Se podría decir que cuando el Maestro fue arrestado, flagelado, cruelmente despreciado y crucificado, los discípulos se sintieron muy desorientados. Temporalmente, perdieron de vista en gran parte lo que les había enseñado. Jesús les había anticipado que esto le ocurriría, incluso que sería crucificado, y más importante aún, que iba a resucitar. ¿Acaso no le creyeron? ¿Tenían la misma duda que manifestó Tomás cuando se enteró de que Jesús había resucitado de la tumba? ¿Tal vez la promesa de vida eterna de Jesús sonaba maravillosa pero iba más allá de lo que los discípulos podían honestamente comprender?
¿Acaso una profunda comprensión de la vida eterna es demasiado para que nosotros podamos percibirla? A mí, como a ustedes, me encanta la promesa de vida eterna que enseña tan claramente la Ciencia Cristiana. Este hecho maravilloso se menciona muchas veces en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. La autora de este estupendo libro, Mary Baker Eddy, lo comprendió profundamente, y con frecuencia he reflexionado sobre lo que ella con tanta valentía afirma en ese libro: “Si tú o yo pareciéramos morir, no estaríamos muertos” (pág. 164). También he considerado seriamente lo que quiso decir Jesús cuando dijo: “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Juan 8:51).
¿Morir, pero no estar muerto? ¿Nunca ver la muerte? Hermosas promesas. ¿Pero qué necesitamos para comprenderlas? A veces se necesita lo que pareciera ser una experiencia de mucho sufrimiento.
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