un accidente y la llevaron de urgencia al hospital, donde los rayos X mostraron una fractura de hueso y otras lesiones. Su curación mediante el tratamiento en la Ciencia Cristiana fue tan rápida que su esposo volvió a mirar las radiografías originales del hospital y la fractura ya no aparecía, aunque el informe médico hecho con anterioridad describiendo la situación, no había cambiado. ¿No crees que ella realmente comprobó que hay un Dios?
Siento que necesito tener la suficiente humildad para reconocer que Dios me está demostrando que Él sí existe.
Hace unos años, relaté en una de las publicaciones periódicas algunas experiencias extraordinarias, que no parecían tener una explicación normal (véase “How Long?” Christian Science Sentinel, August 30, 2010). No obstante, tenían una explicación espiritual, explicación que ciertamente daba prueba de la existencia de Dios. Para mi sorpresa, después, en unas pocas semanas recibí más de 20 relatos de curaciones extraordinarias de gente que las venía atesorando en silencio. Yo siento que estas instancias tan inusuales sólo pueden explicarse reconociendo que realmente hay un Dios.
Es posible que la gente sienta la presencia divina durante un servicio religioso o al escuchar un sermón. La mayoría de nosotros ha disfrutado de algo más profundo que lo que se siente cuando uno simplemente está cumpliendo con el deber de ocupar un asiento en una iglesia. En esos momentos sentimos una elevación espiritual o presencia divina que atribuimos a Dios. En otras ocasiones es posible sentir la realidad de Dios cuando estamos solos en casa estudiando tranquilos la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, temprano por la mañana.
Años atrás, mi esposa y yo fuimos de excursión a una zona montañosa muy aislada. Durante 30 días estuvimos totalmente libres de todo el ajetreo y bullicio de la vida diaria. Hubo momentos en esa majestuosa área silvestre, en que me sentí muy cerca de Dios, incluso discerní ideas claves que se transformaron luego en una bendición para toda la vida. Cuando regresamos a la civilización, realmente tuvimos que readaptarnos un poco a toda la actividad mental de la sociedad moderna. Pude apreciar el hecho de que Cristo Jesús se apartaba al desierto cuando quería nutrir su creciente certeza de que Dios es verdadero. La Biblia dice que, más que apartarse de las multitudes, “él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5:16). La oración puede ser una oportunidad muy natural de descubrimiento; del descubrimiento de Dios.
Me rodeó una armonía tal, que para mí fue como debe ser estar en el reino de los cielos.
Si bien la mayoría de la gente en el mundo cree que Dios existe, hay millones que niegan enérgicamente Su realidad. Cuando alguien tiene el pensamiento espiritualizado, posiblemente se sienta más cómodo con la verdad de la existencia de Dios. Mientras que cuando uno se apoya más en el pensamiento materialista, la puerta se abre más hacia un sentido ateísta de la realidad. De hecho, la referencia que hace Mary Baker Eddy al “ateísmo de la materia” define bien el estado mental de un ferviente materialista. La Biblia lo llama Adán (véase Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 580).
Si uno empieza a ver menos evidencia de Dios en la vida (alegría, inspiración, inocencia, salud, curación, espirituales), sería útil proteger específicamente la consciencia orando contra la influencia del ateísmo. Esta influencia llega a nuestra vida un poco como la lluvia que entra a través de una rajadura en el techo. A menos que reparemos esa gotera, la humedad puede dañar todo el techo. De manera que ¿cómo podemos protegernos de ese goteo insistente de que “No hay Dios”? ¿Qué te parecería afirmar con inteligencia en tu oración que hay Dios? No es tan complicado. Una vez, yo estaba en un rincón tranquilo de un salón grande, y alguien al salir apagó la luz. Yo me acerqué al interruptor y la volví a encender. No es tan complicado.
De la misma manera, lidiar con la agresiva sugestión ateísta de que no hay Dios, es algo que hasta un niño puede hacer. He escuchado a niños (al igual que a adultos) afirmar con mucha convicción: “No hay lugar donde Dios no esté”. No es tan complicado. Por otro lado, nosotros ciertamente no ignoramos las declaraciones del ateísmo, como tampoco nos dejamos intimidar por ellas.
Como describí antes, yo he tenido varias pruebas de que Dios existe, y me he liberado del ateísmo defendiendo específicamente mi consciencia. Sé que otros harían lo mismo. También he tenido otras pruebas de Dios, pero no se ajustan a la norma.
Recuerdo dos ocasiones. En ambas yo no estaba esforzándome activa y conscientemente por reconocer a Dios. No estaba haciendo lo que generalmente hacemos cuando tratamos de acercarnos al divino. En una de ellas estaba buscando algo en un cajón. En la otra, estaba sentado en el porche, sintiéndome un poco alejado de Dios. No eran lugares especiales donde uno esperaría tener un profundo descubrimiento de Dios.
Pienso en esas dos experiencias en el contexto de lo que Cristo Jesús trataba de hacer entender a la gente. A mí me parece que para Jesús, el reino de Dios no era algo fuera de este mundo. No se trataba de calles pavimentadas de oro, alas y halos. Era, en cambio, una especie de normalidad espiritual. Una liberación de las distracciones de ceguera o temor, parálisis o ignorancia, escasez o pecado; cualquier restricción material. Jesús tenía el pensamiento tan espiritualizado que reconocía que el reino de Dios estaba al alcance de la mano. Él veía que el Espíritu era la realidad y el hombre era espiritual, es decir, no era limitado ni vulnerable.
Me he liberado del ateísmo defendiendo específicamente mi consciencia.
En esas dos ocasiones, simplemente sentí que el Cristo salvador me estaba revelando que este reino de Dios es muy real y está muy presente. Cuando estaba buscando algo en el cajón, me rodeó una armonía tal, que para mí fue como debe ser estar en el reino de los cielos. Tal vez duró unos pocos minutos, pero oré sobre eso durante varios días después, tratando de comprender mejor su significado. No recuerdo qué estaba buscando ni si lo encontré. Pero sí me acuerdo que durante esos momentos, Dios fue mucho más real para mí que lo que había sido antes.
Años después, estaba sentado en el porche de atrás de mi casa, sintiéndome lejos de Dios, y sentí nuevamente una especie de presencia divina que me aseguraba la realidad del Amor. Pensé en eso varios días, y fue claro para mí que miles de esos ángeles a los que se refirió Jesús (véase Mateo 26:53) habían estado allí para salvarme. ¿Es que tiendo a tener experiencias extrañas? Debo afirmar que a lo largo de mi vida, la solidez de la curación cristiana ha sido, por lo general, lo que el mundo consideraría diferente acerca de mí. En muchos sentidos mi vida ha sido una experiencia humana normal.
A veces nos esforzamos mucho por demostrar que Dios existe mediante formas tradicionales, y esto puede ser muy satisfactorio y provechoso. Pero también he descubierto que es útil cultivar lo que podríamos llamar la expectativa de lo inesperado, deleitándonos en las nuevas formas en que Dios se revela a nosotros.
Quizás no todos puedan identificarse con la manera en que yo encuentro a Dios. Supongo que en definitiva cada uno debe encontrar la respuesta por sí mismo. Pero aun si yo no logro probar a los demás que Dios existe, siento que necesito tener la humildad suficiente para reconocer que Dios me está demostrando constantemente que Él sí existe.
