Mi época del liceo, desde los 12 a los 19 años, fue un desastre. Mis actitudes estaban completamente fuera de lugar. Yo iba de prender fuego a los baños del liceo hasta tomarle el pelo constantemente a los profesores. Llevaba una vida totalmente errada.
Alcohol y tabaco fueron mis compañeros constantes. Mis padres trataron de encontrar alguna solución para mi conducta y me cambiaron de un liceo público a uno privado. Pero comencé a beber alcohol en exceso y a emborracharme todos los fines de semana. No aprobé los exámenes ese año, lo tuve que repetir y volví al liceo público.
Allí reanudé viejas amistades y conocí las drogas. Con mis amigos consumíamos drogas a diario con el mismo exceso que consumíamos alcohol.
Mi vida iba cada vez peor, pero no me daba cuenta de ello. Tenía problemas con mis amigos y conmigo mismo; comencé a tratar mal a mi familia y ya casi ni les hablaba a mis padres. Varias veces mi madre me repetía: “Esa no es tu verdadera identidad, ¿dónde está el Mauro que yo conozco?” Había logrado ocultar lo de las drogas a mis padres. Charlábamos sobre eso y yo hablaba como si nunca las hubiera consumido.
Sin embargo, la droga empezaba a deteriorar mi pensamiento. Llegó un punto en que me di cuenta del mal que me estaba haciendo y quise salir de todo eso. Luchaba para superarlo, pero terminaba consumiendo otra vez. Cuando estaba bajo el efecto de las drogas me arrepentía y esto me causaba una depresión que era inaguantable.
Así pasaron varios meses, hasta que una amiga supo del tema y me dijo que hablara con mi mamá, y así lo hice. Me expresé con toda sinceridad y le conté lo que ella no imaginaba. No debe haber cosa peor que decirle a una madre algo así, ¡y me estaba ocurriendo a mí!
Ella decidió que permaneciera en casa y no tuviera ninguna comunicación con las personas con las que compartía mi tiempo, y que fuera a una sicóloga todas las semanas. Esto no era nada divertido, pero en lo profundo yo sabía, que esta decisión era lo mejor para mí.
El aburrimiento que me producía estar en mi casa me hizo leer un libro de metafísica que decía que lo que pensamos se hace realidad, y lo comprendí. Había algo detrás de lo que me pasaba, y lo había empezado a descubrir, pero no era suficiente; le faltaba un ingrediente. Fue entonces cuando empecé a pensar en las enseñanzas que había recibido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y los libros que estaban en una caja archivados.
Le pregunté a mi madre qué podía leer sobre la Ciencia Cristiana y me dijo que empezara por el libro Conocimos a Mary Baker Eddy. Me surgían tantas preguntas que no tenía otra cosa en qué pensar. También empecé a leer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, y pensaba en los problemas tan desagradables que estaba enfrentando en mi vida, y lo comparé con la realidad de que hablaban esos libros, que era tan diferente a la mía. Ansiaba vivir esa realidad. Me di cuenta de que el libro de esa escritora estaba en mis manos gracias a que ella había sanado.
Leía todo el tiempo posible, y me maravillaba por todo lo que había pasado esta señora y lo que había descubierto “estando ya en la sombra del valle de muerte” (Ciencia y Salud, pág. 108). Seguí leyendo más libros sobre la Ciencia Cristiana hasta que me sentí seguro. La Sra. Eddy explica que la oración nos ayuda a cambiar la creencia errada de que hay vida en la materia, con la comprensión de que el hombre es espiritual y expresa a la Mente divina, Dios. Me preguntaba de dónde venía esta creencia errada. Yo estaba convencido de que mi problema era mental, así que empecé a reconocer la verdad acerca de quiénes somos realmente como hijos de Dios. Sabía que si tomaba consciencia de esto, podía sanar.
La oración nos ayuda a cambiar la creencia errada de que hay vida en la materia, con la comprensión de que el hombre es espiritual y expresa a la Mente divina, Dios.
En Ciencia y Salud Mary Baker Eddy escribe: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le aparecía donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, que es universal y que el hombre es puro y santo” (págs. 476-477).
Empecé a orar y a confiar en Dios, y a sentirme seguro de salir a la calle sin ser tentado. Pero al principio salí y volví a consumir drogas y volvió el mismo arrepentimiento. Así pasaron 4 meses. No le comentaba nada a mi madre, sino que luchaba solo, tratando de aplicar en mi vida todas las cosas que leía acerca de la Ciencia Cristiana, y aunque no las entendía muy bien, poco a poco fui mejorando.
Al comenzar la lectura de estos maravillosos libros, mi madre me recomendó que llamara a un amigo Científico Cristiano que había sido mi maestro en la Escuela Dominical y que tenía experiencia sobre el tema de la “drogadicción”. Él me ayudó mucho porque me daba citas para leer de Ciencia y Salud y de la Biblia que aclaraban mi pensamiento en los momentos más difíciles. Finalmente, el amor de Dios volvió a triunfar sobre el error y comenzó mi curación.
En este momento tengo 20 años y no he vuelto a consumir drogas desde hace ya más de un año; también dejé el alcohol. Comencé a trabajar en un lugar que nunca había imaginado, como administrativo en un supermercado. Mi vida y mi actitud cambiaron por completo gracias a la Ciencia Cristiana. Comprendí que Dios es lo que nos mantiene a salvo siempre.
Una amiga que es practicista de la Ciencia Cristiana, me ayudó muchísimo cuando sentía inseguridad y dudaba de haber realmente superado las drogas. Finalmente un día resistí la tentación de drogarme y salí victorioso. Esta amiga me dijo: “Siempre que miro atrás y veo todas las cosas que tuve que enfrentar en la vida, me doy cuenta de que siempre estuve protegida”. Para mí también fue así; siempre estuve protegido por mi Padre-Madre Dios, porque soy Su imagen y semejanza.
Me siento muy agradecido a todas las personas que me dan su cariño y paciencia, y ponen todo de su parte para ayudarme en el camino del descubrimiento de esta gran verdad que es la Ciencia Cristiana.
