Me estaba esforzando realmente por conocer al Cristo. Había leído bastante sobre el hombre perfecto, creado a imagen y semejanza de Dios, mas me resultaba difícil comprenderlo. Sentía cercano al Cristo cada vez que leía la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, el Heraldo, o los escritos de Mary Baker Eddy, pero cuando me enfrentaba a mis propios enredos mentales no podía captar la presencia sanadora del Cristo.
Un domingo después del servicio religioso en una iglesia filial de la Ciencia Cristiana, conversando con un buen amigo me persuadió a que investigara más a fondo el significado del Cristo, y así lo hice. Me sorprendió lo que iba descubriendo. Como cuando Jesús le pregunta a sus discípulos quién es él, y Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente” (Juan 6:69). Y Mary Baker Eddy aclara: “Eso es: El Mesías es lo que has proclamado, el Cristo, el espíritu de Dios, de la Verdad, la Vida y el Amor, que sana mentalmente” (Ciencia y Salud, pág. 137).
Días después, el sonido del teléfono interrumpió mi siesta y contesté la llamada muy descortésmente. Cuando colgué sentía una ira que muchas veces me había hecho cometer actos poco amables. En ese momento me pregunté: ¿por qué siento esto?, por qué no estoy expresando más al Cristo?
Entonces oré el Padre Nuestro porque ya había entendido que satisface cualquier necesidad. Le pedí a Dios con todo el corazón que me hiciera “puro, leal, gentil”, como dice el Himno N° 291 del Himnario de la Ciencia Cristiana, que recordé en ese instante. Luego ocurrió algo sorprendente. Ideas completamente inusitadas inundaron mi pensar. Era la “voz callada y suave” del Cristo (Ibíd., pág. 323), diciéndome con amor y firmeza: “No tienes que seguir fingiendo, no tienes que ser quien no eres, sé tú mismo; una idea pura, libre, llena de amor, paz, gentileza, llena de todas las cualidades espirituales que te pertenecen como hijo de Dios”.
Sé tú mismo; una idea pura, libre, llena de amor, paz y gentileza.
Mary Baker Eddy escribe: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu” (ibíd., pág. 475). El pensamiento regresaba con insistencia diciéndome que no fingiera ser quien no soy; que jamás podría ser deshonesto, irritable, sensual, temeroso o limitado; que jamás podría enfermar, ni pecar, ni morir. Que no podía ser algo que Dios nunca me hizo ser.
Todos podemos escuchar al Cristo, sentir su presencia y escuchar sus palabras sanadoras
Esa sucesión de palabras fue un llamado de atención para mí. Inmediatamente busqué la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana que me había llegado esa mañana, en cuya portada decía: “El Cristo, persuasivo y persistente”. Leí el artículo con ese título y pude entender que el Cristo estaba siempre presente, incluso en esos momentos de desaliento y confusión. Sentí que había sido el Cristo el que me dijo a través de mi amigo que conociera más al Cristo. Había sido el Cristo el que inspiró las ideas del artículo que había leído y me habló de una forma tan clara y firme. Muy pronto se fue produciendo un cambio en mí, y hoy considero que soy más amable y gentil.
Creo que todos podemos escuchar al Cristo, sentir su presencia y escuchar sus palabras sanadoras. Todos podemos aprender a conocer nuestra verdadera naturaleza y esencia por medio del Cristo. Este aprendizaje es ilimitado, y podemos comenzar por saber que el Cristo está aquí mismo donde estamos en este preciso instante. Sea cual fuere el problema que tuviéremos, ningún pensamiento por más terrible que sea o por verídica que parezca una sensación, puede oscurecer su mensaje porque Dios nunca nos condena, como dice la Biblia: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). Todos podemos escuchar con atención al Cristo, porque es él quien nos hace conocer la Verdad.
Arequipa