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El amor sincero que protege y sana

Del número de marzo de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en español


 Ya sea que expresemos amor o que lo recibamos, siempre que sea desinteresado, sincero y puro, ese amor bendice, protege y sana, pues es una expresión del Amor divino. 

Continuamente me recuerdo a mí misma: “No importa si es o no correspondido, no importa lo que hagan, digan o piensen los demás, si es erróneo, nada es, amar es lo único que cuenta. No permitas que nada ni nadie que esté equivocado, ni ninguna circunstancia errónea te altere, porque tu naturaleza es la expresión del Amor. No permitas que la pureza del amor que expresas sea adulterada, manchada o perturbada por circunstancia alguna”.

Dios, la Vida misma, me ha enseñado esto, así como también el ejemplo de personas que han tenido una buena influencia en mi educación moral y espiritual. Es como ver la pureza de esa joya que brilla aun en medio del barro que pareciera envolverla.

Cristo Jesús ansiaba infundir en la gente que lo seguía ese deseo sincero de cambiar, de hacer las cosas bien, no sólo al arrepentirse, sino al reformarse.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Si sentimos la aspiración, la humildad, la gratitud y el amor que nuestras palabras expresan, esto Dios lo acepta” (pág. 8).

Cristo Jesús ansiaba infundir en la gente que lo seguía ese deseo sincero de cambiar, de hacer las cosas bien, no sólo al arrepentirse, sino al reformarse. Afirmaba que una fe pequeña, como un grano de mostaza, era una señal suficiente de amor sincero, de gratitud, reconocimiento y confianza en un Dios Todopoderoso.

He tenido dos experiencias que me demostraron cómo el poder protector y sanador del Amor divino se expresa en Su creación.

Un día, estaba yo tan decepcionada y confundida por una situación injusta y para mí inesperada (el segundo adulterio de mi esposo, nuestra separación y posterior divorcio), que le pedí un cigarrillo a un pariente que no lograba dejar de fumar, aunque detestaba el hábito. Se quedó mirándome con profundo amor, y con mucha tristeza metió lentamente su mano en el bolsillo, mientras me suplicaba al ofrecerme el cigarrillo: “Tome, pero por favor no lo vaya a tomar por vicio”. Al instante, la decepción y preocupación que sentía se disipó completamente. Sentí inmensa gratitud a Dios por el sincero amor que este familiar expresó al alertarme del error que estaba a punto de cometer, y que impidió que fumara. Le di las gracias y rechacé el cigarrillo. Yo nunca he fumado y jamás volví a sentir ese deseo de fumar. Esto sucedió hace 30 años. La curación fue completa y permanente. 

Al conocer la Ciencia Cristiana, encontré el valor de las preciosas palabras del Padre Nuestro, que nos enseñó Cristo Jesús, y que hoy son imprescindibles en mi diario vivir: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”; y en el sentido espiritual que le dio la Sra. Eddy: “Y Dios no nos mete en tentación, sino que nos libra del pecado, la enfermedad, y la muerte” (pág. 17).

En otra ocasión, hace unos siete años, los médicos le dijeron a una señora que su hijita de 5 años tenía leucemia, enfermedad que, según se creía, había heredado de su padre y sus abuelos, y que le quedaban pocos días de vida.

Su hija estaba segura bajo el cuidado de Dios

Al ver el llanto y la desesperación de esa madre, sentí compasión y amor por ella y su hijita. Le hablé de Dios como Creador único, el Padre-Madre de todos. Le dije que Dios creó todo bueno en gran manera, y le expliqué muy brevemente que la materia no tiene vida ni existencia verdadera (Véase Ciencia y Salud, pág. 468). Le aseguré que de Dios heredamos todo lo bueno, que somos libres y que no tenemos herencias carnales. También le di un ejemplar de la Biblia y de Ciencia y Salud.

Ella aceptó estas verdades con fe, sin oposición alguna, y me pidió que orara por su hijita, y yo le dije que Dios es el bien, el único poder que existe, por lo cual podía tener la absoluta certeza de que la niña estaba segura bajo el cuidado de Dios. También le comenté que Dios no había creado las enfermedades ni nada malo.

Esa misma tarde, ante la inexplicable salud que mostraba la niña, los médicos le hicieron nuevos exámenes de sangre y sorprendidos le dijeron a la madre que la niña estaba completamente sana. Recientemente, cuatro años después, supe que continúa disfrutando de perfecta salud.

En La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, la Sra. Eddy, escribe: ”Lo poco que he logrado ha sido todo por medio del amor, una ternura constante y paciente que se olvida de sí misma” (pág. 247). Me pregunto que, si después de todo lo que ella ha logrado, aún dice, “lo poco que he logrado”, ¿qué puedo decir yo? Con humildad y gratitud puedo afirmar que sólo Dios me cuida, protege y provee de todo cuanto necesito para la práctica de curación en la Ciencia Cristiana, y para continuar en mi ascenso por este sendero de luz y de amor. La obra es de Dios y Él se ocupa de ella.

Consciente de la necesidad de saber cada vez más de Dios y de mí misma como Su hija, me esmero por orar, mantenerme vigilante y trabajar sabiendo que no avanzo sola, sino con Él. Sin Dios, nada sería, nada haría, nada podría lograr, pues, como dice el Apóstol Pablo, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Escucho con atención y esperanza las palabras de Cristo Jesús y de la Sra. Eddy cuando dicen: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Y “El Amor es el libertador” (Ciencia y Salud, pág. 225).

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