Después de un semestre sumamente intenso de trabajo como profesora en la universidad, me di cuenta de que algo andaba mal con mi cuerpo. Tenía una sensación de debilidad y mareo constantes, lo que me hacía trabajar más despacio y moverme con mucho cuidado. Al principio sólo le prestaba atención de vez en cuando, y oraba por ello con poca determinación. Como resultado, el problema físico empeoró en las siguientes semanas. Finalmente un día, después de hacer una caminata, sufrí un colapso en el pasillo de mi casa.
Mi esposo sabía que yo quería tener tratamiento en la Ciencia Cristiana, así que como es practicista de esta Ciencia, de inmediato empezó a orar por mí. Estaba a mi lado todo el tiempo y me leía himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana y otra literatura de la Ciencia Cristiana.
Quería comprender que yo sólo puedo tener un enlace verdadero: el enlace con la Vida divina
Las siguientes semanas lo pasé, o bien, inconsciente o dormida. No podía comer, sólo podía beber un poco de agua cada día. Durante los momentos de inconsciencia, me veía a mí misma sentada en un cuarto totalmente a oscuras, o dando vueltas en interminables torbellinos, en los cuales aparecían constantemente sucesos y rostros del pasado. También podía escuchar la voz de mi marido cuando me leía o me daba palabras de aliento.
Tres importantes aspectos de esta experiencia me llevaron a la curación. Primero, a pesar de la aterradora debilidad que sentía, yo sabía que Dios era Amor y nunca me dejaría en esas condiciones. Segundo, un himno me venía constantemente al pensamiento. Lo repasaba mentalmente para lograr percibir los variados aspectos de sus hermosas palabras: “Da tu rocío de quietud / que calma nuestro afán; / conforta todo corazón;/ y así los hombres cantarán / Tu paz y excelsitud” (John Greenleaf Whittier, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 49).
Así como el rocío que menciona este himno, las palabras goteaban lenta pero constantemente en mi pensamiento, y mi sentido espiritual sólo esperaba ver la belleza de la paz de Dios expresada en mi experiencia.
Tercero, resolví que siempre que estuviera despierta junto con mi esposo, estaría alerta a mis “enlaces” de relación. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Al estar el hombre verdadero unido a su Hacedor por medio de la Ciencia, los mortales sólo necesitan apartarse del pecado y perder de vista el yo mortal para encontrar el Cristo, el hombre verdadero y su relación con Dios, y para reconocer la filiación divina” (pág. 316). Esto me alentó a ser muy radical y tener bien en claro mi origen espiritual. Me ayudó a ver la magnitud y el poder que tiene una causa espiritual al actuar como ley en mi experiencia.
Se me ocurrió que, así como al eliminar un “hiperenlace” cortamos el acceso a un sitio Web, de la misma manera podemos quitar los “hiperenlaces” en nuestro pensamiento que sirven de acceso al material del pasado, presente y futuro. Yo quería apartarme de esos pensamientos de temor que argumentaban que no tenía poder para mantenerme en control, y quería comprender que sólo puedo tener un enlace verdadero: el enlace con la Vida divina. Mi madre, que es también practicista de la Ciencia Cristiana, me ayudó a profundizar este concepto.
La tercera semana, mi esposo me preguntó si deseaba algo. Sin titubear le contesté que quería “El mar”. Él inmediatamente hizo los arreglos para viajar al Mar Báltico, y me llevó en el auto hasta la isla de Rügen. Cuando uno llega a la isla pasando por la ciudad de Stralsund, recorre una hermosa carretera llena de curvas, y de pronto desde arriba en la empinada costa se ve una vista panorámica del mar. La vista era increíblemente hermosa, majestuosa y estaba llena de vida; el agua azul se veía hasta donde daba la vista. Comencé a llorar, las lágrimas lavaron con gratitud y reverencia la angustia y los temores de las últimas semanas.
Durante los días siguientes, mi esposo y yo no hicimos otra cosa más que leer, orar y hablar sobre textos de la Biblia y artículos relacionados con el Cristo. Poco a poco, la sensación de inestabilidad se disipó, y recuperé el control y la fuerza. Estaba libre. Y he estado libre de esos síntomas desde entonces.
Nunca me preocupó el lento progreso de esta curación, ni siquiera en los peores momentos, porque sentía que todo el tiempo estaba afianzando mis raíces en el Espíritu, más que nunca antes. Percibí que era necesario pensar y vivir más al ritmo de la Mente y no ver las cosas sólo superficialmente, sino vivir profunda y totalmente.
Continué descubriendo más acerca del enlace espiritual que tengo con la Verdad, asegurándome de mantener en mi vida diaria un buen balance entre la oración, mi trabajo, momentos de esparcimiento, amigos y familia, y el cuidado de mi cuerpo. En este sentido, las palabras de San Pablo me dan mucha inspiración: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Berlín