Cuando empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, estaba en los primeros meses de embarazo de mi primer hijo, y el diagnóstico médico mostró que el embarazo no se estaba desarrollando de manera normal porque había un problema en la placenta que impedía que el bebé fuera alimentado correctamente.
Ante este diagnóstico, el doctor decidió esperar 15 días, y si el problema persistía, sería necesario hacer un aborto. De acuerdo con el médico, este era el procedimiento normal en estos casos.
Me entristeció mucho este diagnóstico. Yo no estaba dispuesta de ninguna manera a hacerme un aborto.
Cuando llegué a casa, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le conté lo que había pasado. Ella me ayudó a comprender que el desarrollo del bebé no dependía de mí, dependía de Dios, quien es la Vida divina ilimitada. También me dijo que de la misma manera que nada podría limitar o impedir la manifestación de la Vida, nada podía interrumpir o poner en riesgo el crecimiento armonioso del bebé. La practicista me pidió que me quedara tranquila y confiara en Dios. Sus palabras eran tan firmes que me sentí segura de que no pasaba nada malo con mi bebé.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, leemos: “Quizás digas que los mortales son formados antes que piensen o sepan algo de su origen, y quizás preguntes también cómo puede la creencia afectar un resultado que precede al desarrollo de esa creencia. Sólo puede contestarse que la Ciencia Cristiana revela ‘cosas que ojo no vio’ —o sea, la causa de todo lo que existe— pues el universo, incluyendo el hombre, es tan eterno como Dios, quien es su Principio inmortal y divino” (págs. 553-554). Para mí este pasaje muestra que si el hombre, un término que incluye a todos los hombres, mujeres y niños, es una idea de Dios, entonces el hombre ha existido siempre en la perfección de la Vida, y la Vida no concibe ni conoce ninguna anomalía o muerte. Dios, la causa única, no tiene origen ni final, y lo que Él conoce, Su creación perfecta, se desenvuelve y se revela a sí misma eternamente.
Mi certeza acerca del desenvolvimiento divino fue tan poderosa que incluso me fui de compras y adquirí ropa de maternidad, antes de ir a mi cita con el médico. Estaba convencida de que no sería necesario interrumpir el embarazo, porque en la realidad divina el bien jamás deja de manifestarse. Continué firme en mi oración y confiada en la acción divina.
Quince días después, cuando me examinaron otra vez, el diagnóstico fue muy diferente. El doctor me informó que todo estaba bien y que no era necesario hacer un aborto.
El resto del embarazo fue normal. El bebé nació meses después, en un parto natural, sin ningún problema.
El médico me había dicho que el niño podía presentar alguna deficiencia debido a que no había tenido un nutrimento apropiado al principio del embarazo, pero mi hijo nació totalmente saludable. Hoy, tiene 14 años y es un adolescente muy alegre.
Para mí, esa fue una prueba clara de la eficacia de la oración que reconoce únicamente el eterno desenvolvimiento de la Vida y el amor de Dios por todos Sus hijos.
São João da Madeira
