En 2011 fui a París a visitar a mi familia con una amiga, y al día siguiente de haber llegado, me caí cuando cruzaba la calle. Con mucha dificultad me pude levantar, pero los dolores eran tan fuertes que no podía caminar. Me había lastimado seriamente un lado de la cara y un ojo. Enseguida me llevaron a la sala de emergencias de un hospital cercano y diagnosticaron que tenía fracturada la pelvis.
Desde hace ya muchos años, he encontrado la solución a todos los problemas que se presentan por medio de la oración, de modo que no quise quedarme en el hospital y regresé a la casa de mi sobrina con quien me estaba quedando. Desde allí llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Él de inmediato me dijo que en la realidad divina no hay accidentes, y que yo no era material, sino espiritual, la hija amada de Dios.
Yo creía con todo mi corazón que la oración sería mi mejor remedio, y que nuestro querido Padre, Dios, no me abandonaría. Llené mi pensamiento con la verdad de la eterna presencia de Dios. Mi familia quería que me quedara en París, pero sentí que necesitaba regresar a mi casa, a un lugar más tranquilo.
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