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Artículo de portada

Desaparece dolor abdominal

Del número de julio de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


 En el libro de los Salmos en la Biblia, leemos: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (103:2). Con un corazón agradecido, quiero dar testimonio de la bondad de Dios. 

Estaba asistiendo a una clase, cuando de pronto sentí un dolor en el abdomen que se volvió cada vez más intenso. Mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha enseñado que los síntomas de una enfermedad dan un testimonio falso de nuestra verdadera naturaleza como el hijo de Dios, que es perfecto. En silencio afirmé “la declaración científica del ser” del libro de texto de la Ciencia Cristiana, la cual comienza diciendo: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”  (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). La noción de que la materia no puede manifestar inteligencia, ni dar un mensaje ni una opinión, me ayudó a quedarme hasta que terminó la clase. Luego tomé el metro, pensando en llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración, cuando llegara a casa. 

Ni bien llegué a la estación donde tenía que cambiar de trenes, me vino el pensamiento: “Aquí puedes decidir si quieres ir a la sala de emergencias de un hospital, o si prefieres una solución científica divina”. Yo quería sentir aún más la presencia de Dios para ver qué tenía Él preparado para mí, así que continué mi camino a casa. 

Llamé a un practicista y le describí los síntomas. Una voz tranquila y serena —la mía debe haber sido un poco temblorosa— me dijo que no era necesario conocer los detalles de lo que estaba mal, puesto que Dios conoce todo lo que es real y esto sólo incluye armonía. Entonces me dijo que comenzaría a orar de inmediato y que lo llamara más tarde. Me di cuenta de que los dos estábamos recurriendo al mismo Dios, y que Él nos daría a ambos una vislumbre sanadora. 

Aunque el temor argumentaba que el Amor divino estaba ausente o era insuficiente, la Biblia afirma: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1° Juan 4:18). 

Yo quería sentir más la presencia de Dios para ver qué tenía Él preparado para mí.

Muy pronto después de colgar el teléfono, el dolor comenzó a desaparecer. Me sentí sumamente agradecido por la paz que empezó a envolverme. El hechizo del temor había sido eliminado. Leí la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana de aquella semana para ver qué iluminación espiritual brindaba a esta situación. La historia de Moisés, cuya vara fue transformada en una víbora peligrosa y luego nuevamente en una vara inofensiva (véase Éxodo 4:2-5), me hizo preguntarme en qué autoridad me estaba apoyando. Me resultaba claro que yo no tenía razón alguna para dudar de que Dios tenía el control de mi vida. En Ciencia y Salud, leí: “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja” (pág. 14). Esto describía exactamente lo que yo acababa de experimentar. Realmente, percibí cómo la falta de armonía desaparecía ante la presencia de la luz espiritual de Dios. 

Volví a llamar al practicista y le dije que estaba libre de dolor y que me sentía mejor. Él me dijo que mi verdadero ser jamás había sido atacado y que se aferraría a ese hecho. 

Pasé la noche tranquilo, pero temprano por la mañana me despertó el dolor. Una vez más, me apoyé en las verdades que había aprendido acerca de Dios y el hombre. Aunque todavía era muy temprano, me animé a llamar al practicista para que me ayudara otra vez. Él me aseguró que mi relación con Dios era y siempre había sido inquebrantable. Este pensamiento me reconfortó e inmediatamente la sensación de enfermedad se disipó. El dolor desapareció y me sentí tan renovado que más tarde ese día fui a trabajar como siempre. Los síntomas jamás volvieron a presentarse.  Pero ¿por qué habrían de hacerlo? ¡Jamás formaron parte de mi verdadero ser! 

Poco después, me hice miembro de una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico, donde he servido activamente desde entonces. El trabajo que realizan los practicistas de la Ciencia Cristiana me llena de aprecio, reverencia y profunda gratitud a Dios. Estoy aprendiendo cada vez más que cada uno de nosotros es llamado para realizar esta obra sanadora.

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