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¡Salgamos del estanque!

Del número de marzo de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán 


Una amiga compró dos patitos y los tenía en un pequeño estanque en el jardín. Pocas semanas después, los llevó al gran estanque del pueblo para que allí nadaran. Pero los patitos no querían entrar en el agua y se ocultaban detrás de mi amiga, su “mamá”, en busca de protección. Sin mucha ceremonia alguien que estaba al lado los metió en el estanque. Pero los patitos nadaron de regreso a la orilla tan rápido como pudieron, y se negaron a volver a entrar. A partir de allí los patos permanecieron en el pequeño estanque de su casa. 

¿Acaso no hemos enfrentado todos situaciones similares? Se nos presentan nuevas y grandes oportunidades, ya sea una interesante oferta de trabajo, la posibilidad de viajar por largo tiempo en el exterior, o ser elegido para un puesto exigente dentro de la iglesia, oportunidades que podrían ayudarnos a descubrir y probar nuestros talentos, no obstante, nos acobardamos y no aceptamos la oportunidad por temor a no poder llevarla a cabo. Nos quedamos dentro de nuestro pequeño “estanque”, y perdemos la oportunidad de demostrar lo que somos capaces de hacer. 

La Biblia contiene el relato de un discípulo que logró superar el temor y aprendió una lección para toda la vida. Jesús les había dicho a sus discípulos que fueran en la barca al otro lado de un lago, mientras él se quedaba solo en la montaña a orar. Cuando estaban ya lejos en el lago, se desató una tormenta. “Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron… Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento” (Mateo 14:25-32). 

Cuando nos enfrentamos a tareas inesperadas, no siempre resulta fácil tener el valor de dejar atrás nuestros viejos hábitos

Mientras Pedro mantuvo su mirada en Jesús y confió en Dios, pudo caminar sobre el agua. Pero tan pronto miró las olas y le dio más poder a ese cuadro atemorizante que a Dios, empezó a hundirse. Sin embargo, aun en ese momento de gran temor, su vida estuvo a salvo y descubrió que el Cristo, la idea divina de la Verdad y el Amor que Jesús con tanta convicción personificaba, siempre está cerca para salvarnos de cualquier peligro.

Cuando nos enfrentamos a tareas inesperadas, no siempre resulta fácil tener el valor de dejar atrás nuestros viejos hábitos. Como Pedro, yo también a veces he tenido que confiar completamente en la ayuda divina para dominar una situación difícil. 

En una ocasión tuve que dar una charla en Copenhagen, que era muy especial para mí porque pude darla en danés, mi lengua materna. Sin embargo, el día antes de la conferencia, empecé a tener síntomas de gripe y casi no podía hablar. Aquella noche le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con la oración. Al término de nuestra conversación ella me pidió, para mi sorpresa, que pensara en la envidia. Al principio no supe muy bien cómo lidiar con eso, porque estaba segura de que yo no le tenía envidia a nadie. Pero sabía que debía ser leal y obediente a una inspiración impulsada por la oración, y que siempre es bueno corregir nuestro propio pensamiento. 

Los pensamientos de envidia a menudo son inconscientes y pueden fácilmente entrar a hurtadillas en nuestro pensar. Muchos consideran que la envidia es simplemente un pequeño mal que uno no tiene que tomar en serio. Sin embargo, la envidia viola el Décimo Mandamiento y acepta la idea de que Dios favorece a algunos de Sus hijos, noción que no es fundamentada por las enseñanzas de Jesús acerca de un Padre del todo amoroso. 

Podemos aceptar sin temor las tareas que Dios nos da aunque nos exijan algo a lo que no estamos acostumbrados

Al volverme a Dios en oración para comprender que mi labor se basaba en la autoridad divina y no podía ser perturbada, de pronto percibí que envidiaba a los conferenciantes cuyas esposas les prestaban ayuda discretamente, mientras que yo tenía que cuidar de mi madre y de mi nieto, aparte de dar conferencias, estar en la práctica pública de la Ciencia Cristiana y enseñar Ciencia Cristiana. De inmediato corregí este pensamiento de envidia. No eran de mi incumbencia las tareas que otras personas tuvieran que cumplir. No necesitaba comparar mi vida con la de los demás, porque cada uno recibe de Dios el trabajo que puede realizar y que más lo bendice. Recordé el pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras donde Mary Baker Eddy escribe: “Sea cual fuere tu deber, lo puedes hacer sin hacerte daño” (pág. 385).

Yo realmente tenía muchas razones para estar agradecida por la alegría que todos los días me daban mi madre y mi nieto. Reconfortada, me fui a dormir. A la mañana siguiente todavía no podía hablar. Sin embargo, tenía la certeza de que había sanado por completo, y continué apoyándome totalmente en el gobierno y la ayuda de Dios. Horas después, al comenzar la conferencia, había recuperado totalmente mi voz, clara y fuerte. Alguien incluso comentó después lo hermosa que era mi voz. 

Realmente, podemos aceptar sin temor las tareas que Dios nos da aunque nos exijan algo a lo que no estamos acostumbrados. En el prefacio de Ciencia y Salud, Eddy escribe: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Para alcanzar esta promesa, es bueno salir de esa “barca” de antaño, de esos conceptos limitantes de una vida separada de Dios, y de no temer a las olas amenazadoras de la vida, sino seguir a Dios confiados en el éxito. El brazo extendido del Cristo está siempre listo para mantenernos a salvo y bendecirnos en nuestro camino hacia una libertad inimaginable.

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