Hace unos años, en un período muy corto de tiempo, mi madre falleció en los Estados Unidos, empaqué y vacié su casa para venderla, regresé a Brasil, empaqué mi propio hogar donde había vivido 15 años, me mudé a una nueva casa, empecé un nuevo trabajo bastante demandante en una ciudad que no conocía, y traté de desempacar y ayudar a mi familia para que se adaptara a nuestro nuevo hogar y ambiente. Aunque hacía todas mis tareas con alegría, me sentía a menudo abrumada, cansada y triste por el fallecimiento de mi madre.
No dependo de la materia para tener vida, porque los hijos de Dios no son materiales, sino espirituales.
Un día en el trabajo empecé a sentirme muy mal; tenía náuseas, dolores en el pecho y la espalda, y me costaba mucho moverme. Según lo que había escuchado hablar, sentí que estaba teniendo un ataque al corazón.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!