En 2011 fui a París a visitar a mi familia con una amiga, y al día siguiente de haber llegado, me caí cuando cruzaba la calle. Con mucha dificultad me pude levantar, pero los dolores eran tan fuertes que no podía caminar. Me había lastimado seriamente un lado de la cara y un ojo. Enseguida me llevaron a la sala de emergencias de un hospital cercano y diagnosticaron que tenía fracturada la pelvis.
Desde hace ya muchos años, he encontrado la solución a todos los problemas que se presentan por medio de la oración, de modo que no quise quedarme en el hospital y regresé a la casa de mi sobrina con quien me estaba quedando. Desde allí llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Él de inmediato me dijo que en la realidad divina no hay accidentes, y que yo no era material, sino espiritual, la hija amada de Dios.
Yo creía con todo mi corazón que la oración sería mi mejor remedio, y que nuestro querido Padre, Dios, no me abandonaría. Llené mi pensamiento con la verdad de la eterna presencia de Dios. Mi familia quería que me quedara en París, pero sentí que necesitaba regresar a mi casa, a un lugar más tranquilo.
Dos días más tarde, mi amiga y yo nos fuimos de París. Gracias al apoyo del practicista y de mis oraciones, el viaje estuvo bien.
Una vez que llegué a casa, como no podía caminar, tuve que ir a ver a un médico para que me diera el certificado oficial que justificara mi ausencia en el trabajo, lo cual es obligatorio en mi país. El doctor me dijo que tendría que permanecer en cama cuatro meses, y que tardaría unos seis meses en sanar. Al principio fue difícil, porque no me sentía cómoda acostada, sentada ni estando de pie. Pero después de una semana, empecé a caminar por el apartamento con muletas.
Oré mucho con el siguiente pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Toma posesión de tu cuerpo y gobierna sus sensaciones y acciones. Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente concedidos al hombre” (pág. 393).
Hubo momentos en que me preguntaba por qué me había pasado eso a mí, o que el dolor nunca disminuiría, pero en lo profundo de mi ser, jamás dudé de que sanaría. El Himno 189 del Himnario de la Ciencia Cristiana, me dio mucho consuelo, en particular su primera estrofa: “Yo miro a las montañas, / socorro de Dios vi; / de lo alto me ayuda, / no duerme nunca Él”.
El hijo de Dios no tiene comienzo ni fin, sino que vive en el eterno ahora del Espíritu
Poco a poco la situación fue mejorando. Al cabo de tres semanas ya podía caminar mejor. El practicista me siguió apoyando con paciencia y amor, recordándome la verdad acerca de mi naturaleza, perfecta y libre de todo dolor. Pronto pude dejar las muletas y sentir que había progreso. También me fue posible abrir el ojo que se había lastimado y la cara recuperó su color normal.
Después de tres meses, tuve que visitar nuevamente al médico para que me autorizara regresar a trabajar. El doctor me dijo que había progresado mucho, pero que jamás volvería a caminar normalmente, debido a mi edad. Entonces comencé a orar con mucha firmeza por este nuevo desafío. Yo sabía que el tiempo y la edad son limitaciones humanas que Dios jamás creó. El hijo de Dios no tiene comienzo ni fin, sino que vive en el eterno ahora del Espíritu.
Diez días después, me sentí completamente sana y la curación ha sido permanente. Regresé a trabajar como enfermera de la Ciencia Cristiana, lo cual me exige estar muy activa. También reanudé mis otras actividades.
Estoy muy agradecida por esta curación y por la ayuda y consuelo que me brindó el practicista, y también por ser testigo, como enfermera de la Ciencia Cristiana, de que todas las cosas son posibles con Dios.
Lausanne