En el libro de los Salmos en la Biblia, leemos: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (103:2). Con un corazón agradecido, quiero dar testimonio de la bondad de Dios.
Estaba asistiendo a una clase, cuando de pronto sentí un dolor en el abdomen que se volvió cada vez más intenso. Mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha enseñado que los síntomas de una enfermedad dan un testimonio falso de nuestra verdadera naturaleza como el hijo de Dios, que es perfecto. En silencio afirmé “la declaración científica del ser” del libro de texto de la Ciencia Cristiana, la cual comienza diciendo: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). La noción de que la materia no puede manifestar inteligencia, ni dar un mensaje ni una opinión, me ayudó a quedarme hasta que terminó la clase. Luego tomé el metro, pensando en llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración, cuando llegara a casa.
Ni bien llegué a la estación donde tenía que cambiar de trenes, me vino el pensamiento: “Aquí puedes decidir si quieres ir a la sala de emergencias de un hospital, o si prefieres una solución científica divina”. Yo quería sentir aún más la presencia de Dios para ver qué tenía Él preparado para mí, así que continué mi camino a casa.
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