Corría el año 1997, y estábamos en medio de una guerra civil. Había enfrentamientos con armamento pesado —tanques, cañones, helicópteros— en el centro mismo de Brazzaville, capital del país. Proyectiles de morteros y balas impactaban al azar en todas partes. Muchos, incluso yo, habíamos sido tomados de sorpresa por esta guerra, y no habíamos podido huir. Sin embargo, durante los tres meses que duró la lucha, muchas veces tuve la oportunidad de refugiarme bajo las alas protectoras de Dios y percibir la irrealidad del peligro y de la inseguridad.
Cada vez que me enfrentaba al peligro, las palabras de Isaías, “No temas, porque yo [Dios] estoy contigo” (41:10), me apoyaban y me enseñaban preciosas lecciones acerca de mi unidad con Dios. Te daré un ejemplo. Una mañana, yo estaba en el mercado vendiendo verduras, mandioca (raíces secas de yuca), y algunos tomates. Reinaba una sensación de inseguridad a mi alrededor: en cualquier momento podía caer en el mercado un proyectil de mortero. Yo estaba orando con persistencia y afirmando que todos estábamos a salvo.
De pronto, vi a una mujer que venía caminando hacia mí. Ella me hizo señas para que me acercara porque necesitaba cierta información. Rápidamente, salté de la mesa en la que estaba sentado y fui hacia ella. En el mismo momento en que puse mis pies en el suelo y empecé a caminar, las balas de una ametralladora destruyeron el techo de hojalata que protegía mis productos y dio en la mesa donde hasta hacía unos segundos yo había estado sentado, rompiéndola en pedazos. Nadie resultó herido.
Atónito seguí caminando hacia la mujer que me había llamado, pero ella se disculpó porque había recordado dónde se encontraba la calle que estaba buscando.
En la compleción de Dios, no existe ninguna fuerza devastadora. Todo es armonía, unidad.
Me sentí extremadamente agradecido por esta clara prueba de la protección divina. Comprendí, una vez más, que el peligro más grande es aceptar y creer que estamos en peligro, que somos vulnerables o estamos en medio de un ambiente hostil. Mary Baker Eddy escribe sobre este tema: “El universo físico expresa los pensamientos conscientes e inconscientes de los mortales” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 484). Nuestros pensamientos crean nuestro ambiente, y cuando nuestros pensamientos están llenos de temor, nos volvemos vulnerables porque el temor abre la puerta a todo tipo de sucesos peligrosos.
El cimiento de la seguridad, como enseña la Ciencia Cristiana, se apoya en la comprensión de que el hombre real es espiritual. Dios, la Mente, es el único ambiente del hombre porque Él ocupa todo el universo. En la compleción de Dios, no existe ninguna fuerza devastadora. Todo es armonía, unidad. El hombre, la imagen y semejanza del Espíritu, no es un cuerpo material vulnerable ni está rodeado de cosas materiales peligrosas. El hombre está rodeado de ideas espirituales, siempre buenas y llenas de vida. Por lo tanto, el hombre está siempre protegido y a salvo.
